martes, 14 de marzo de 2023

Man Ray, el jugador impasible

Lamento que en esta entrada que dedico a uno de mis surrealistas más amados no haya podido acceder a reproducciones en color de las pinturas de Bill Copley y Susana Wald. Abrimos esta lista de homenajes y obras inspiradas en otras de Man Ray con el poco conocido retrato (acuarela, aguada y collage) que le hizo su adorable Kiki en los años 20, y seguimos con Marcel Jean, Copley, Roland Penrose, Marcel Mariën, Susana Wald, Tony Earnshaw, Allan Glass, Aube Élleouët y (las seis  últimas piezas) Her de Vries, acompañadas algunas de las de este con los comentarios que les dedica.

Man Ray cuenta con una bibliografía de lujo, como se señala en Caleidoscopio surrealista. Me limito a copiar el trabajo (excelente ¡cómo no!) que consagró Édouard Jaguer a su faceta pictórica, que es tan fascinante como la fotográfica, la cinematográfica o la de creador de objetos; apareció en otro de los invalorables catálogos de la galería 1900-2000.

Kiki, retrato de Man Ray

Marcel Jean, 1950, escudo heráldico a partir de una foto
que Man Ray había hecho de una cuerda en espiral

Bill Copley, Hommage à Man Ray, 1950

Roland Penrose, Hommage à Man Ray, 1975

Marcel Mariën, Good-bye Mr. Man Ray, 1976

Susana Wald, La mujer del nigromante
(Homenaje a Man Ray)
, 1985

Tony Earnshaw, Observatory Time For A Second Time
(after Man Ray)
, 1988

Allan Glass, Tarati-Iti-Tara (For Man Ray), 1991

Aube Élleouët, Homenaje a Man Ray, 2002




Her de Vries, Le Violon d'Ingres, 2011






Man Ray (1890-1976). “El hombre de la cabeza de linterna mágica” (Breton) llega a París en 1921, buscando un mundo más cálido que el norteamericano. Cineasta, fotógrafo, pintor, creador de objetos, Man Ray (el más bello nombre inventado del arte moderno) va a ser siempre muy estimado por los surrealistas, quienes nunca le reprocharon su falta de compromiso político ni sus fotos de moda o mundanas. También algo mayor que los jóvenes surrealistas, se mantuvo ajeno a las disputas del grupo; realmente, como Duchamp o Picabia, no era un hombre de grupos, sino solo de amistades. En 1972, le dirá a Sarane Alexandrian: “Con los surrealistas nunca he tenido altercados: yo confiaba en ellos y ellos confiaban en mí”. Ya en su Autoportrait –otro libro que hay que leer varias veces en la vida, y Man Ray era de veras un escritor delicioso, cálido y muy vital–, de 1963, comentaba que los surrealistas “aceptaban mis obras, y no las rechazaban nunca”.
En los años 20, ya situado entre el dadaísmo y el surrealismo, comienza a hacer sus muy influyentes rayogramas, capítulo imprescindible de la historia fotográfica surrealista. En el 22 publica un libro con doce de ellos, que le daría celebridad: Les champs délicieux (título en íntima relación con el de Les champs magnétiques, como si a los poemas automáticos respondieran las fotos automáticas), con prólogo de Tzara, que en la segunda edición será de Breton. Max Morise se pregunta: “¿Quién es este Man Ray, nuestro amigo, que de objetos de primera necesidad hace, con la ayuda del papel sensible, objetos del mayor lujo?”. En 1924, el último número de Littérature incluye como ilustración su fotografía El violín de Ingres, con su bellísima amante Kiki de Monparnasse. Citado en el Manifiesto del surrealismo, participa en la primera exposición surrealista, 1925, y en La Révolution Surréaliste, donde fue, con Masson, el artista más representado; en la encuesta del suicidio –n. 2–, respondió con su cuadro Suicidio, que había colocado en el caballete situándose él detrás y apuntando con un revólver al centro, que dispararía con un hilo, suicidio del arte y de sí mismo no realizado para no convertirse en objeto de diversión mundana. Sus Revolving doors, de 1916-1917, son motivo de una publicación de las Éditions Surréalistes en 1926 y resurgen nueve años después en el n. 7 de Minotaure. En las mismas ediciones y el mismo año aparece su Bola de nieve (con un ojo pintado en la superficie y dentro lápices de color), así como el catálogo de la exposición de cuadros suyos y de objetos de las islas oceánicas. También en 1926 se proyecta –ya en el 23 había hecho Le retour à la raisonEmak bakia, con la intervención del legendario Jacques Rigaut. De 1928 es L’étoile de mer, inspirada en un poema de Robert Desnos, que actúa en la propia película, junto a Kiki. Esta es una de