lunes, 25 de marzo de 2013

Los Bocetos de Jorge Camacho: una joya bibliográfica


Este libro de Jorge Camacho publicado en 2012 es un verdadero acontecimiento.
En capa dura y con cerca de 400 páginas de gran tamaño, consta de unos pocos pero jugosos textos, en español y en francés, llevándose pues la parte del león las numerosísimas reproducciones de dibujos y pinturas. Los bocetos de los lienzos de Jorge Camacho, en cuadernos, hojas sueltas y cartulinas, son más de 400 a lo largo de más de medio siglo, presentándose aquí una selección, muchas veces acompañados de la pintura resultante. Se trata pues, también de un recorrido por la obra de uno de los artistas más fascinantes y singulares del surrealismo.
El texto inicial, titulado “Bosquejos”, funciona como introducción y es magnífico. En él, Carmen Elías analiza la evolución de los bocetos, que ya al final hasta “sobrepasan el concepto de proyecto de un lienzo”. En realidad, nunca fueron “simples esquemas o trabajos preparatorios de las pinturas”, sino “el diario de a bordo de un completísimo artista que, apasionado por la lectura, la música y los amigos, era trabajador impenitente, ordenado, minucioso y siempre ansioso de conocer”. No obstante, Carmen Elías distingue luego entre el Camacho dibujante de bocetos y el dibujante sobre papel, mucho más surrealista este que aquel, y valiéndose de tinta china, pastel, acuarela y lápices de colores, para concluir, tras referirse a la caracterización bretoniana de la belleza (convulsiva): “El chamán Camacho fue siempre un amante desmedido de la belleza”.
El célebre texto de Breton (“Manigua al encuentro de Camacho”) es reproducido tras la reseña que Mario Carreño hizo en 1955 de su primera exposición, ya apuntando el impacto de las culturas indígenas americanas. Lleva pegado un sobre con la reproducción de esa preciosidad bretoniana que es el dibujo-dedicatoria de La lampe dans l’horloge, con la leyenda “llamas son flores donde yo vuelvo a la vida”, encontrada por Breton en una plancha de chimenea del rastro parisino, que tan asiduamente visitaba, en busca siempre de lo maravilloso.


El ensayo de Carlos M. Luis, que fue un gran amigo de Jorge Camacho, comienza: “Si algo distingue el Surrealismo de las demás corrientes del arte moderno, es su lectura emblemática de la naturaleza, basada en la analogía, y su atracción por el pensamiento primitivo”; del mismo modo, “si algo podemos distinguir en el arte de Jorge Camacho, es su continuo maravillarse frente a los pájaros, kachinas, árboles disecados, máscaras, bultos incas, ruinas mayas, totems, flores, insectos y tantas cosas más que conservan aún la fuente de donde «mana y corre» la poesía”. Carlos M. Luis recuerda el deslumbramiento de Camacho cuando descubrió, muy joven, las cerámicas de los indios mimbre, las pinturas de arena de los navajos y las máscaras y muñecas de los hopi y los zuñi, que Camacho coleccionaría apasionadamente: “la contemplación de ese mundo desconocido me conmovió profundamente, y fue un descubrimiento que con seguridad ha condicionado mi manera de ver la realidad”. Tal revelación lo llevaría de modo natural al surrealismo, del que dijo Camacho en 1998: “Solo el surrealismo, consciente de la precariedad creciente de nuestra condición en un mundo tan fragmentado, ha sido capaz de señalar la importancia de un desarrollo libre del espíritu creador, y de reconquistar por esta vía los poderes perdidos del hombre”. Carlos M. Luis concluye: “El encuentro de Jorge Camacho con el Surrealismo, con André Breton especialmente, resultó ser vital para su profesión. El Surrealismo le entregó las llaves de las puertas donde se entra al palacio de las Bodas Alquímicas de Christian Rosencreutz. Los surrealistas participaron de esas bodas, trayendo consigo los pocos tesoros de la imaginación que nuestra era no ha destruido. Jorge Camacho es uno de los guardianes de los mismos: mientras sus pájaros vuelen y sus kachinas dancen, la poesía podrá sentirse segura”. ¡Bellas palabras!
Los otros textos de Bocetos son un largo poema de Joyce Mansour inspirado en la obra de Camacho (“El imperio de la serpiente”), nueve breves y delicados poemas de Torgia dedicados al artista y un ensayo de Surpik Angelini (amigo suyo durante más de 40 años) en torno a su “arte cósmico”.
Encabezando esta escueta reseña, vemos La doble aparición de Monsieur H., que, junto a Le crâne de nuit, homenajeaba en 1964 a Jean-Pierre Duprey. En seguida, Tout l’excite y Le poisson mort, también del 64 y con unas palabras de Benjamin Péret: “Alegre como una iglesia convertida en matadero”.


Este es un hermoso libro, y uno de las mejores celebraciones que se pueden hacer de este mago prodigioso del Surrealismo y de la Poesía.