Guy Girard
prosigue con sus autoediciones de pequeño formato, caracterizadas por la
variedad y por la frescura imaginativa. Esta es la número trece, y la precede,
como de costumbre, un bello collage de Pierre-André Sauvageot, en este caso
alusivo al tema de los dragones, ya que el título del nuevo cuaderno es Le
dragon du bon vouloir –El dragón de la buena voluntad.
La nota de
presentación informa que estos ocho poemas en prosa acompañan una serie
correspondiente de dibujos, reencontrados hace poco en un libro, y cuyo autor
era un muchacho llamado Nicolas Guérin, quien hace unos diez años atravesaba
“una adolescencia atormentada”. Siete de sus monstruos provocan en Guy Girard
una serie de textos que se van encadenando a partir de la última frase de cada
uno. Ellos son Monsieur Dragon, Dragón-Momia (con dos apariciones), Esqueleto
de Ramitas, Momieflus, el Último Ácaro, Esqueleto Maléfico y Superitoloide.
Algunos se pasean por el París legendario, y así vemos al Dragón-Momia vagabundeando por las orillas del Canal
Saint-Martin (uno de los lugares que más me impactaron en mi semana parisina de 1986),
al lautreamontiano Último Ácaro dando vueltas en torno a la Columna Vendôme y a
los jardines del Palais Royal, y al Esqueleto Maléfico inmovilizado bajo el
arco de la “muy bella y muy inútil” Porte Saint-Denis, en este caso hasta para
permitir el desvelamiento de la verdadera identidad de este lugar tan
prestigioso para el surrealismo –en el último capítulo, con el Superitoloide desplazándose
lánguidamente por encima del edificio “coronado de luz”.
He aquí al
Dragón-Momia y al Superitoloide, aunque sin los colores con que los
representaba Nicolas Guérin:
“Los dragones
no reciben correo, pero desde una isla lejana una chiquilla les envía muy a
menudo flores de papel”.