Idealmente me hubiera gustado publicar esta nota el 1 de marzo de 2022, centenario del primer número de la nueva serie de Littérature, en que aparecía la carta de Chirico justificando su pintura, y se reproducía El cerebro del niño junto a cinco sueños de André Breton, dedicados al artista-poeta. Lo hago con un año de retraso.
La celebración de Chirico que he preparado consta, aparte la entrada de Caleidoscopio surrealista, de dos artículos excepcionales y de una serie de homenajes plásticos, por Wilhelm Freddie, Alice Rahon, Emila Medková, Rik Lina, Susana Wald y Paul Cowdell. Los artículos son de 1963 y 1964, el primero por André Pieyre de Mandiargues (incluido en su Troisième belvédère) y el segundo por Marcel Lecomte (una de sus "crónicas" en la revista Synthèses, y algo más que una mera reseña de Hebdómeros); entre ambos, una reproducción de Naturaleza muerta evangélica, pintura de 1917 a que hace referencia Pieyre de Mandiargues.
Giorgio de Chirico (1888-1978). Quien veía a la pintura como “la
más mágica de todas las artes” tuvo en los orígenes del surrealismo una
influencia tan decisiva que solo cede ante la de Lautréamont. En 1916, Breton,
desde el autobús en que viajaba, entrevé deslumbrado El cerebro del niño (1914), dispuesto en el escaparate de una
galería (en 1950, Toyen maquillaría una foto y le abriría los ojos al
personaje, apareciendo en el Almanach
surréaliste du demi-siècle como “El despertar del Cerebro del niño”, sin que casi nadie lo percibiera, como referirá
Breton en un artículo de la Revue
Métapsychique publicado en 1953); cuatro años después, en el n. 11 de Littérature, encomia la pintura de
Chirico, con quien, al igual que Éluard, va a cartearse, reproduciendo en el
primer número de la nueva serie de la misma revista una importante misiva que
Chirico le envía. Estamos en 1922, año en que Max Ernst lo incluye, convertido
en estatua, en su cuadro Au rendez-vous
des amis, junto a los miembros del grupo dadaísta-surrealista, y en que
Breton presenta su exposición parisina. Al año siguiente, Breton le dedicará
los cinco sueños de Clair de terre.
Pero Chirico está siguiendo ya
una orientación muy diferente a la de sus pinturas metafísicas, que eran las
que exaltaban a los surrealistas. Con todo, en el n. 1 de La Révolution Surréaliste –revista que llevó ilustraciones suyas en
la mayoría de sus números, y que en este inauguraba la rúbrica de los relatos
de sueños con uno suyo– es uno de los rostros que rodean a Germaine Berton, y
en diciembre de 1924, de paso por París, aparece en las célebres fotos de la
Central Surrealista. Al año siguiente, no falta en la primera exposición
surrealista, de la galería Pierre, pero ese es también el año en que se rompe
el equívoco, afirmando Breton en 1926 (“El surrealismo y la pintura”, La Révolution Surréaliste, n. 7) que llevaban cinco años desesperando de
él. Ante la reacción de Chirico, quien, pese a volver al final de su vida a su
gran época, odiará siempre a los surrealistas (aún en sus Mémoires, de 1965, los recordará como un “grupo de perezosos, de
niños de papá y de abúlicos”), estos le organizan en 1928 una maligna
exposición, titulada “Aquí yace Giorgio de Chirico” y acompañada de un panfleto
de Aragon. En 1929, en cambio, se publica Hebdómeros
(“el más fantástico libro escrito por un pintor” y “uno de los libros más
soberbiamente personales que se nos haya ofrecido”, como escribe Pieyre de
Mandiargues), con el gran Chirico de la metafísica de los lugares y de las
cosas.
La influencia de Chirico en el
surrealismo es impresionante. Max Ernst tomó en cierta manera su relevo. En
Magritte fue de los escasísimos artistas que influyeron, y reconocidamente,
desde que Marcel Lecomte, en 1923, le enseñó una simple reproducción de El canto de amor. A Tanguy le ocurrió en
1923 lo mismo que a Breton en 1916 (siendo además uno de los dos cuadros que lo
hicieron bajarse del autobús, y lanzarlo a la aventura pictórica, también El cerebro del niño, entrevisto en la
misma galería que Breton). Los cuadros de Brauner de los años 30 llevan la
impronta metafísica. Mesens abandonó el interés por la música, cambiándolo por
el de la pintura, desde que descubrió sus imágenes. Paul Nash dejó de hacer
pintura de paisajes al conocer su obra en 1928. Jacques Lacomblez, a los 15
años, descubre el universo chiriquiano y pinta sus primeros cuadros. También Salvador
Dalí y Wilhelm Freddie han hablado del impacto que les produjeron los cuadros del
maestro de la extrañeza. “Una colosal
inspiración”, dirá el segundo, que en 1941 pinta Los huevos de Giorgio de
Chirico. Y esa inspiración tuvo un enorme alcance. Así, en 1982, Philip
West responde a una entrevista en Caracas: “¿Que cómo me hice surrealista?
