martes, 3 de febrero de 2015

Nuevo número de “Salamandra”

Con una extensión de 350 páginas, el número 21-22 de Salamandra es el más sólido de los aparecidos hasta el presente, manteniendo incólume la línea que la revista ha venido ofreciendo en los últimos tiempos. Algunos trabajos podrían ir indistintamente en algunas de las pocas revistas de crítica social radical que hay en España, y otros tratan fenómenos recientes tan circunstanciados que mi desconocimiento de ellos me hace leerlos a salto de mata, aunque esa misma lectura revela reflexiones generales de interés. Me ocupo pues, en particular, de lo más específicamente surrealista, y ahí es mucho lo que ofrece la revista, con propuestas y experiencias de mucho valor.
Los motivos que me llevaron a disgustarme con algunos números anteriores prácticamente no existen en este, como no sea cuando en uno de los artículos sobre el “materialismo poético” el autor muestra no haberse enterado todavía de que el surrealismo no ha sido nunca una vanguardia.
Ese apartado sobre el “materialismo poético” es destacado en la portada como el principal de la revista, junto al que lleva el título de “Crítica y onirocrítica de la ciudad”. En este, hay textos de José Manuel Rojo, Miguel Amorós, Emilio Santiago, Javier Gálvez/Bruno Jacobs, y Mattias Forshage/Erik Bohman. El de estos últimos ya había aparecido en inglés en el primer número de Hydrolith, mientras que el de Gálvez y Jacobs es una tercera edición enmendada del folleto Cádiz oculto, ya reseñado en este blog.
Una rica encuesta sobre “la ciudad onírica” redondea este apartado. Como es la tónica en Salamandra, la mayoría de los textos van acompañados de documentación fotográfica, gustándome destacar aquí las respuestas de Julio Monteverde y Noé Ortega.
La noción de “materialismo poético” ya la utilizó Sarane Alexandrian en 1948, pero en su caso para oponerlo al materialismo dialéctico, que, a su juicio (certero), ya había degenerado y cedido el paso al “materialismo orgánico” de las consideraciones existencialistas. Más recientemente, Bruno Jacobs se vale de la expresión al menos desde la publicación de los tres números de Anyway, en 2004. En esta sección hay ensayos de Emilio Santiago, Julio Monteverde, Jesús García Rodríguez, Eugenio Castro, Bruno Jacobs y José Manuel Rojo/Javier Gálvez. El de estos últimos es espléndido, y además aborda una de las cuestiones que hemos agitado aquí últimamente: la del “método científico”. José Manuel Rojo presenta, en un lúcido y amplio texto, “el ensayo de materialismo poético experimental de Javier Gálvez, pasando por el cedazo de la analogía las leyes más respetables de Pitágoras, Arquímedes, Rudolf Clausius, Lord Kelvin, Robert Boyle o Edme Mariotte”, lo que de manera menos humorística pero igualmente demoledora hace el gran John Zerzan en su ensayo sobre los números, citado en este mismo blog hace una semana. El principio de Arquímedes, la primera ley de la termodinámica, el teorema de Pitágoras y la ley de Boyle-Mariotte son los ejemplos elegidos ahora por Javier Gálvez para sus geniales parodias ilustradas por sus fotos, parodias de las que ya había dado muestras en algunas de sus ediciones propias, concretamente en Vagabundo del vaho y Teoría de los pasajes.

Ley de Boyle-Mariotte

No menos valiosa es la sección titulada “Laboratorio de lo imaginario”, que abre una nota sobre las “exposiciones” gaditanas reseñadas en “Surrint”. “No espiéis los juegos de los niños” es el título de conjunto de cuatro fotografías intervenidas de Eugenio Castro, en la estela de Reaparición de la isla misteriosa y Tribulaciones de una calavera, aquí los perversos polimorfos dedicados a inquietantes actividades. Sigue la reproducción de cinco objetos “fetiches” de Leticia Vera y de unas “revelaciones nocturnas” de Antonio Ramírez, que acompañan su “Indagación para una mitología personal”, cuya traducción francesa, en La chasse à l’objet du désir, se anticipó a esta versión original. De Antonio Ramírez hay también, más adelante, un artículo sobre los carteles publicitarios ruinosos, citando los “decollages” de Malet, aunque la referencia mayor es el formidable texto de J. Karl Boggarte “Aspectos revolucionarios de la vida cotidiana. Una introducción a los carteles lacerados”, bella defensa del vandalismo poético publicada en Surrealism & its popular accomplices.
El otro artículo del “Laboratorio de lo imaginario” es de Vicente Gutiérrez Escudero, y se titula “Construcción de un objeto rizomático”. Más imágenes hay en las sugestivas colaboraciones de Niklas Nenzén y Bruno Jacobs. El primero da una muestra de sus “dibujos inconclusos”, y el segundo de “paisajes recompuestos”, en este caso despojando de sus naturalezas muertas a las imágenes de Luis Meléndez, maestro del género a quien se las encargaba Carlos IV, para poner de relieve sus fondos paisajísticos, de estilo napolitano, que por algo él mismo era de Nápoles (Meléndez, por cierto, aunque al servicio de los poderosos, moriría en la indigencia).

