miércoles, 18 de febrero de 2015

Jules Perahim

Jules Perahim, La infancia feliz de Pitágoras (serie), 1977

Hasta el último día de este mes puede visitarse en Estrasburgo la gran retrospectiva de Jules Perahim. El catálogo es espléndido, y viene a sumarse a las dos monografías que le dedicó Édouard Jaguer, en 1978 y en 1990. Los textos de Jaguer y el de Michel Remy en el pequeño catálogo de una exposición de 1998 son lo mejor que se ha escrito sobre este más que notable exponente del surrealismo surgido en Rumanía, uno de los países de predilección del movimiento surrealista, ya que en él nunca ha cesado su actividad.
El propio Jaguer habla a propósito de Perahim de “mundo salvaje en el sentido más vigorizante de la palabra”, lo que parece originar el título del catálogo: Perahim. La parade sauvage. Lo primero que encontramos es la extensa respuesta que Perahim dio a la encuesta de Arturo Schwarz sobre arte y alquimia, muy iluminadora con respecto a su obra. Siguen textos críticos –siempre localizándose las imágenes referidas, a feliz diferencia de lo que ocurre en muchos catálogos– de Serge Fauchereau (“La trayectoria gráfica de Perahim”), Petr Král (“La línea y la lanza”), Francis Hofstein (“Un mundo de mundos”) y Dan Stanciu (“El aire Perahim”), más unos divertidos “perahenigmas” de Pierre Vandrepote. El de Stanciu marca la diferencia, un fino trabajo en que reconoce al aire como el elemento primordial de su pintura: “Un aire denso, que se ve, y que engendra figuras actuantes. La mirada de Perahim es el imán que atrae las imágenes del aire y las hace visibles”. Volvemos en las páginas de Stanciu a la cuestión de la alquimia, pero también se aborda la de su fauna inconfesable: “La fauna sin par de Perahim no se presta bien a una clasificación ordinaria: ni tipos ni individuos, los elementos que la componen rechazan el contorno estable, predominando los grupos multiformes de apariciones en perpetuo crecimiento, de modo que es difícil decir donde comienza y donde acaba un cuerpo”. Inventor inagotable, las invenciones de Perahim “son instrumentos de airear el mundo”, y con ellas “Perahim nos ha dado las claves de un magnífico palacio aéreo, dominio encantado del diálogo integrador entre lo fijo y lo no fijo”.
La biografía abunda en la reproducción de documentos, empezando por los de la vanguardia rumana de los años 20 y 30, que es donde se ubica el primer Perahim. Al final de ella hay una lista de sus álbumes, que son, aparte el citado con Jouffroy, Proverbes et dictons (1957), Le congrès (1972), L’alphabet (1974), Mytographies (1982), Chroniques de l’armoire (1982), Papillon transmis de père en fils (1983), Demain (1999) y Un miroir se promène dans la rue (2000), algunos de ellos acompañados de textos propios.
Jules Perahim, 28 visibles, 1974
Remata el catálogo una apasionante entrevista con su compañera, Marina Vanci-Perahim, a quien además se deben estudios ineludibles sobre el surrealismo rumano. No falta nada por abordar: sus años en el grupo surrealista, su interregno durante la dictadura comunista, el resurgir tras la marcha definitiva a París en 1969, el impacto de la África austral, los bellísimos “paisajes oníricos” de sus últimos años... En 1963 y 1964, como anunciando su verdadera era dorada, Perahim, que se había aclimatado a las grises normas comunistas, aunque limitándose a las artes aplicadas, se dedicó a las decalcomanías sin objeto preconcebido, que serían robadas tras su abandono de Rumanía. Luego, en el escaparate de una farmacia africana, descubre unos trozos de papel de cola infantiles, con que compondrá dibujos siguiendo las leyes del azar. El año 73, su exposición en París se tituló “Impresiones de África”, a la vez señalando la inspiración africana y homenajeando al gran Raymond Roussel. Perahim, que ha llegado a un París en que el grupo surrealista ha saltado por los aires, se incorpora en 1970 al movimiento Phases.
Marina Vanci-Perahim alude también a la inspiración ocultista, relacionándolo en esto con su compatriota Victor Brauner. Perahim se inspiró en el libro sobre el tarot de Papus, y sobre todo en las correspondencias entre los 22 arcanos mayores y las 22 letras del alfabeto hebreo, yendo esa inspiración desde 1932 (Equilibrio perfecto, analogía entre el Ahorcado y la letra hebrea “lamed”) hasta el Alfabeto de 1974.
Perahim es, con Cruzeiro Seixas, el artista surrealista más influido por el continente africano. Marina Vanci-Perahim comenta que “desde el primer día, o, mejor dicho, desde la primera noche de nuestra llegada a África, mirando el cielo, Perahim ha sabido que ese mundo era diferente del nuestro”. Y añade: “El período africano ha sido para él un período extraordinario, muy colorido, de una gran vivacidad y sobre el cual Édouard Jaguer ha escrito páginas inspiradas haciendo alusión a las Impresiones de África de Raymond Roussel y al África fantasma de Michel Leiris. Perahim se ha interesado siempre por las artes primeras. Se pasaba días enteros en los museos etnológicos de Berlín, Bruselas o en el Musée de l’Homme. Todas las formas de art brut en las diferentes acepciones admitidas por Dubuffet retenían su atención: los dibujos de niños, las obras naïves, la pintura de las enseñas o de las barracas de feria...”. También se sintió cautivado por la importancia del azar en las creaciones artísticas de aquella parte de África, de tal modo que “las similitudes entre el arte africano y la manera como él mismo elaboraba sus textos, sus pinturas y sus dibujos le dio la certeza de que se encontraba en perfecta sintonía con el espíritu de todo el universo”.
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Detalle de Tribu de los Lozi, 1976
Cuando yo pude conocer bien el arte de Perahim, o sea cuando llegó a mis manos la primera monografía de Édouard Jaguer, quedé estupefacto ante la analogía entre los círculos geométricos de sus figuras y los del cuchillo campesino de Gran Canaria, de inspiración indudablemente guanche. Así se lo hice saber a mi amigo de París, y no solo eso sino que decidí, cuando visitó la ciudad de Las Palmas en 1989 para intervenir en la exposición El surrealismo entre viejo y nuevo mundo, regalarle uno de esos cuchillos, que son una de las glorias del arte popular de las islas. Entré en el Centro de Arte Atlántico Moderno con el cuchillo en bandolera, de tal modo que al par de minutos llamaron al seguritas de turno, quien, hechas las explicaciones, hasta resultó ser natural de Gáldar, el pueblo donde precisamente se había fabricado el cuchillo. Édouard Jaguer me diría luego que el cuchillo reposaba en su biblioteca sobre los libros de Óscar Domínguez. ¡Ah, y me dio como pago una peseta, porque un cuchillo, según la sabiduría popular, no se puede regalar, ya que cortaría la amistad!
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Jules Perahim, Paseo sobre una línea convencional, 1986

“Perahim amaba la dignidad de los árboles –porque mueren de pie– y la libertad de los pájaros –porque no conocen fronteras.” (Marina Vanci-Perahim.)