miércoles, 1 de marzo de 2023

Giorgio de Chirico, el gran vidente

Idealmente me hubiera gustado publicar esta nota el 1 de marzo de 2022, centenario del primer número de la nueva serie de Littérature, en que aparecía la carta de Chirico justificando su pintura, y se reproducía El cerebro del niño junto a cinco sueños de André Breton, dedicados al artista-poeta. Lo hago con un año de retraso.

La celebración de Chirico que he preparado consta, aparte la entrada de Caleidoscopio surrealista, de dos artículos excepcionales y de una serie de homenajes plásticos, por Wilhelm Freddie, Alice Rahon, Emila Medková, Rik Lina, Susana Wald y Paul Cowdell. Los artículos son de 1963 y 1964, el primero por André Pieyre de Mandiargues (incluido en su Troisième belvédère) y el segundo por Marcel Lecomte (una de sus "crónicas" en la revista Synthèses, y algo más que una mera reseña de Hebdómeros); entre ambos, una reproducción de Naturaleza muerta evangélica, pintura de 1917 a que hace referencia Pieyre de Mandiargues.

Giorgio de Chirico (1888-1978). Quien veía a la pintura como “la más mágica de todas las artes” tuvo en los orígenes del surrealismo una influencia tan decisiva que solo cede ante la de Lautréamont. En 1916, Breton, desde el autobús en que viajaba, entrevé deslumbrado El cerebro del niño (1914), dispuesto en el escaparate de una galería (en 1950, Toyen maquillaría una foto y le abriría los ojos al personaje, apareciendo en el Almanach surréaliste du demi-siècle como “El despertar del Cerebro del niño”, sin que casi nadie lo percibiera, como referirá Breton en un artículo de la Revue Métapsychique publicado en 1953); cuatro años después, en el n. 11 de Littérature, encomia la pintura de Chirico, con quien, al igual que Éluard, va a cartearse, reproduciendo en el primer número de la nueva serie de la misma revista una importante misiva que Chirico le envía. Estamos en 1922, año en que Max Ernst lo incluye, convertido en estatua, en su cuadro Au rendez-vous des amis, junto a los miembros del grupo dadaísta-surrealista, y en que Breton presenta su exposición parisina. Al año siguiente, Breton le dedicará los cinco sueños de Clair de terre.
Pero Chirico está siguiendo ya una orientación muy diferente a la de sus pinturas metafísicas, que eran las que exaltaban a los surrealistas. Con todo, en el n. 1 de La Révolution Surréaliste –revista que llevó ilustraciones suyas en la mayoría de sus números, y que en este inauguraba la rúbrica de los relatos de sueños con uno suyo– es uno de los rostros que rodean a Germaine Berton, y en diciembre de 1924, de paso por París, aparece en las célebres fotos de la Central Surrealista. Al año siguiente, no falta en la primera exposición surrealista, de la galería Pierre, pero ese es también el año en que se rompe el equívoco, afirmando Breton en 1926 (“El surrealismo y la pintura”, La Révolution Surréaliste, n. 7) que llevaban cinco años desesperando de él. Ante la reacción de Chirico, quien, pese a volver al final de su vida a su gran época, odiará siempre a los surrealistas (aún en sus Mémoires, de 1965, los recordará como un “grupo de perezosos, de niños de papá y de abúlicos”), estos le organizan en 1928 una maligna exposición, titulada “Aquí yace Giorgio de Chirico” y acompañada de un panfleto de Aragon. En 1929, en cambio, se publica Hebdómeros (“el más fantástico libro escrito por un pintor” y “uno de los libros más soberbiamente personales que se nos haya ofrecido”, como escribe Pieyre de Mandiargues), con el gran Chirico de la metafísica de los lugares y de las cosas.
La influencia de Chirico en el surrealismo es impresionante. Max Ernst tomó en cierta manera su relevo. En Magritte fue de los escasísimos artistas que influyeron, y reconocidamente, desde que Marcel Lecomte, en 1923, le enseñó una simple reproducción de El canto de amor. A Tanguy le ocurrió en 1923 lo mismo que a Breton en 1916 (siendo además uno de los dos cuadros que lo hicieron bajarse del autobús, y lanzarlo a la aventura pictórica, también El cerebro del niño, entrevisto en la misma galería que Breton). Los cuadros de Brauner de los años 30 llevan la impronta metafísica. Mesens abandonó el interés por la música, cambiándolo por el de la pintura, desde que descubrió sus imágenes. Paul Nash dejó de hacer pintura de paisajes al conocer su obra en 1928. Jacques Lacomblez, a los 15 años, descubre el universo chiriquiano y pinta sus primeros cuadros. También Salvador Dalí y Wilhelm Freddie han hablado del impacto que les produjeron los cuadros del maestro de la extrañeza. “Una colosal inspiración”, dirá el segundo, que en 1941 pinta Los huevos de Giorgio de Chirico. Y esa inspiración tuvo un enorme alcance. Así, en 