Una postal de Sedona, con recuerdos de los indios hopis y de Max Ernst y Dorothea Tanning, abre el año 2014.
La primera carta no tiene fecha, pero se sitúa en estos primeros días del año, con relatos del reciente viaje americano (y ahora las muñecas kachinas) y más recuerdos y azares, aparte la constante actualidad surrealista (el almanaque de Brumes Blondes, y nuevas insistencias en el apaleado Courtot). Me retrata a Ghislaine al volante, y he de decir que, cuando estuvieron en Tenerife me quedé maravillado por sus dotes de conductora, ya que manejaba como si conociera la isla desde hace años, incorporándose en cuestión de segundos a la siempre atiborrada autopista del Norte; me explicaría que aprendió a conducir en el camión de su padre desde niña, y la considero el mejor conductor, masculino o femenino, que yo haya conocido a lo largo de mi vida. Como otra nota personal, el lector habrá advertido la insistencia de Ducornet en que los visitara en Francia (París o su casa del campo), pero por desgracia era una batalla perdida, ya que entre 2006 y 2016 nunca me moví de las islas (y a partir de 2016 solo lo he hecho para retornos portugueses, sin dar nunca ni un paso más allá de la frontera).
Del 27 de enero es la maravilla de carta manuscrita e ilustrada, hablando de París, de su práctica personal del automatismo, de Virginia Tentindó y de Alain Joubert. El 16 de febrero escribe con más collages a todo color, refiriendo la reciente estancia de Laurens y Frida Vancrevel en París y aludiendo a la presentación de Oblique Shocks con Michel Mourand a la batería, pero, por desgracia, de esa presentación, entonces en google, de lo cual me alerta, no hay ya ni rastro.
La carta del 12 de marzo, a la vuelta de su viaje a Holanda, es exaltante. Tras denigrar la "explotación espectacular del surrealismo", comentar la exposición de Meret Oppenheim en Lille y dejar unos finísimos apuntes sobre la pintura nórdica admirada en su viaje por Holanda y Bélgica, nos da un nuevo recital de radicalidad ideológica. Anuncia unas correcciones a un artículo que yo he escrito sobre Rikki, las cuales encabezan la siguiente carta, in medias res y comentando en algunos párrafos la reacción negativa de Jacques Lacomblez al almanaque de Brumes Blondes; acotaré que no me hizo entonces ninguna gracia la anécdota "provocadora" que cuenta de Lacomblez.
Por aquellas fechas, salía a flote en la prensa francesa el caso Blanchot, o sea el de su juventud fascistoide, tema que no podía escapársele. Pero sigamos con otra misiva excepcional, la datada en 26 de marzo. Me entero de su colección enorme de postales estereoscópicas, para luego iniciar una feroz diatriba contra las guerras y sus abominables trasfondos, en que vemos cómo ha mantenido incólume la violencia que anida en los orígenes del surrealismo. Era esa rabia contra un mundo inadmisible lo que estaba en la base de nuestra entente intelectual, tanto como el amor del surrealismo, y sus palabras sobre la importancia capital de las declaraciones colectivas del movimiento a lo largo de casi un siglo son definitivas. Veo en esta carta dos deslices: las atrocidades del estado belga en el Congo no son ninguna novedad para quien se haya leído Las tres erres de Mark Twain (aunque supongo que el asunto reemergía por aquellos días) y Oliveira Salazar ya había muerto cuando el cambio de régimen en Portugal (se confunde con Marcelo Caetano); pero esto es pecata minuta en una carta admirable, que él mismo define como un "largo desarrollo improvisado".
El 4 de abril vuelve sobre Blanchot, y da noticia de su habitual mudanza de Perís al valle del Loire. Por fin, la carta del día 26 del mismo mes, ya desde Puy-Notre-Dame, es curiosa por haberse conservado las preguntas que yo le formulaba. Nada diestro en la escritura del francés y del inglés, yo le solía chapurrear brevemente en esas lenguas. Interesante es su contestación, con pros y contras, a la valoración que le pido sobre Jimmy Gladiator.