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Robert Delaunay, El poeta Philippe Soupault (1922) |
Aunque acabara consagrándose a la carrera literaria y a los trabajos periodísticos, Philippe Soupault es una figura crucial del surrealismo.
Junto a la semblanza que le dediqué en Caleidoscopio surrealista, hoy aporto dos joyas bibliográficas, entre las mejores páginas que se le han dedicado. Por una parte, el capítulo de Sarane Alexandrian en su clásico Le surréalisme et le rêve, donde abre el apartado titulado "La poesía a la orden de la noche", seguido de Péret (¡estudio admirable!), Roger Vitrac, Georges Limbour, Jacques Prévert y René Char. Por otra, la de Georges Sebbag en el maravilloso libro Memorabilia. Constellations inaperçues. Dada & Surréalisme. 1916-1970, donde Sebbag lo inserta en la constelación del "punto sublime", pero en su caso descubriéndonos unos dibujos automáticos que Soupault hizo en 1948, casi treinta años después de que fundara con André Breton el automatismo, sobre el cual Sebbag vuelve a ofrecer una sutil indagación.
Philippe Soupault (1897-1990).
En 1917, Apollinaire hace que se conozcan Breton y Soupault, creándose el trío
Breton-Aragon-Soupault, que van a ser los directores de Littérature,
fundada dos años después. En el número de octubre aparece Les champs
magnétiques, que Breton y Soupault han redactado en quince días. Poeta,
Soupault publica en 1917 Aquarium y en 1919 Rose des vents, componiendo
por estos años el encantador “Westwego”. Del 19 son sus magníficos Épitaphes,
dedicados a sus amigos (Cravan, Ribemont-Dessaignes, Picabia, Fraenkel, Marie
Laurencin, Aragon, Éluard, Tzara y Breton), y del 21 las Chansons,
celebradas por Jacques Baron. En 1920, Tzara ha llegado a París y Breton y
Soupault representan S’il vous plaît y Vous m’oublierez, intentos
de teatro automático. Pero desde el año 23, Soupault se pone a escribir novelas
–una decena del 23 al 29–, bastante ajenas al surrealismo, y se orienta al
periodismo (dirigiría siete años la Revue Européenne), aparte hacer
cosas como, en ese mismo año de 1923, rendirle homenaje a Proust en La
Nouvelle Revue Française. Ello,
y sobre todo su negativa al compromiso político, acaba por separarlo del grupo
en 1926. Una edición, al año siguiente, de Lautréamont, recibiría, por sus
ligerezas, una respuesta conjunta de
Aragon, Breton y Éluard (Lautréamont envers et contre tout), pero debe
resaltarse que Soupault no entró en el abominable Un cadavre (1930). Se dedicará el resto de su vida a la carrera
periodística, recordando a veces sus años juveniles, en ocasiones con no pocos
disparates por medio, como cuando en 1967 provocaron sus insensateces y
charlatanadas las puntualizaciones de Legrand, Schuster y José Pierre (Holà!), quienes aconsejan a sus lectores
que “por piedad hacia M. Soupault, por el poeta que fue a veces, no le pidan nada más” (este texto lo
reproduce José Pierre en Tracts, con
un comentario poniéndolo de vuelta y media). En un reciente libro sobre el
futurismo y el dadaísmo, Soupault llegaba a decir que “Duchamp y Picabia fueron
caricaturistas, Arp y Tzara tipógrafos”. Los amigos de Breton recordarán a
propósito de todas estas “soupaultadas” un comentario verbal de quien muy bien
lo conocía: “¡Qué cerebro con corrientes de aire!”. Marcel Mariën, por aquel
entonces, lo llamaba “el buitre domesticado”.
En conjunto, Soupault –por lo
demás un gran personaje– es para el surrealismo, ante todo, el autor, con
Breton, de Les champs magnétiques, al que dio una contribución esencial,
por estar más liberado que este de las referencias simbolistas. No sorprende
que en 1948, cuando una traductora alemana del libro se lo haga releer,
comience a trazar dibujos automáticos, algo que ya había hecho en 1919; estos
dibujos son abordados por Georges Sebbag en Memorabilia,
viéndolos como “réplicas aún tenaces a la onda de choque original” de ese
“verdadero seísmo en poesía” que fueron Los
campos magnéticos.
En Le surréalisme et le rêve,
Sarane Alexandrian le dedica un magnífico capítulo: “Philippe Soupault o el
sueño del autómata”, donde, señalando sus debilidades, el carácter tan solo
“literario” de su obra, destaca entre sus novelas Le bon apôtre (1923), À
la derive (1923) y Le voyage d’Horace Pirouelle (1924), así como sus
poesías “en lo que tienen de improvisación” y su autobiografía Histoire d’un
blanc, inserta en el tomo segundo de las Mémoires de l’oubli. Los
dos primeros tomos de esta obra merecen ser leídos por los amantes del
surrealismo, ya que van de 1914 a 1926, incluyendo pues su etapa
dadaísta-surrealista. A las obras nombradas por Alexandrian sumaríamos Les
dernières nuits de Paris, 1928 (reed. 1997), que hay que conectar, aunque a
distancia, con Nadja y El campesino de Paris.
En 2006 se publicó en Gallimard Littérature
et le reste. 1919-1931,
cuya lectura se completa con la de los Écrits
sur la peinture, conjuntos ambos en que se mezcla lo mejor con lo peor. Como obra colectiva, nombraré el
volumen Philippe Soupault. L’ombre frissonant, editado por Jean-Michel
Place en 2000 con dos textos de Georges Sebbag y bibliografía al día. Entre 1994 y 2000 se publicaron tres Cahiers Philippe Soupault, editados por la Association des Amis de Philippe
Soupault.
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Como descubro que Memorabilia se publicó un año antes de que yo pudiera en marcha Surrint, no me resisto a reproducir la inteligente y entusiasta reseña que hizo Dominique Rabourdin en el número 97 de Infosurr (enero-febrero de 2011) de este muy bello libro que veo puede conseguirse aún a buen precio:
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Contraportada de Memorabilia (la carta del juego de Marsella oculta por capricho mío el código de barras) |