miércoles, 24 de febrero de 2021

Una antología excepcional de Maurice Heine

Atención: estamos ante una publicación mayor, en que por primera vez se estudia a fondo la figura admirable de Maurice Heine, antologándose sus escritos e incluyéndose una pieza maestra que era desconocida.
El estudio de Georges-Henri Morin es (como era de esperar) soberbio, y viene a llenar un vacío que se hacía sentir. No ha caído Maurice Heine en las habituales manos muertas académicas, que no hacen sino momificar, sino en las de alguien que podía comprenderlo como pocos. Una biblioteca selecta del surrealismo tiene que recoger este libro a la altura volcánica del gran descubridor de Sade.
Nos gusta el formato apaisado que han elegido las Éditions du Sandre y que, con la ilustración infernal de Anne Van der Lidden, le da un sabor de vieja cultura popular.
Un monde mouvant et sans limites, tras el estudio denso y magistral de Morin, lo mejor y más completo que se ha escrito sobre Heine, una introducción superlativa a su figura y a su obra, incluye los poemas de La mort posthume (1917) y Pénombre (1919), seis de los diez ensayos que publicó entre 1933 y 1939 en Minotaure y el extraordinario Tableau de l’amour macabre. Este es el plato fuerte, un ensayo en la misma línea de los textos de Minotaure, pero más extenso que cualquiera de ellos, que Heine iba a publicar en 1938 en los cuadernos Acéphale de Bataille. La figura estelar es nuestro inolvidable amigo el Sargento Bertrand, pero se habla también de Sade, de Lautréamont, de los vampiros y de los licántropos. Heine hubiera gustado saber de José Cadalso y sus Noches lúgubres (Alejandra Pizarnik decía que tenía que leer ese libro, tan solo por su título y el del apellido del autor), que refieren el intento de desenterrar el “cadáver adorado” de la amada muerta. Y también, por supuesto, le hubiera gustado asistir al retorno del Sargento Bertrand en 1964, ejecutado por Jean Benoît en presencia de los surrealistas.
Maurice Heine fue siempre muy estimado y apoyado por los surrealistas. Firmó con ellos varios tracts y coincidió en sus posiciones políticas. Formó parte del comité de redacción de Minotaure cuando la revista se orientó hacia el surrealismo, junto a André Breton, Pierre Mabille, Paul Éluard y Marcel Duchamp. En Minotaure sus fascinantes ensayos fueron presentados de la mejor manera posible, como les correspondía, y por lo general acompañados de grabados, que mucho estimaba. Puestos a pedir el oro y el moro, bien nos hubiera gustado que todos ellos se hubieran incluido en este volumen.
Hay al final una nota autobiográfica de este hombre del que no sabríamos ni su rostro, de no ser por los dos retratos que le hizo Man Ray allá por 1930.


“Aquel hombre, de seguro profundamente dieciochesco, tan perdido entre nosotros; aquella cultura como por última vez enciclopédica, aquella ausencia de todo prejuicio y también aquel corazón desenfrenado, siempre dispuesto a arrebatar el espíritu hasta el límite de las reivindicaciones humanas. Y, por otro lado, su suprema discreción y el cuidado de lo intachable, de lo impecable en materia de documentación, de juicio, de expresión, y aquel don, que maravilla aún nueve años después de su muerte, para recrear en el ámbito cerrado de su voz lo ultrasociable a partir de la pura insociabilidad. ¿De qué estaba hecha esa relación? ¿De dónde viene que, por él, el torrente da Sade, desembarazado de sus monumentales impurezas, bruscamente se aflorase en cascada de luz? ¿Qué vuelo tardío era aquel, transmutatorio por encima de ella, que se revelaba capaz de recoger una panacea de la más resbaladiza urna de nepentas?” (André Breton)

Jean Benoît como Sargento Bertrand,
1964