las cimas del cine surrealista, a mucha distancia en lo propiamente surrealista de la siguiente película suya, Les mystères du château du dé. En cambio, un Ensayo de simulación del delirio cinematográfico, con André y Jacqueline Breton, Paul y Nusch Éluard y Lise Deharme (en cuya casa de las Landas pasaban todos, en agosto de 1935, unas vacaciones), no cristalizó, restando solo algunas fotografías, publicadas en los Cahiers d’Art. La vertiente cinematográfica de Man Ray concluiría con su participación en la película colectiva norteamericana Dreams that money can buy (1947), aunque se limitó a aportar un guion que sirvió a Hans Richter para una de las historias que la componen. Sobre su experiencia en el cine, Man Ray afirmó en 1965 que lo que él había hecho siempre era “cine automático”. Su confianza en el automatismo lo une profundamente a la aventura surrealista.
Man Ray participa en las exposiciones surrealistas –incluidas la de los objetos, la de Bruselas y la de Londres–, y responde a la encuesta de Minotaure sobre el encuentro, en el n. 3-4 (1933), que se abre además con un frontispicio suyo a todo color, reunión de algunos de sus grandes motivos, acompañando su texto “La edad de la luz”, en el que leemos: “Un esfuerzo empujado por el deseo debe poseer asimismo una energía automática o subconsciente que ayude a su realización. Las reservas de esta energía en nuestro interior son ilimitadas, si recurrimos a ellas sin una sensación de vergüenza ni de propiedad. El creador permite que las fuerzas subconscientes se filtren a través suyo, coloreadas por su propia selectividad, que es deseo humano universal, y expone ante la luz los motivos y los instintos largamente reprimidos, que deben formar la base de una confiada fraternidad. La intensidad de este mensaje solo puede ser perturbadora en proporción a la libertad que se haya conferido al automatismo o al propio subconsciente”.
En 1933, es él quien hace la impactante portada del gran panfleto surrealista Violette Nozières (una N hecha de varas de azúcar rotas, sobre un ramo de violetas), mientras que en el n. 5 de Le Surréalisme au service de la Révolution aparece el Monumento a D.A.F. de Sade (ya en el n. 3 podía verse su primera solarización reproducida, o sea el desnudo de Primacía de la materia sobre el pensamiento). En 1934 publica un álbum de 104 fotos, con un retrato suyo por Picasso, “La edad de la luz”, “Los rostros de la mujer” por Breton, el poema “Man Ray” de Éluard, “Man before mirror” por Rrose Sélavy y “Cuando los objetos sueñan” por Tzara. En 1937, el libro La photographie n’est pas l’art, editado por Guy Lévis-Mano, con doce fotografías de Man Ray, va precedido por el texto de Breton “Convulsionnaires”. Por su parte, Man Ray retrata a Breton para el frontispicio del “poema épico” de Guy Rosey André Breton (1937), escribiendo debajo: “La miseria vuelve a los débiles infames y a los fuertes sublimes”. En este año de 1937, el n. 10 de Minotaure dedicaba nada menos que cuatro de sus páginas a sendas fotografías suyas, bajo el título de “Aurora de los objetos”; se publicaba Les mains libres, dibujos suyos ilustrados por poemas de Paul Éluard; y L’amour fou de Breton aparecía con siete fotos suyas (ya Nadja, en 1928, llevaba tres). En 1938, era uno de los surrealistas que ilustraban Los cantos de Maldoror.
Llega la guerra y Man Ray se traslada a los Estados Unidos, pero, poco adaptable a la vida americana, regresa en 1951 a París. En 1955 expone en la galería del grupo surrealista À l’Étoile Scellée titulando su exposición “Non-abstractions”, con lo que, como Max Ernst, se desmarcaba de la boga tachista apoyada por Estienne y Breton, y al año siguiente vuelve a exponer allí, pinturas y objetos, mofándose de la querella abstracción-figuración. En el 56 explica en una conferencia: “Cuando digo que el surrealismo ha muerto, no hago más que citar a los que emplean esas palabras. Para los que dicen esto, el surrealismo ha muerto desde su nacimiento. Pero para mí el surrealismo ha sido siempre estimulante y no puedo considerar que esté muerto. Todo el trabajo que yo produzco actualmente posee la huella del surrealismo. Se me invita a participar en las exposiciones, que se continúan organizando. Los surrealistas tienen una galería en París, donde exponen los pintores que ellos descubren y que no son necesariamente aceptados por los negociantes de arte y por los otros pintores, pero que expresan perfectamente la idea surrealista.” En esta misma conferencia, aludía luego a los pintores y escritores que han abandonado el surrealismo para entregarse a una obra académica, afirmando que han servido su propia causa, no la del surrealismo. Aún en la exposición “Éros” (1959-1960), Man Ray participa con un soberbio texto: “Inventario de una cabeza de mujer”. En 1966, al morir André Breton, le envía este telegrama a Elisa: “Yo tendré siempre su poesía para consolarme”.