1982, Philip West responde a una entrevista en Caracas: “¿Que cómo me hice surrealista? Comencé a pintar dentro de un estilo realista romántico, pero un día, como una gran cantidad de artistas, me encontré con Giorgio de Chirico, no sé cómo ni por qué”, y Pieyre de Mandiargues, en su ensayo “El gran vidente” (Troisième belvédère), refiere cómo la visión de una pintura suya en un escaparate le reveló el arte moderno, del mismo modo que Joël Gayraud, ya en 2004, evoca el “sentimiento de revelación doblado de vértigo” que produjeron en sus años mozos los cuadros metafísicos: “De golpe, se me desmoronó esa lamentable mentira del arte como reproducción o imitación de lo real; incluso el cubismo, que pretendía mostrar los objetos bajo todas sus caras, evidenciaba ser una empresa irrisoria. La imaginación venía simplemente a imponerse como función que rige tanto la visión como el pensamiento, y, proyectado a la cima de un acantilado suspendido sobre el vacío, me vi frecuentando el misterio y la melancolía de una calle”. Citemos también tres homenajes plásticos: La sombra celestial. Homenaje a Giorgio de Chirico de Alice Rahon, Hommage à Chirico de Rik Lina (1982) y Homenaje a Chirico de Susana Wald (1997); y dos fotográficos: Chirico, de Emila Medková (1958), y De Chirico, de Paul Cowdell. La influencia de Chirico ha sido asimismo literaria, bastando nombrar a Crevel, quien dice que un día, en 1925, ante un cuadro de Chirico, tuvo al fin “la visión de un mundo nuevo”, o las prosas de Marcel Lecomte, quien le dedicó además en 1964 un texto extraordinario.
En la antología que César Moro publicó de los escritos chiriquianos en 1945, escribió estas palabras maestras: “Giorgio de Chirico debe ser considerado como uno de los grandes creadores de nuevos mitos en nuestra época. Como uno de los más grandes. Su aparición es tan insólita y, al mismo tiempo, tan natural como la aparición de la luna en una noche tormentosa; como el reflejo de esa misma luna iluminando a pérdida de vista los mármoles de un parque abandonado y secreto. Giorgio de Chirico nace en 1888 en Grecia. Llega a París en 1911. En 1913 expone por primera vez en el Salón de los Independientes. Guillaume Apollinaire lo saluda entusiastamente: «El pintor más sorprendente de la nueva generación». Hasta 1918 desarrolla una labor sin precedente en la historia de la Pintura. Frente al fenómeno Picasso, existe el fenómeno Chirico desenvolviéndose con una precisión milagrosa, con una lucidez sonámbula. Este período de la pintura de Chirico es el que reclama para sí el Movimiento Surrealista que sufre su influencia definitiva. A través del Surrealismo dicha influencia se proyecta sobre un importante sector de la pintura contemporánea. Más tarde el pintor sale del mundo hermético, y cuán angustioso, de las arcadas, de las locomotoras, de las chimeneas, de las estatuas en las plazas desiertas bajo cielos verdes y fuliginosos, de las oriflamas ondeando al cabo de torres inmensas.” De Hebdomeros afirma César Moro que es una “obra maestra en la que la línea divisoria entre el sueño y la vigilia, entre la imaginación y lo que se ha venido llamando realidad es una línea fluctuante, un índice incandescente más bien que una solución de continuidad. Nadie, en nuestros días, ha logrado, como Chirico, tal perfecto deslizarse entre las apariencias fantasmales, vivir en un clima (subjetivo, dirán los empedernidos dualistas) de parecida intensidad”.
Complementa la lectura de Hebdomeros la de los textos de 1911 a 1919 reunidos por Giovanni Lista con el título de L’art métaphysique, L’Échoppe, 1994. Entre ellos hay uno que comienza “Point de musique”, debiendo recordarse que los surrealistas publicaron en el n. 5 de Minotaure su extraordinario artículo de 1924 “Sur le silence”. Más textos del primer Chirico hay en en Poèmes Poésie (1981) y en el catálogo del Musée National d’Art Moderne (1983), donde se incluye un dossier clave, “De Chirico y los surrealistas”, que reproduce los escritos de los surrealistas sobre él. Su obra artística del período 1908-1924 fue catalogada en 1984 por Maurizio Fagiolo, quien al año siguiente publicó Il mecanismo del pensiero. Critica, polemica, autobiografia 1911-1943.
“Nosotros, que conocemos los signos del alfabeto metafísico, sabemos qué goces y qué dolores están encerrados en un pórtico, en la esquina de una calle, entre los muros de una habitación o en el interior de una caja.”

Wilhelm Freddie, Los huevos de Giorgio de Chirico (1941)

Alice Rahon, La sombra celestial.
Homenaje a Giorgio de Chirico 
(1945)


Emila Medková, Chirico, 1958


Rik Lina, Ariadna. Homenaje a Chirico (1982)


Susana Wald, Homenaje a De Chirico, 1987


Paul Cowdell, Chirico