domingo, 26 de febrero de 2023

Homenajes a Marcel Duchamp (1)

Los homenajes de todo tipo que se han dedicado a Marcel Duchamp son incontables, pero yo he seleccionado 21 entre los que pertenecen a figuras del surrealismo y sus alrededores.

En 1971 se publicaba un homenaje colectivo cuyas imágenes pueden verse en el siguiente enlace.

En 1991, la galería 1900-2000, tan importante para el surrealismo, y que se origina en 1972, cuando Man Ray animó al gran Marcel Fleiss a abrir un espacio dedicado al arte fuera de las modas y que tuvo en 40 rayografías suyas su entrada en fuego, dedicó una exposición a piezas inspiradas en los clásicos de Duchamp. Aún puede obtenerse directamente el catálogo, así como muchos verdaderamente estupendos de esta galería modélica. En el que nos concierne, hay unas 150 obras y las introducciones son espléndidas, por Édouard Jaguer y Jean-Jacques Lebel; las hubiéramos reproducido aquí si el catálogo fuera a estas alturas difícil de obtener.

Parte de las imágenes que ponemos vienen de ese catálogo, pero otras, y de las más significativas, como las de Gaston Puel (que acompaño de su descripción en uno de los catálogos de subasta de Claude Oterello), Roberto Matta, Wolfgang Paalen, Eugenio Granell, Hans Bellmer, Isabelle Waldberg, Jean Terrossian, Maurice Henry o Alan Glass, no. Las ordenamos más o menos cronológicamente.

