Celebro hoy a uno de mis pintores predilectos, Clovis Trouille, cuya lujosísima monografía de las ediciones Melie-s vuelve a mis manos con la rara frecuencia con que lo hacen las de Toyen, Styrsky, Chirico o Tanguy. Esta vez ilustro la entrada de Caleidoscopio surrealista con las referencias que en ella se van desgranando. La primera es la de Remembrance, la pintura con que se cerraba el número tercero de La Révolution Surréaliste; opto por reproducir las dos páginas de la monografía de Clovis Prévost, en atención a las palabras del artista que la acompañan. Seguimos con el cuadro Mis funerales, sobre el que también hay jugosísimos comentarios suyos, y las pinturas en que aparece André Breton: Stigma diaboli (1960), El poeta rojo (1963) y La momia sonámbula (1942). En dos recortes vemos la carta que le escribió Ghérasim Luca y su "homenaje caligráfico" (1952). Luego, el artículo de Legrand en el catálogo de la exposición EROS (1959), los pequeños homenajes en TransformaCtion, la revista surrealista de John Lyle (1979), y en Ojo de Aguijón, que animaba Miguel Flores-Eloz en París (1987). Otras dos páginas del libro de Prévost reproducen las nada edificantes obras La inmenculada concepción y El buen confesor (1944). Por fin, la reseña de José-Maria Burnel en la revista de Sarane Alexandrian Supérieur Inconnu, con motivo de la retrospectiva en el Museo de las Artes de África y Oceanía (1999-2000).
|
Clovis Trouille, por Maurice Henry (1959) |
Clovis Trouille (1889-1975). “Gran maestro de ceremonias del todo está permitido”, Clovis Trouille pintaba “con ascuas de carbón” (André Breton). Su vitalidad, su erotismo, su desprecio de la muerte, su anarquismo, su rechazo absoluto del mercado artístico –todo ello conspira a hacer de Trouille un maestro incomparable. “Después de la guerra, después de las lecturas de Rimbaud, Sade, Lautréamont, me volví anarquista” (a estos nombres de “maestros modernos del espíritu nuevo” añadirá el de Raymond Roussel). De hecho, Trouille es un espíritu y un artista subversivo antes de encontrarse con los surrealistas. Aragon y Dalí lo descubrieron en una exposición de Artistas Revolucionarios, reproduciendo Le Surréalisme au service de la Révolution en su n. 3 (1931) Remembrance, alegoría perfectamente surrealista de la bestialidad bélica. Trouille fue cuarenta años maquillador en una fábrica de maniquíes de cera.
Amigo de los surrealistas –hasta el punto de firmar algunos de los más importantes tracts entre 1948 y 1951–, en 1947 participó en la exposición del grupo con un cuadro que causó sensación: Mis funerales, diciéndole Breton que había encontrado un gran tema a su medida: el amor y la muerte. A Breton lo metería en sus cuadros, como monje libidinoso (Stigma diaboli) y poeta terrorista “en busca del oro del tiempo a bordo de un planeta extraviado” (André Breton, el poeta rojo), apareciendo también, una escultura de su cabeza que a Breton le gustaba mucho, en La momia sonámbula. Otro que celebró a Trouille fue Ghérasim Luca; le escribió en 1952, haciéndole un “homenaje caligráfico” y diciéndole que había logrado “plantar entre los muslos del Aduanero Rousseau un par de cojones gigantes”. En el catálogo de otra de las grandes exposiciones del surrealismo, la de “Éros” (diciembre 59-enero 60), Legrand publicó un artículo acompañado de tres ilustraciones, celebrando sus treinta años de fidelidad a su pensamiento y a sus visiones. Asombra saber que su primera exposición individual tuvo lugar en... 1963, y es que Trouille es uno de los raros ejemplos entre los artistas de desprecio radical del mercado, de las prebendas y de las obras por encargo. ¡Valoraba tanto sus cuadros, dijo en una ocasión, que nadie se los podría comprar! Otro de sus rasgos fue el encono hacia el arte abstracto, que ejercía su dictadura en la mitad del siglo y que él veía como una de las glorias de la sociedad burguesa. Esta admirable frase suya va en ese sentido: “Un artista que no siente a la mujer no puede ser un buen artista”.
Así comentaba Clovis Trouille el fiasco de su exposición: “El fracaso comercial es para mí, espiritualmente, un éxito, y la venta, un triste signo de conformismo burgués, al haber considerado siempre mi pintura como anarquizante, anticuada y anticomercial”, añadiendo: “Me desintereso por completo de lo que los plumíferos de servicio puedan escribir sobre mi pintura”. Si la exposición solo se podía visitar con el catálogo de invitación, “para evitar todo escándalo blasfematorio”, el carácter subversivo de sus cuadros siguió manifestándose, y así, en 1976, el director de la revista bonaerense El Hemofílico es enviado varios meses a la cárcel por la dictadura militar al haber publicado en portada la reproducción de uno de sus cuadros.
En 1965 se publicaba en Pauvert la primera monografía sobre Trouille, obra de Jean-Marc Campagne. En 1979, la revista surrealista británica TransformaCtion le dedicó en su n. 9 un pequeño homenaje, acompañado de un texto suyo y de un recorte de prensa de 1972, en que se refiere cómo había rechazado la oferta de exponer en el Museo de Artes Decorativas de París, con estas palabras: “Llevo esperando 30 años para ser invitado a una exposición importante. Ahora, que ellos esperen por mí” (ya en el 59, o sea cuatro años después de que Max Ernst, Joan Miró y Hans Arp fueran consagrados en Venecia, escribía: “Nunca he trabajado con vistas a obtener un gran premio en una bienal de Venecia cualquiera, sino más bien para merecer diez años de prisión, que es lo que me parece interesante”). En 1987, es la vez de otra revista del surrealismo, Ojo de Aguijón, recordarlo en su n. 5, con citas e ilustraciones, explosivas tanto unas como otras.
En el citado año de 1972, había salido en Filipacchi un libro sobre su pintura, pero la maravilla llegó en 1999, cuando las ediciones Melie-s sacaron un impresionante volumen, preparado por Clovis Prévost, donde se encuentran admirablemente reproducidas sus obras, y acompañadas las más destacadas por los comentarios del propio artista. En enero de 2000 tuvo lugar una retrospectiva en el Museo de las Artes de África y de Oceanía de París, donde un escrito clavado en un muro advertía de que ciertos cuadros podían chocar (no digamos esas piezas maestras que son La inmenculada concepción o El buen confesor); en el n. 17 de Supérieur Inconnu, José-Maria Burnel hizo una buena reseña.
Sobre este soberbio personaje, también es valiosa la nota de Michel Boujut en el Dictionnaire général du surréalisme et de ses environs, donde se reproduce esta declaración suya: “Agradeceré siempre al surrealismo haber encontrado, en un momento inolvidable para mí, a hombres como Breton, Éluard, Crevel, Dalí, Arp, Char, Lely y tantos otros. Para mi gusto, el grupo era demasiado a menudo trastornado por querellas internas, pero era la noble lucha de ideas, y pese a ello, ¡nada más joven y más vivo!”
"Mi pintura es una fotografía, hecha a mano, de un sueño inconsciente".