martes, 8 de abril de 2014

Objetos... matemáticos


Este catálogo que hoy reseñamos no es desde luego, como tantos otros, redundante. El tema podrá sorprender de entrada, pero no cuando sabemos que en 1936 se publicaron en los Cahiers d’Art las fotos de doce objetos matemáticos de la segunda mitad del siglo XIX, realizadas –surrealistamente– por Man Ray en el Instituto Poincaré; que algunos modelos de esos objetos fueron expuestos ese mismo año en la exposición surrealista de la galería Charles Ratton, junto a otros muchos del propio surrealismo, africanos, oceánicos, encontrados y naturales; y que Max Ernst se valió para sus collages de los catálogos ilustrados en que venían reproducidos esos objetos matemáticos, que además no dejaron de inspirar a algunos escultores, entre ellos Henry Moore –y nadie, a la vista detenida de esta foto de la sala de geometría de la exposición de los modelos matemáticos y matemático-físicos que tuvo lugar en la universidad técnica de Munich en 1893, dejará de pensar en Hans Arp:


La mayoría de estos pequeños objetos eran de yeso, pero otros estaban constituidos por hilos sobre cuadros de latón. Materializaban, en tres dimensiones, los conceptos, los teoremas y las ecuaciones de la geometría de las superficies y de la teoría de las funciones.
Como el catálogo viene del Musée du Temps de Besançon, quien lo presenta es Emmanuel Guigon, antecediendo estudios de Stefan Neuwirth, Georges Sebbag y Laurent Devèze. Sobre el estudio del primero no tengo nada que decir, porque no entiendo absolutamente nada (ni podría tomarme el mínimo esfuerzo por entenderlo: las matemáticas son en efecto, como las definió Lautréamont, “severas”, y la severidad es algo de lo que nunca he querido saber).
El texto de Georges Sebbag, “Ecuaciones surrealistas”, ya es otra cosa, al ir alineando los nombres de Lautréamont, Chirico (cuyas oblicuedades “han contribuido a modificar nuestra percepción del espacio y del tiempo”), Desnos, Breton (y su “Ecuación del objeto encontrado”), Péret (y su fabuloso poema de Le grand jeu “26 puntos a precisar”), Raymond Roussel, Jean-Pierre Brisset, Bachelard, Óscar Domínguez (con su pintura litocrónica y el célebre texto con Ernesto Sábato), Matta (con el ineludible ensayo “Matemática sensible. Arquitectura del tiempo”, publicado en 1939 en Minotaure) y Gordon Onslow-Ford, para volver al final a Lautréamont, y sus ecuaciones comparativas.
Los objetos matemáticos, evidentemente, ya nada dicen a los matemáticos actuales, pero ya tampoco le decían nada a los de los años 30. Una vez cumplida su función, no hacían sino criar polvo en los museos. El surrealismo, como señala Sebbag, “los ha rescatado y los ha magnificado”, mostrando su parentesco con las esculturas contemporáneas, tras la revelación que Man Ray y Max Ernst hicieron de su carácter digamos que “mágico”.
El trabajo de Laurent Devèze los relaciona con las esas sí que inequívocamente mágicas máscaras africanas, también olvidadas en los rincones de la época, y es que “los surrealistas frecuentaron el Instituto Poincaré del mismo modo que fueron clientes asiduos del Mercado de las Pulgas o de las viejas colecciones coloniales”.
Los objetos han sido fotografiados por Marc Le Mené, pero la mejor ilustración es la de una caja de Yves Tanguy, con una felicitación de año nuevo a Marcel Jean, en forma del signo del infinito y que se convierte así en una “frase sin fin”, donde destaca el nombre de aquella magnífica mujer llamada Kay (Sage):