Roberto Matta, Los solteros veinte años después, 1937

Jacques Hérold, Objet votif à Marcel Duchamp, 1947



Wolfgang Paalen, La clef Duchamp, 1950

E.F. Granell, El rey y la reina buscan a Marcel Duchamp, 1957

Hans Bellmer, Retrato de Marcel Duchamp, 1959

Jiri Kolar, Retrato de Marcel Duchamp, 1959

Jiri Kolar, Tablero de dibujo de Marcel D., 1961

Isabelle Waldberg, 
Portrait abstrait de Marcel Duchamp, 1960

Isabelle Waldberg, Marcel Duchamp, 1958-1978

Henri Ginet, Le voyage de noce en Colchide, 1969

Maurice Henry, Hommage à Marcel Duchamp, 1965

Jean Terrossian, Duchamp libre,1974

Jean-François Bory,
Bonjour, Mr. Duchamp, 1976

Marcel Mariën, After Duchamp et entre-temps, 1978

Dream Helmet, n. 1, 1978

Marcel Duchamp (1887-1968). Figura mítica del arte del siglo XX, Marcel Duchamp fue otro amigo de los surrealistas, al modo de Picabia y Arp, ya que tenía en común con ellos ser mayor que los jóvenes que crearon el surrealismo. De hecho, Duchamp se forja en el post-impresionismo y en el cubismo y pasa por el futurismo y el dadaísmo, movimiento este al cual se lo asocia tanto como al surrealismo. Es, ante todo, una figura única, sin paralelos, inventor del “ready-made” y autor de dos de las obras más enigmáticas y trascendentes del siglo: el Grand verre y Étant donnés. Su influencia ha sido enorme, aunque ello dio lugar a un torrente devastador de arte (o “anti-arte”) pretencioso, hueco e insufrible; Marcel Mariën consideraba su posteridad “absurda y consternadora”, y puede acusársele, bajo la fachada de la indiferencia, de haberse museificado a sí mismo en su mausoleo del Museo de Filadelfia, convertido como estaba en el autoconservador de los mínimos vestigios de su “obra”, en vez de haberse desinteresado de la perennidad o del destino de sus “invenciones” e “intervenciones”.
Al igual que Crevel, Duchamp se orienta al fundador del surrealismo en la bifurcación Tzara-Breton. Corre el año 1922 cuando la revista Littérature publica en su n. 5 un texto de su alter-ego Rrose Sélavy y el primer ensayo crítico importante sobre su obra. Autor: André Breton, quien ya aquí lo encumbró definitivamente, debiendo decirse que durante muchísimo tiempo solo Breton y los surrealistas se tomaron en serio a Duchamp, y hasta habría que especificar que los surrealistas de París, ya que hay un bastante indicativo silencio de los tan “inteligentes” surrealistas belgas en torno a él. Al año siguiente, Duchamp “inacaba” su Verre, pero habrá que esperar a 1934 para que, en el n. 6 de Minotaure (cuya portada llevó uno de sus rotorrelieves, considerados por Alexandrian su primera obra “en un espíritu surrealista”, al apelar “a lo maravilloso”, y que en 1926 originaron su película Anémic cinéma), el propio Breton publique el primer ensayo sobre esta obra insoslayable, ensayo que es la base de todos los demás: “Phare de la marié” (poco antes, Breton, en el n. 5 de Le Surréalisme au service de la Révolution, había publicado extractos de La Boîte verte, con sus notas sobre la obra). La admiración de Breton hacia Duchamp era recíproca, afirmando Duchamp en una ocasión: “Breton es un hombre de mi mismo orden, hay una comunidad de visión que compartimos”.
Tras participar en las exposiciones de Tenerife y Londres, y en la de objetos surrealistas de la galería Ratton, Duchamp se convierte en el hombre de confianza de los surrealistas a la hora de preparar sus grandes exposiciones, en particular las de 1938, 1942 (en Nueva York), 1947 y 1959, y no preparó también la de 1965 por el desliz de haber invitado por su cuenta y riesgo al inaceptable Dalí (de quien era un gran apreciador), cuando organizó con Breton la exposición neoyorquina de 1960. En la del 38 fue “generador-árbitro”, ideando el techo con los mil doscientos sacos de carbón colgados sobre un brasero, el horno eléctrico en el que se tostaban granos de café brasileño, los porta-revólveres para colgar los dibujos y la calle de Todos los Diablos, y encargándose de uno de los maniquíes callejeros. En la neoyorquina (“First papers”), organizada por él y Breton, urdió su carácter laberíntico (con un kilómetro y medio de cuerda, que obstaculizaba el acceso a las obras), diseñó la cubierta del catálogo (en portada la foto de unas perforaciones dejadas por cinco disparos que realizó sobre el muro de la casa de campo de Kurt Seligmann y en la contraportada el título sobre fondo de queso gruyere) e ideó los “retratos-compensación” de los exponentes, tomados del stock de fotomatones de un fotógrafo de barrio, que los estaba vendiendo en saldo; Duchamp formó parte en Nueva York, además, del consejo de la revista VVV, con Breton y Max Ernst, realizando la portada del número 2-3 (Breton, además, presentó el número Duchamp de la revista View). En la exposición del 47, vuelve a ser decisivo, además exponiendo su Rayo verde y ejecutando el altar de “El controlador de la gravedad”, aparte de nuevamente encargarse de la cubierta del catálogo, en portada un seno de caucho y en contraportada la frase “Prière de toucher”. La de “Éros” señalaba ya desde la primera página de su catálogo que estaba dirigida por André Breton y Marcel Duchamp, con su autorretrato dibujado-esculpido como primera ilustración. En 1952, Breton afirmaba en Entretiens: “Duchamp siempre disfrutó por parte de los surrealistas, y de mí en particular, de un prestigio único, tanto por el genio que testimoniaban todas sus intervenciones en el plano artístico y del anti-arte como por su liberación ejemplar de toda la servidumbre y miserias que son el tributo de las actividades artísticas propiamente dichas”.
Merece anotarse también la realización de la puerta de cristal con la silueta de una pareja que hizo para la Galería Gradiva, abierta por Breton en 1937, así como, en 1945, el montaje, con Enrico Donati, de los dos escaparates de la librería Brentano con motivo de la aparición de Arcane 17 y de Le surréalisme et la peinture, montaje que provocó las iras de la Sociedad para la Supresión del Vicio y de la puritana Liga de Mujeres, siempre al acecho censor en el país del dólar, en una acción adelanto de las agresiones al surrealismo que emprendería el feminismo universitario pocas décadas después.
