Eileen Agar, solarizada por Helen Muspratt, 1935 |
Eileen
Agar. Dreaming oneself awake, publicado por Reaktion Books, Londres, en 2017, es uno de los libros
más importantes que se han dedicado a una figura del surrealismo en los últimos
años, lo que no es de extrañar al haber sido esta amplia y densa monografía realizada
por Michel Remy, a quien se deben los más competentes estudios sobre el
surrealismo británico.
Michel Remy levanta al fin la losa que sobre
una figura central del surrealismo británico habían hecho caer el discurso de
la crítica de arte universitario y el de corte y confección feminista, más o
menos fusionados, pero el primero más ocupado en alejar contra toda evidencia a
Eileen Agar del surrealismo (véase el catálogo de la Pallant House sobre sus
collages, aparecido en 2009) y el segundo en ejercerle todo su reduccionismo y
todo su simplismo. Para recordar una expresión muy adecuadamente usada en su
momento y circunstancias por Octavio Paz, estamos ante otro fin de las
habladurías, que conviene se aplique a otras muchas figuras del surrealismo
sobre quienes se practica el mayor confusionismo de valores. Se trata de ir
reduciendo a polvo la montaña de vacuos trabajos universitarios carentes del
más mínimo aliento, por los que ha seguido pasando como por un embudo toda la
mediocridad y el engreimiento del espíritu contemporáneo dominante en estas
últimas décadas.
Michel Remy muestra en esta excepcional obra
la continuidad absoluta del apego de Eileen Agar al surrealismo, desde que lo
descubrió a principios de los años 30 hasta su muerte en 1991. 1934 fue el año
clave, conjuntándose en piezas ya maestras el influjo directo de Paul Nash y
Roland Penrose con el de la pintura de Max Ernst y Juan Miró y el de la poesía
de André Breton y Paul Éluard. Considerado como una manera nueva de pensar y de
crear, como una emancipación del espíritu, el surrealismo fue para esta mujer
de perfil anarquizante –sin compromiso jamás con las derivas estalinistas de
tantos otros– algo muy diferente de una nueva técnica o una corriente artística
más. Colaboró en muchas exposiciones colectivas del surrealismo, incluidas las
que supusieron un resurgir del surrealismo, en los años 1967, 1971, 1978 y 1984,
y por otra parte Michel Remy podrá hablar de su “permanente vigilancia
surrealista” a la par de su “inagotable renovación de su inspiración”.
Eileen Agar,Collage marino, 1939 |
En su estudio, cronológico, al abordar la
fecha de 1967 (“The enchanted domain”), Michel Remy reivindica la importancia
de John Lyle en la reactivación del surrealismo en Inglaterra. En la exposición
del 78 (“Surrealism unlimited”), observa la valerosa posición de Eileen enfrentándose
a la visión historicista que suponía la exposición contra la que esta se hizo.
Y en la de 1984 (“In the spirit of surrealism”) la vemos unida a jóvenes que se
han ido incorporando al surrealismo y cuyos nombres hoy conocemos bien: Anthony
Earnshaw, John Welson, Les Coleman... Pero hay más todavía: aun en 1988 –a
Michel Remy parece escapársele el dato– Eileen Agar participa en la exposición
“Surrealism” que tuvo lugar en la Crawshaw Gallery londinense, junto a Conroy
Maddox como el único otro “legendario” y un elenco de entonces jóvenes
compuesto por Anthony Earnshaw, Paul Hammond, Peter Wood, Patrick Hughes y John
Welson; prefaciaba el catálogo Georges Melly y abría el fuego la propia Eileen
con su Sueño azteca.
Durante varias ocasiones en los años 50,
Eileen Agar visitó la isla de Tenerife, cuyo color y luz (y el contraste entre
las tierras del norte y las del sur) dieron un nuevo sentido de alegría a sus
pinturas, como ella misma refiere en el maravilloso libro A look at my life,
de 1988 (año en que ya se encontraba decepcionada del mundo frío e impersonal
que se había impuesto en las sociedades occidentales digamos más o menos que
tras el mayo de 1968). Se reproduce aquí una foto con Eduardo Westerdahl y
Antonio Ruiz Álvarez, quien –diré al margen– había defendido en 1950 la memoria
de Agustín Espinosa, en el momento en que se le pensaba hacer un homenaje y en
el que, once años después de su muerte, seguían existiendo los resquemores
hacia su obra maldita (“Pero no se crea que es muy fácil hacerle un
homenaje a Agustín Espinosa. Se lucha con algunos inconvenientes. No le agrada
a algunos la inmortal figura del genial autor de Lancelot, Crimen
y el Romancero y Cancionero canario”).
Eileen Agar, Cabeza de Dylan Thomas, 1960 |
Michel Remy va comentando con extrema finura
y calado las obras de Eileen Agar –pinturas, collages, objetos, fotos de rocas
como las reproducidas por Édouard Jaguer en Les mystères de la chambre noire
(y a las que volvería pictóricamente en los años 80)–, y revela toda la
singularidad y todas las singularidades que caracterizan a esta artista, de
quien al final da una valoración de conjunto centrándose en valores centrales
propulsores como lo maravilloso y la imaginación. En muchas ocasiones se apoya
en A look at my life, o sea en las propias palabras de Eileen Agar, como
cuando a propósito de sus collages comenta cómo “la fértil intervención del
azar” desplaza lo banal, o como cuando comenta la atención decisiva que concede
al objeto como rebelión radical contra las imposiciones de la realidad.
Este es un libro apasionante, del que voy a
extraer para acabar este poema de 1944 de E.L.T. Mesens sobre Eileen, que
Michel Remy ve como “un homenaje a la teatralidad onírica de su escenificación
de encuentros botánicos, animales y metafóricos, pero también a sus ojos
omnipresentes y siempre errantes, que abarcan tanto los mundos interiores como
las exteriores. Sus pinturas y collages son obras de teatro, actuaciones que ensamblan
día y noche, comedia («Little Tich») y tragedia («su corazón negro») en el
escenario atemporal del mundo –un reconocimiento vibrante de su visión
surrealista de la realidad”.
Seen in a sketch by Eileen Agar
The trestles are set up on lake surrounded
by autumn tinted woods. Two or three trees with their foliage hold up the
scenery. The scene represents –what?– a white screen heavily daubed with paint.
The footlights are nos lit: why should they be since the performance is given
by daylight.
It is here that she appears,
Stars of day with wasp-waist,
Star-flower in a locked dress,
Star-flower of day with a bodice that sings,
Star with the long feet of Little Tich,
hidden by her train...
She throws her black heart in the stalls.
But where indeed are her eyes? One is on the
prompt-side and the other off-prompt. Her eyes – red violets – scarlet scarlet
red – violets never seen – turn.
Eileen Agar, foto de John Glynn, 1989; al fondo, El pájaro, 1969 |