N. Nenzen, Ahora no, me estoy evaporando

La sección más emblemática de Salamandra es, por supuesto, la de “¡Más realidad!”, en la que yo mismo llegué a participar. Ya aludí hace un par de semanas a la preciosa comunicación de Julio Monteverde, “Los ojos abiertos en la ciudad”, por la presencia de Nadja y del motivo de los ojos, pero sin advertir, en el primer vistazo que le eché a la revista, que pocas páginas después Eugenio Castro descubría en una calle de Madrid la estrella de Nadja, en un dibujo de asombrosa semejanza con el de ella. Noé Ortega, quien sabe que “en ocasiones la realidad se abre en canal y se manifiesta con una exuberancia poética arrebatadora a partir del momento en que lo imaginario interviene en el terreno de lo común para reafirmar su verdad y revertirla hacia el mundo”, indaga en un barrio proletario santanderino su pasado submarino, con preciosos hallazgos. “Espejismos” y “Saqueadores de espuma”, de Bruno Jacobs y Lurdes Martínez, respectivamente, completan esta sección de magia cotidiana, en la siempre eficaz forma de la relación cronológica de los hechos sorprendentes.
De Bruno Jacobs y Lurdes Martínez hay precisamente otras dos importantes colaboraciones. “Espacio, tiempo y surrealidad” es una de las típicas notas del primero, tan breves como jugosas. Con “Saqueadores de espuma”, Lurdes Martínez nos lleva a las playas del sotavento algarvío portugués, donde lleva algunos veranos fotografiando las efímeras construcciones que el capricho levanta sobre la arena, vistas como “vestigios de la creatividad anónima”.


En 1974, Ludwig Zeller y Susana Wald festejaban el cincuentenario del surrealismo con la edición de doce sellos conmemorativos con collages, uno de los cuales llevaba la leyenda “Ghosts are necessary”. Ahora, un fino texto de María Santana, “Sobre el anhelo de encontrar fantasmas”, acompañado de unas estupendas fotografías en que irrumpen los fantasmas, parece responder a aquella necesidad imperiosa. “Confeccionar un fantasma –concluye su escrito– es una insurrección consciente frente a la racionalidad positivista que trata de reducir el mundo al ámbito de lo cuantificable. Se trata de poner en marcha el imaginario y los deseos, enfrentarse a un anhelo demencial y absurdo, tensar lo posible y ofrecer un encuentro con lo maravilloso aunque sea terrorífico”. Señalemos que el n. 2 de Imaginación Insurgente, publicado en 2013, estuvo dedicado precisamente a este tema, con colaboraciones de María Santana, Antonio Ramírez, Lurdes Martínez, José Manuel Rojo y Eugenio Castro. Y que Las mercancías mueren, las cosas despiertan, del mismo año en La Torre Magnética, incluía el texto “El objeto inesperado” de María Santana y Antonio Ramírez junto a otros de José Manuel Rojo, Eugenio Castro, Noé Ortega y Vicente Gutiérrez Escudero, quien procedía a una clasificación de los objetos de hallazgo urbano en naturales, artificiales, suicidas y oníricos. El texto de Castro sobre “los trastos arrumbados” (ya aparecido en un número anterior de Salamandra) y el de Noé Ortega sobre “los objetos suicidas”, son preciosos.
Aunque precisamente algunos de estos artículos sobre el objeto ya aparecieron en Hydrolith, el n. 21-22 de Salamandra no abunda en escritos ya conocidos. Las traducciones son pocas, pero valen la pena: de Guy Girard, el “Compendio de historia universal en sueños”; de Laurens Vancrevel, “Para qué”; de Kenneth Cox, su presentación de los juegos surrealistas en Lo que será, seguida de los ejemplos de los grupos de Atenas, Londres, Chicago y Checo y Eslovaco.
Uno de los grandes refuerzos del grupo Salamandra a lo largo de estos últimos años ha sido el proveniente del equipo santanderino de Anémona. Las colaboraciones de Noé Ortega y de Vicente Gutiérrez Escudero nunca son menos que magníficas. Del segundo se anticipa con un capítulo el libro Invernadero de barcos. Reflexiones y sueños de un durmiente en resistencia, que muestra cómo Salamandra, tras el libro de Julio Monteverde, sigue poniendo mojones en el gran tema del sueño.
Otro nombre incorporado hace algunos años al grupo y que merece resaltarse es Jesús García Rodríguez, poeta, ensayista y traductor que en números anteriores publicó dos textos muy lúcidos: “Contraataque” y “El edén y el átomo: mitologías comparadas”, este una diatriba formidable contra las creencias científicas. Cofundador de la colección Ondina de poesía, ha dado a la luz varios libros en ella, así como en las Ediciones Imposible, entre estos el ensayo Desmontando a Sade. Ahora hay varias colaboraciones suyas, como unos poemas de su libro Retratos de mujeres y hombres ilustres (dedicados los tres de Salamandra a Stalin, Wojtyla y el borbón Juan Carlos, lo que puede dar una idea de por dónde van los tiros) y un hilarante “Delirio transductivo” que traduce el espantoso discurso de un político del ruedo ibérico a las lenguas telugú, gujaratí, canaresa y –“tramo final”– persa...
Por fin, en esta reseña que solo pretende cumplir la función de una incitación a la lectura, debe señalarse que los poemas van repartiéndose acertadamente en pequeños grupos, concretamente cinco, a lo largo de la revista. El que Belén Sánchez y Eugenio Castro componen “a partir de un libro encontrado e intervenido mediante el procedimiento de borrado y selección de frases”, nos lleva de nuevo a Las profecías atlánticas, que comentamos hace una semana.

Eugenio Castro, Los busca-huesos, 2012-2013