En 1955, el primer número de la revista Médium daba a conocer la puerta de Marcel Duchamp, a la vez abierta y cerrada, en dos dibujos que acompañaban el juego del “Ouvrez-vous?”, y un año después Duchamp confeccionaba la portada del primer número de Le Surréalisme, même, valiéndose de la fotografía de la moldura Hoja de viña femenina, una de las piezas que preparaban Étant donnés, la obra en que trabajó de 1946 a 1966 cuando se pensaba que había dejado toda actividad artística.
En las Conversaciones con Marcel Duchamp de Pierre Cabanne (1967, traducidas en el 72 al español, un libro de lectura obligatoria varias veces en la vida), Duchamp explica así su “posición con respecto a la pintura surrealista”: “Muy buena. Pero nunca me gustó su forma de adherirse a lo que existía, o sea, la abstracción. No me refiero a los primeros pintores, como Max Ernst, Magritte o Dalí; hablo de los seguidores, los de 1940. Se trataba ya de un viejo surrealismo... En el fondo el surrealismo sobrevivió porque no era una escuela pictórica. No es una escuela de arte visual como las demás. No es un ismo ordinario, porque este ismo va hasta la filosofía, la sociología, la literatura, etc.” A la pregunta (tonta) de cómo aceptaba una persona tan independiente el “enrolamiento” en el surrealismo, responde: “No se trataba de un enrolamiento, yo había sido sacado del mundo ordinario por los surrealistas. Me apreciaban mucho. Breton me apreciaba mucho; nos encontrábamos bien juntos. Tenían mucha confianza en las ideas que yo podía aportar, que no eran antisurrealistas, pero que no siempre eran, tampoco, surrealistas.” Estas entrevistas fueron realizadas en 1966, muy poco antes de morir Breton, mientras que al año siguiente decía, para liquidar equívocos: “Siempre he dicho que sentía hacia Breton un gran reconocimiento por su comprehensión en una época en que él era el único que me desvelaba a mí mismo. No repudio por tanto nada de lo que ha escrito sobre mí. El n. 1 de L’Archibras recoge su homenaje, respondiendo a la pregunta sobre lo que considera ser “lo esencial sobre Breton”: “No he conocido hombre con una mayor capacidad de amor, con un mayor poder de amar la grandeza de la vida, y no se comprenderá nada de sus odios si no se sabe que se trataba para él de proteger la calidad misma de su amor de la vida, de lo maravilloso de la vida. Breton amaba como un corazón late. Era el amante del amor en un mundo que cree en la prostitución. Ese es su signo.” Y con respecto al surrealismo: “Nunca me he asociado a la exploración en equipo de esas tierras desconocidas, a causa de una suerte de imposibilidad de carácter en cuanto a intercambiar lo más íntimo de mi ser con nadie. Y además, yo era quince años mayor que ellos. Pero ninguna de sus tentativas de traspasar las puertas del misterio me dejaba indiferente o me eran ajenas. El surrealismo fue una formidable aventura de la que los espíritus tranquilos solo retendrán sin duda el folklore insólito”. En la primera página del n. 6 de la misma revista, el grupo surrealista señalará su propia partida, con unas líneas de Jean Schuster.
La bibliografía duchampiana es magnífica: Breton, Alexandrian, Michel Carrouges (con cuyas interpretaciones extravagantes –algo que tanto divertía al artista– polemizó espléndidamente Jehan Mayoux en Bizarre, 1955, texto recogido en el tomo quinto de sus obras), Robert Lebel (que lo conoció bien), Octavio Paz, Alain Jouffroy, Jean Suquet (estudios capitales), Arturo Schwarz (con varios trabajos que culminan en L’œuvre complète de Marcel Duchamp, 2000), Jean-Christophe Bailly, Franklin Rosemont (“Marcel Duchamp y nuevas formas de oposición heterodoxa”, en el n. 4 de Arsenal). Libro de sumo interés es, pese a firmarlo Jean Clair, Duchamp et la photographie (1977). También son numerosos los homenajes creativos a su obra y a su figura, como el Objet votif à Marcel Duchamp de Jacques Hérold (1947), la pintura La clef Duchamp de Wolfgang Paalen (1950), la escultura en bronce de Isabelle Waldberg Portrait abstract de Marcel Duchamp (1960, a la que debe añadirse la cabeza en bronce sobre tablero de ajedrez, 1958-1978), la caja Adieu Léonard bonjour Marcel de Maurice Henry (1965) y el poema “To baîller or not to éternuer” de Ted Joans (1992). Muchos más hay en el catálogo de la galería 1900-2000 After Duchamp, publicado en 1991 con estudios de Édouard Jaguer y Jean-Jacques Lebel que hay que añadir a los antecitados.
Robert Lebel dijo una vez que Duchamp era inimaginable haciendo vidrieras de iglesias, lo que señala en efecto su diferencia con infinidad de artistas que pasaron por el surrealismo para acabar poniéndose al servicio de las instituciones, estatales o eclesiásticas, abominadas por el surrealismo.
Una lujosa revista, Étant donné, existió entre 1999 y 2011, con diez números, publicada por la Association pour l'Etude de Marcel Duchamp. Los escritos de Duchamp están editados en su totalidad, con los de Duchamp du signe (1975) organizados por su especialista, el ridículo antisurrealista Michel Sanouillet. Catálogos ricos hay muchos, como el publicado en Madrid en 1989. En México, Era editó en 1968 un precioso “libro-maleta” diseñado por Vicente Rojo “a la manera de Marcel Duchamp” (o sea, de su Boîte-en-valise de 1941), con un ensayo de Octavio Paz, textos seleccionados por este (entre ellos la carta a Breton de 1954 comentándole el libro de Carrouges y despidiéndose con un “Téngame al corriente de los debates en Médium”), un álbum fotográfico, un sobre con reproducciones, diversos documentos.
“En el fondo de una mina, Rrose Sélavy prepara el fin del mundo” (Robert Desnos).