La bibliografía esencial de Man Ray se abre con su citado Autoportrait, traducido en España en 2004. Gran obra es 60 ans de libertés, editada por Arturo Schwarz en Losfeld, 1971, con textos claves de y sobre el artista; libertad, juego, amor y humor son los valores centrales de Man Ray que va analizando el ensayista italiano. Sobre la faceta de creador de objetos –Man Ray ha sido uno de los más importantes del surrealismo–, tenemos Objets de mon affection, 1983, con siete escritos suyos. En 1997, se publicó el muy completo Man Ray, directeur du mauvais movies (Musée National d’Art Moderne), con grandes textos suyos, en particular “Surréalisme et cinéma”, de 1965; este es el libro sobre Man Ray y el cine, del que merece extraerse la siguiente cita, contenida en su artículo sobre la materia publicado en L’Âge du Cinéma en 1951: “He sido surrealista antes de ser fotógrafo, y me precio de haber permanecido surrealista en el sentido más profundo de la palabra, tal como la han definido los que tan admirablemente han planteado los principios, comprendido el que hace del surrealismo un producto de todos los tiempos.” Sobre las fotografías de quien dijo que “la fotografía no es arte” (y que el arte, opuesto siempre por él a la poesía, es “la negación de la inspiración”), las monografías son incontables, con las rayografías enfocadas en un volumen de 2002, obra de Emmanuelle de l’Ecotais. Falta referirnos a su faceta pictórica, a mi juicio esencial, pese a que haya habido una equivocada tendencia a privilegiarlo como fotógrafo. Quien escribió el conmovedor “Je peins pour être aimé” cuenta con no pocos cuadros inolvidables y daba más importancia a su pintura que al resto de su obra. Susana Wald celebró al gran pintor que era en su cuadro de 1985 La mujer del nigromante. Otros homenajes pictóricos le han hecho William Copley en 1950, Roland Penrose en 1975 y Anthony Earnshaw en 1988, el de este titulado Observatory Time for a Second Time (after Man Ray). De 1978 es el metrónomo indestructible con una oreja Good-bye Mr. Man Ray, de Marcel Mariën, y de 1991 la caja de Allan Glass Tarati-Iti-Tara (For Man Ray). Her de Vries le ha hecho varios homenajes: Le cadeau renvoyé (1969), L’énigme de Man Ray (1994, en referencia al fundacional L’énigme d’Isidore Ducasse), This is not a Man Ray (1997), Avant-après (1995) y Le violon d’Ingres (2011), los dos últimos con la maravillosa foto de Kiki.
Entre los catálogos globales, nombraré el del Museu do Chiado de Lisboa, año 2000. Entre las monografías, destacan la de Roland Penrose, 1975, y la de Arturo Schwarz, 1977, esta titulada Man Ray, the rigour of the imagination. Un excelente texto sobre su pintura es el de Édouard Jaguer en un catálogo de 1988 publicado por la galería 1900-2000. En 2008, las ediciones Dilecta publicaron dos conferencias suyas acompañadas de un dvd en que la divina Juliet Man Ray visitaba su estudio parisino y recordaba a este hombre entrañable (This is Man Ray).
André Breton, en la exposición “Non-abstractions”, À l’Étoile Scellée, 1956, escribió el siguiente poema: “Le trappeur en chambre / Le duveteur des raisins de la vue / Le capteur de soleils et l’exalteur d’ombres / Le grand scrutateur du décor de la vie quotidienne / Le boussolier du jamais vu et le naufrageur du prévu / Le prince du déclic / Le matinier du goût / Le plafonneur des élegances / Le pilote des cerfs-volants –lèvres et cœurs– au-dessus de nos toits / Le dévideur de l’air en autant de serpentins de Riemann / Le désespoir du perroquet / Le jœur impassible / Mon ami Man Ray”.
Inscrito en su tumba de Montparnasse: “Unconcerned but not indifferent”.

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Dos adiciones: un homenaje en la revista Dream Helmet (1978), cercana al surrealismo, y el de pierre d. la en su Galería de personajes (2020):