Comencé a pintar dentro de un estilo realista romántico, pero un día, como una
gran cantidad de artistas, me encontré con Giorgio de Chirico, no sé cómo ni
por qué”, y Pieyre de Mandiargues, en su ensayo “El gran vidente” (Troisième belvédère), refiere cómo la
visión de una pintura suya en un escaparate le reveló el arte moderno, del
mismo modo que Joël Gayraud, ya en 2004, evoca el “sentimiento de revelación
doblado de vértigo” que produjeron en sus años mozos los cuadros metafísicos:
“De golpe, se me desmoronó esa lamentable mentira del arte como reproducción o
imitación de lo real; incluso el cubismo, que pretendía mostrar los objetos
bajo todas sus caras, evidenciaba ser una empresa irrisoria. La imaginación
venía simplemente a imponerse como función que rige tanto la visión como el
pensamiento, y, proyectado a la cima de un acantilado suspendido sobre el vacío,
me vi frecuentando el misterio y la
melancolía de una calle”. Citemos también tres homenajes plásticos: La sombra celestial. Homenaje a Giorgio de
Chirico de Alice Rahon, Hommage à
Chirico de Rik Lina (1982) y Homenaje
a Chirico de Susana Wald (1997); y dos fotográficos: Chirico, de
Emila Medková (1958), y De Chirico, de Paul Cowdell. La influencia de
Chirico ha sido asimismo literaria, bastando nombrar a Crevel, quien dice que
un día, en 1925, ante un cuadro de Chirico, tuvo al fin “la visión de un mundo
nuevo”, o las prosas de Marcel Lecomte, quien le dedicó además en 1964 un texto
extraordinario.
En la antología que César Moro
publicó de los escritos chiriquianos en 1945, escribió estas palabras maestras:
“Giorgio de Chirico debe ser considerado como uno de los grandes creadores de
nuevos mitos en nuestra época. Como uno de los más grandes. Su aparición es tan
insólita y, al mismo tiempo, tan natural
como la aparición de la luna en una noche tormentosa; como el reflejo de esa
misma luna iluminando a pérdida de vista los mármoles de un parque abandonado y
secreto. Giorgio de Chirico nace en 1888 en Grecia. Llega a París en 1911. En
1913 expone por primera vez en el Salón de los Independientes. Guillaume
Apollinaire lo saluda entusiastamente: «El pintor más sorprendente de la nueva
generación». Hasta 1918 desarrolla una labor sin precedente en la historia de la
Pintura. Frente al fenómeno Picasso, existe el fenómeno Chirico
desenvolviéndose con una precisión milagrosa, con una lucidez sonámbula. Este
período de la pintura de Chirico es el que reclama para sí el Movimiento
Surrealista que sufre su influencia definitiva. A través del Surrealismo dicha
influencia se proyecta sobre un importante sector de la pintura contemporánea.
Más tarde el pintor sale del mundo hermético, y cuán angustioso, de las
arcadas, de las locomotoras, de las chimeneas, de las estatuas en las plazas
desiertas bajo cielos verdes y fuliginosos, de las oriflamas ondeando al cabo
de torres inmensas.” De Hebdomeros afirma
César Moro que es una “obra maestra en la que la línea divisoria entre el sueño
y la vigilia, entre la imaginación y lo que se ha venido llamando realidad es
una línea fluctuante, un índice incandescente más bien que una solución de
continuidad. Nadie, en nuestros días, ha logrado, como Chirico, tal perfecto
deslizarse entre las apariencias fantasmales, vivir en un clima (subjetivo, dirán los empedernidos
dualistas) de parecida intensidad”.
Complementa la lectura de Hebdomeros la de los textos de 1911 a
1919 reunidos por Giovanni Lista con el título de L’art métaphysique, L’Échoppe, 1994. Entre ellos hay uno que
comienza “Point de musique”, debiendo recordarse que los surrealistas
publicaron en el n. 5 de Minotaure su
extraordinario artículo de 1924 “Sur le silence”. Más textos del primer Chirico
hay en en Poèmes Poésie (1981) y en el catálogo del Musée National d’Art Moderne (1983), donde
se incluye un dossier clave, “De Chirico y los surrealistas”, que
reproduce los escritos de los surrealistas sobre él. Su obra artística del
período 1908-1924 fue catalogada en 1984 por Maurizio Fagiolo, quien al año
siguiente publicó Il mecanismo del
pensiero. Critica, polemica, autobiografia 1911-1943.
“Nosotros, que conocemos los
signos del alfabeto metafísico, sabemos qué goces y qué dolores están
encerrados en un pórtico, en la esquina de una calle, entre los muros de una
habitación o en el interior de una caja.”
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Wilhelm Freddie, Los huevos de Giorgio de Chirico (1941) |
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Alice Rahon, La sombra celestial. Homenaje a Giorgio de Chirico (1945) |
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Emila Medková, Chirico, 1958 |
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Rik Lina, Ariadna. Homenaje a Chirico (1982) |
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Susana Wald, Homenaje a De Chirico, 1987 |
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Paul Cowdell, Chirico |