Monique Sebbag y George Sebbag han hecho un
estudio concienzudo, muy bien urdido y detallado, lleno de curiosidades y
apuntes ignotos, de la aventura de una de las galerías parisinas claves del
siglo XX. Galerie Mouradian. 41, rue de Seine. De Max Ernst à Merlier describe
las vicisitudes de este “hogar artístico de vocación internacional”, que ha acabado
convirtiéndose en “una bella figura de la historia de la pintura y de la
leyenda de París”.
La Galería Mouradian fue el fruto de la
asociación de Aram Mouradian, inglés de orígenes turcos, y el neerlandés
Leonard Van Leer, dos interesantes personalidades enfocadas en profundidad a lo
largo de este lujoso libro –en capa dura– de casi 300 páginas y con muchísimas
ilustraciones impecablemente distribuidas en conexión con el texto.
De las cuatro historias principales que se
entrelazan, o sea la biografía de Mouradian, su encuentro con Max Ernst, la
trayectoria de aquel espacio artístico y el papel de las galerías a lo largo de
todo ese período, la más interesante para el surrealismo es la segunda, ya que,
en efecto, fue este lugar el que dio a conocer al joven artista, organizando en
marzo de 1926 su primera exposición significativa, a la que seguirían otras. Al
año siguiente, en octubre de 1927, Max Ernst expone en la efímera Galerie
Surréaliste, y debe subrayarse la estrecha relación entre esta y la de
Mouradian a lo largo del período 26-29.
Leonard y Rita Van Leer, ante la Galería 41, mayo de 1928 |
También en 1927, expondría allí Picabia,
como en 1928 un primerizo Roland Penrose, y es allí donde se celebra en 1929 la
exposición de Delbrouck y Delfize que llevó un soberbio texto de Breton, al que
pertenece como conclusión la fórmula “No hay solución fuera del amor” y la
petición de que se considere un cretino “a quien se niegue todavía, por
ejemplo, a ver un caballo galopando sobre un tomate”, tan provocadora
que en seguida recibió respuestas hostiles y burleteras. (Dicho al margen, es
en este texto donde Breton ataca las correspondencias baudelerianas en nombre
de la supresión del “como” que ha hecho el surrealismo y de los “valores
oníricos” que con el surrealismo “se han impuesto definitivamente a los otros”;
un Roland de Renéville criticará mucho después este rechazo, incluso
considerando que el propio Breton lo había superado en su Arcane XVII).
Pero los ataques a la galería no procedieron
solo del rechazo a la pintura chocante de Max Ernst o al surrealismo, ya que
sufrió las iras nacionalistas muy de la época, que veían con galerías como la
de Mouradian “el arte francés en peligro”.
La galería cierra en 1940 (Mouradian es
detenido e internado como extranjero durante la Ocupación) y reabre en 1946,
exponiendo nuevamente Max Ernst en el 56 y Dorothea Tanning en el 59 y el 62.
Muchas otras exposiciones, ajenas al surrealismo, tienen lugar, y este estudio
las va puntualmente comentando. En la conclusión, se habla también de la
galería como punto privilegiado de encuentros inesperados, descollando el de Max
Ernst y Raymond Roussel, quien, en la exposición de 1926, sin nunca
revelársele, dialoga con él y le hace muchas preguntas, para acabar adquiriendo
El ruiseñor chino; solo tras su marcha descubre Max Ernst con quién
estaba hablando.
En fin, un libro para los que aún aman los
libros bellos, que ofrece una lectura placentera e ilumina figuras dotadas de
nobleza (nada que ver con tantos galeristas puramente mercachifles) y que cruza
sus historias con la del surrealismo.