Alain Joubert, por Nicole Espagnol |
Este correo de ultratumba contenía la preciosa colección poética de L'Autre côté des nuages y las Chroniques de La Boîte noire. El primero de estos libros yo lo pedí y reseñé en "Surrealismo internacional"; en cambio, poco proclive a las novelas negras (exceptuadas las de Chandler, que me debo haber leído unas siete veces, y por supuesto las de Léo Malet), no llegué a encargar el segundo de estos libros, temeroso de que fueran meras reseñas de novelas francesas desconocidas. Craso error, ya que lo que hace Joubert es tomar diferentes novelas (francesas o traducidas) e irse por los cerros de Úbeda, o si se prefiere por los más variados caminos de la poesía, el humor, la fantasía y el desafío, sin que tenga la mínima importancia para el lector conocer o no esas novelas. Se trata pues de un libro Joubert cien por cien, con su estilo y desparpajo inimitables, a partir de la ingeniosa idea de que cada uno de estas novelas que lo incitan tiene su "caja negra", reveladora.
Son crónicas aparecidas en La Quinzaine Littéraire entre los años 2002 y 2004. Joubert nos descubre que se aficionó a esta forma literaria desde casi niño, para lo que fue decisiva la célebre Série noire del viejo surrealista Marcel Duhamel (fundada en 1945), aunque sin olvidar la saga de Fantomas y al citado Malet; sumados luego un Boris Vian o un Manchette, se consiguió así, a su juicio, dar un nuevo vigor al exangüe género novelístico.
Estas son páginas que se leen de un tirón, escritas con ese tono conversacional, esa vivacidad, ese dinamismo y esa versatilidad tan suyos y tan llenos de frescura que se van a echar muy en falta en años venideros, por no decir que se echan en falta ya, puesto que las intervenciones de Joubert eran asaz frecuentes.
Polemista nato, Joubert salpica sus crónicas de puntualizaciones por lo general certeras: al arte pop, al "body art", al situacionismo y al caduco Vaneigem, a los intentos de "institucionalización" del surrealismo, a la "escritura femenina" o "feminista" ("¡qué horror!", identificándose en la cuestión con Annie Le Brun), al "trabajo sobre el lenguaje" ("¡qué horrible fórmula!"; y yo recordaría al poeta neorrealista Carlos de Oliveira, que se hizo una antología titulada Trabalho poético, pero aquí me cuesta no citar a Joubert por extenso: "Están persuadidos, estos desdichados, de que el trabajo sobre el lenguaje (¡qué horrible fórmula!) conduce derecho a la poesía, y no se dan cuenta de que es la libertad del lenguaje lo que les ofrece su lecho. Se afanan cuando hay que ser aéreo, se toman en serio cuando hay que abrirse a la fantasía (incluso grave), se aferran desesperadamente a lo que llaman lo real cuando se trata de añadir una dimensión al universo interior. Se los escucha religiosamente, lo que es muy mala señal. Pasemos de largo. Hay como un olor a moho"). Hay al final del libro incluso una crónica demoledora, titulada "Castrorama", en que ajusta cuentas definitivas al terrorífico régimen cubano, cuyas primeras infamias no dejó en su tiempo pasar la compañera de Joubert, Nicole Espagnol; son páginas perfectas, que siempre serán necesarias, cuando algunos surrealistas o cercanos al surrealismo han sido y siguen siendo complacientes con dicho régimen (y Joubert no deja de nombrar al sobrevalorado Dionys Mascolo).
Aflora también aquí y allí el Joubert cinéfilo, que capta de inmediato la autenticidad y valía del cine de un Kaurismaki o un Svankmajer. Y hay apuntes muy finos sobre Duchamp, Mayoux, la irreductibilidad bretoniana o el género musical, señalándose una vez más desde posturas surrealistas las limitaciones de la música instrumental, pero a la vez mostrando simpatía hacia el gran Jack Teagarden en contraste con la hostilidad hacia el misticismo ridículo de un titán del jazz como Coltrane.
El libro se enriquece maravillosamente con 17 "imágenes-ecos" de Nicole Espagnol, a cuya incisiva mirada fotográfica nos hemos referido en otras ocasiones.
Dedicándome su libro "con una mirada cómplice", y cerrando su carta con un "Amistosamente y en toda complicidad", Alain Joubert volvía a valerse de la palabra favorita con que ha designado nuestra breve relación, que tanto me ha honrado pero que, por un despiste suyo al no anotar mi nueva dirección, se vio al final truncada. Algunas ideas como la del "Gran surrealismo" o la fascinación por la mecánica cuántica, yo no las compartía, pero eran pecata minuta, y en efecto lo que predominaba era una complicidad en todo lo esencial, a partir de su revuelta contra el entierro del surrealismo en 1969 pero consolidada por sus acuciantes intervenciones de todo orden, siempre fiel a las propuestas y posturas más genuinas del surrealismo.
Foto de Nicole Espagnol |