miércoles, 10 de enero de 2018

Milan Napravnik (1931-2017)

A fines de octubre murió Milan Napravnik. Lo recuerdo aquí reproduciendo la semblanza de Caleidoscopio surrealista, a la vez que lamentando no haya aún un buen libro dedicado a él. Añado al final dos enlaces, uno con algunos de sus “inversages” y otro con la caja que perteneció a André Breton.

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A los 16 años, Milan Napravnik escribe sus primeros textos automáticos. En 1950 encuentra a Karel Teige, y en 1955 integra el grupo de Effenberger, del que forma parte hasta 1966, en que lo deja por discrepancias. Se va en 1968 a Colonia, donde, como le ocurrió a Heisler en París, al no dominar bien la lengua abandona la escritura, consagrándose, en su caso, a la pintura, la escultura, las cajas, la fotografía –lo que se suma a su actividad de poeta, prosista, ensayista, teórico, dramaturgo. Cajas y fotografías son de una gran originalidad, siendo muy celebrados sus “inversages” fotográficos, que él define así: “Procedimiento surrealista que, por el medio del acoplamiento de dos imágenes invertidas de partes de objetos o de estructuras de un material predispuesto, sirve para crear una realidad mágica”, siendo su sentido “el descubrimiento de una visión alternativa así como el sabotaje de las estructuras canonizadas y «objetivas» del mundo racionalista”. Un libro sobre los “inversages” se publicaría en Praga en 1995, mientras que el gran texto del propio Napravnik sobre su invención, escrito en mayo de 1977, sería traducido al español en el n. 10 de Salamandra por Javier Gálvez, el fotógrafo del grupo madrileño, quien en ese mismo número ofrece algunos ejemplos de “inversages” propios.


Napravnik, eufóricamente creativo en los años 70, desde 1975 forma parte de Phases, siempre con una postura rigurosamente surrealista. En 1978 organiza con Édouard Jaguer y Heribert Becker, en el museo de Bochum, la exposición “Imagination”, que aglutina a surrealistas y miembros de Phases más o menos cercanos al movimiento; muy notable es su nota de introducción, reproducida en el n. 2 de Flagrant Délit. Becker le dedicará a Napravnik un jugoso artículo en el n. 21 de Supérieur Inconnu, 2001. Entre 1989 y 1993, contacta con Praga y participa en la revista Analogon, aunque, como en 1966, dejando el grupo en aras de las exigencias surrealistas, de una intransigencia en su caso, como en muchos otros, plenamente encomiable, que nada tiene que ver con supuestas “ortodoxias”. De hecho, la antología en inglés del surrealismo checo y eslovaco publicada a lo largo de Analogon le dedica en 2003, en su capítulo segundo (n. 38-39), un dossier con semblanza, bibliografía, su “Ciclo de los seis collages” y uno de sus relatos. Uno de los excelentes ensayos de Napravnik lo cito en la nota de Mimi Parent: “Vitrinas negras de Mimi Parent” (1984); a él pertenece el siguiente pasaje: “Tocamos un tema doloroso al comprobar que la poesía no se encuentra sino rara vez en la lírica y en la pintura. Quizás sea culpable de esto la inconsciencia de los literatos, que no parecen percatarse de que la poesía solo tiene algo que ver con la lengua, y por ende con la comunicación, de una forma muy condicional. O tal vez resida la culpa en la inconsciencia fundamental de la sociedad postburguesa, que desplaza la poesía, esa «no-mercancía», de las regiones de la vida que ha ocupado, para sustituirla por el parloteo apodíctico y/o la lamentable mini-estética del arte de moda. La poesía existe rotundamente sin lengua y sin estética. Puesto que es, en primer lugar, una vivencia, un rostro súbitamente transformado, una percepción que se hace más intensa, una visión inesperada sobre las relaciones desconocidas entre las cosas, una vibración del sistema nervioso, un trance que hace estallar el estrecho habitáculo de la utilidad pragmática y la necesidad racional. La poesía es un estado de gracia, de posesión, de éxtasis”. Las cajas de Napravnik y las de Mimi Parent, por cierto, son asociadas por Édouard Jaguer a las de Cornell en la común virtud que estos tres grandes surrealistas poseen de aún sentirse asombrados ante la vida.
“La razón ese magnífico cadáver de pleno día / Con sus cabellos cuidadosamente empolvados / Y que apesta al ajo y el queso del siglo XVIII”.