martes, 3 de marzo de 2015

Lenguaje de las piedras


Sobre piedras en rotación es una nueva entrega desplegable de Javier Gálvez en Ardemar ediciones. Cinco fotos de callaos acompañan un texto sobre el “lenguaje de las piedras”, que nos hace repasar el fabuloso artículo de André Breton (Le Surréalisme, même, n. 3, 1957).
El texto de Javier Gálvez es un retrato del vagabundeo por las orillas pedregosas, “con un grillo en la sien escuchando el ojo que palpa”:
“Piedras. Aparentemente inertes, pesadas y desprovistas de atractivo. Engañosamente inmóviles. Y sin embargo, estas piedras están recorridas por un extraño movimiento centrífugo: la imaginación pautando resonancias, fulgores, texturas... Caminar, pasear, dejarse cubrir el calzado por el polvo del sendero, mancharse de barro al internarse en los bancales humedecidos tras un insidioso chaparrón, que ha convertido el hecho de pisar por los terrenos de este arboreto en un prodigioso andar en sueño; y paso a paso uno va descubriendo, entreveradas en ese humus, algunas piedras marcadas a fuego con dibujos, formas y líneas que el azar ha provisto de un lenguaje primigenio. Es este reconocimiento a primera vista el que nos enlaza a una suerte de comunidad orgánicamente constituida entre el ser humano y el mundo natural: comunidad de la infancia en la que uno se regodeaba pisando los charcos de lluvia con el deseo de fundirse con el fondo turbio del cielo reflejado en ellos...
No hay prudencia más severa que la de arriesgarse a curvar la espalda y recoger, casi temblando, una piedra tras otra como si se tratara de recolectar los frutos más insólitos destinados a colmar el inagotable festín de lo imaginario. Y esa a través de esa sucesión de pequeños gestos imperiosos, pero precisos, que la mirada se convierte en un dactilógrafo visual de lo inédito... Me pregunto, palpando en mi mano una de estas humildes y desinteresadas piedras, si es posible imaginar una definición más afinada y tangible de lo maravilloso.
Cada una de estas piedras ha cristalizado en un deslumbramiento aborigen: esa pertenencia al lugar propio –y solo en la medida en que es consecuencia de un deseo– no es, en este caso, una reivindicación de identidad, sino por el contrario, una manifestación de disconformidad: un lenguaje analfabeto.”
Al traducirse al español, en 1975, Perspective cavalière (con el título de Magia cotidiana), desaparecieron las ilustraciones que acompañaban los textos, y entre ellas la del Cacique y la Gran Tortuga, dos ágatas recogidas por Breton en las orillas del Lot, a las que se refiere en el párrafo que cierra “Langue des pierres”:
“Las piedras –por excelencia las piedras duras– continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe, le enseñan lo que aspira a saber. Las hay también que parecen hablarse una a otra y que, acercándose a ellas, se las puede sorprender hablándose. En tal caso, su diálogo tiene el inmenso interés de hacernos traspasar nuestra condición fundiendo en el molde nuestras propias especulaciones la sustancia misma de lo inmemorial y de lo indestructible (aquí no valdrá acantonarse). Desde este punto de mira, creo que, para nuestra mayor o menor edificación –eso depende solo de nosotros–, merece la pena observar a la Gran Tortuga y el Cacique hablando del misterio de los comienzos y de los finales”.


En mis tiempos de Portugal –¡dónde va ya todo eso!–, la cima de mi relación poética con los cantos rodados –que nunca crían moho, expresando este dicho uno de mis ideales de todo sueño de vida plena– tuvo lugar junto a la población de Segura, en la garganta granítica del río Erges, frontera natural con el reino vecino. ¡Qué delirio de piedritas muy blancas, entre grandes peñascos! Fue una desgracia que entonces yo usara una máquina fotográfica que no tenía ni zoom, por lo que no pude sacar piedras sueltas; además, pocas veces el registro fotográfico me ha parecido tan pobre como allí, ya que las muchas fotos que saqué aquel 2 de octubre de 1991 –aún no habían comenzado las lluvias y se podía transitar por el río sin problemas– solo dan una pálida imagen de todo aquello y de la impresión única que me produjo aquel caos de piedras en el río encajonado y sobrevolado por águilas, cuervos y cigüeñas negras. Tan blanca como las piedras era la rueda de un molino abandonado. Al Erges iba yo con otro objetivo: el de encontrar el Canchal das Letras, o Pedra do Gato, con un mensaje jeroglífico inscrito en la otra orilla, indicativo de un tesoro al que miraba el gato (aparecían también un pote y unas tijeras, que en portugués se llaman “tesouras”). La Pedra do Gato no la logré descubrir, pero no por ello dejó de ser el viaje un hito en mis vivencias de la región fronteriza de la Beira Baixa.


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A la vez que publica este cuaderno de agua y humo, Javier Gálvez ha vuelto a los poemas aparecidos en 2003 con el título de Mi distinguida melancolía urinaria, y que llevaron cubierta de Sergio Lima y una celebrada foto erótica.
Si entonces la tirada, en La Bella Cristalera, fue de 15 ejemplares, la de ahora se reduce a 5, con una de sus características fotos en la portada y la “reinvención” de los poemas.
“Sigo esperando la espuma
la espada blanca
que teje la cintura del amor”