jueves, 3 de junio de 2021

Javier Gálvez: un paseante y sus extravíos

Javier Gálvez reúne en sus ediciones de sine qua non cuatro textos aparecidos en Salamandra entre 1999 y 2008 más su contribución al volumen Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo (2006).

Si el cuaderno poético más reciente de Alice Massénat tenía una tirada de 20 ejemplares, la edición de Sinalefas solo consta de 10. Algo lejos está la poesía de las cifras de moda, o sea las del número millonario de “vacunados” diario.

Sinalefas está dedicado a Eugenio Castro, Conchi Benito, José Manuel Rojo, Lurdes Martínez, Toni Malagrida, Carlos Valle de Lobos, Jorge Kleiman y Olga Billoir, o sea la “vieja guardia” del grupo de Salamandra, la de los años 90, en la que sospecho que Javier Gálvez se encontraba situado más a gusto que en el grupo de los posteriores números dobles de la revista.

La palabra de Javier Gálvez no ha sido nunca farragosa, y estos escritos tienen la virtud y ventaja de la brevedad esencial, casi todos como de costumbre acompañados de los testimonios de su mirada fotográfica. El primer texto lleva por título una frase de César Dávila Andrade: “El pez solo se salva en el relámpago”, y en ellas este paseante insumiso y recalcitrante se ocupa de las frases en las paredes urbanas, “llamadas de un más acá, siempre fulgurantes”. “El lenguaje velado” fija su atención, por su parte, en los letreros de comercios que, venidos a menos o desaparecidos, dejan un testamento de pronto poético. “Desusos”, siempre a la busca de “la poesía subsumida en la realidad cotidiana”, se detiene más bien en los números vueltos enigmáticos también a lo largo de los callejeos, y cuenta con una bella reflexión sobre el muy surrealista tema de la espera. Los dos últimos textos, uno de ellos en forma de encuesta, versan sobre la poesía “por otros medios”, y cierran el libro con estas espléndidas palabras: “La poesía está de4sligada de toda funcionalidad. Ocupa el espacio al que el trabajo ya no puede acceder. La poesía es analogía, por lo tanto desborda continuamente las identidades fijas. La poesía es, sencillamente, la negación de todo valor inhumano, y la afirmación desinteresada de una violencia: la de ver con el ojo partido en dos”.


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La foto en el colofón me recordó esta otra que mi amigo Emmanuel Guigon me envió desde Barcelona a fines de 2002 y de la que yo en seguida hice una copia para mandársela a Her de Vries en sus Países Bajos, ya que sabía se regocijaría con ella: