Jules Perahim, La infancia feliz de Pitágoras (serie), 1977 |
Hasta el último día de este mes
puede visitarse en Estrasburgo la gran retrospectiva de Jules Perahim. El
catálogo es espléndido, y viene a sumarse a las dos monografías que le dedicó
Édouard Jaguer, en 1978 y en 1990. Los textos de Jaguer y el de Michel Remy en
el pequeño catálogo de una exposición de 1998 son lo mejor que se ha escrito
sobre este más que notable exponente del surrealismo surgido en Rumanía, uno de
los países de predilección del movimiento surrealista, ya que en él nunca ha
cesado su actividad.
El propio Jaguer habla a
propósito de Perahim de “mundo salvaje en el sentido más vigorizante de
la palabra”, lo que parece originar el título del catálogo: Perahim. La
parade sauvage. Lo primero que encontramos es la extensa respuesta que
Perahim dio a la encuesta de Arturo Schwarz sobre arte y alquimia, muy
iluminadora con respecto a su obra. Siguen textos críticos –siempre
localizándose las imágenes referidas, a feliz diferencia de lo que ocurre en muchos
catálogos– de Serge Fauchereau (“La trayectoria gráfica de Perahim”), Petr Král
(“La línea y la lanza”), Francis Hofstein (“Un mundo de mundos”) y Dan Stanciu
(“El aire Perahim”), más unos divertidos “perahenigmas” de Pierre Vandrepote.
El de Stanciu marca la diferencia, un fino trabajo en que reconoce al aire como
el elemento primordial de su pintura: “Un aire denso, que se ve, y que
engendra figuras actuantes. La mirada de Perahim es el imán que atrae las
imágenes del aire y las hace visibles”. Volvemos en las páginas de Stanciu a la
cuestión de la alquimia, pero también se aborda la de su fauna inconfesable:
“La fauna sin par de Perahim no se presta bien a una clasificación ordinaria:
ni tipos ni individuos, los elementos que la componen rechazan el contorno
estable, predominando los grupos multiformes de apariciones en perpetuo
crecimiento, de modo que es difícil decir donde comienza y donde acaba un
cuerpo”. Inventor inagotable, las invenciones de Perahim “son instrumentos de
airear el mundo”, y con ellas “Perahim nos ha dado las claves de un magnífico
palacio aéreo, dominio encantado del diálogo integrador entre lo fijo y lo no
fijo”.
La biografía abunda en la
reproducción de documentos, empezando por los de la vanguardia rumana de los
años 20 y 30, que es donde se ubica el primer Perahim. Al final de ella hay una
lista de sus álbumes, que son, aparte el citado con Jouffroy, Proverbes et
dictons (1957), Le congrès (1972), L’alphabet (1974), Mytographies
(1982), Chroniques de l’armoire (1982), Papillon transmis de père
en fils (1983), Demain (1999) y Un miroir se promène dans la rue
(2000), algunos de ellos acompañados de textos propios.
Jules Perahim, 28 visibles, 1974 |
Remata el catálogo una
apasionante entrevista con su compañera, Marina Vanci-Perahim, a quien además se
deben estudios ineludibles sobre el surrealismo rumano. No falta nada por
abordar: sus años en el grupo surrealista, su interregno durante la dictadura
comunista, el resurgir tras la marcha definitiva a París en 1969, el impacto de
la África austral, los bellísimos “paisajes oníricos” de sus últimos años... En
1963 y 1964, como anunciando su verdadera era dorada, Perahim, que se había
aclimatado a las grises normas comunistas, aunque limitándose a las artes aplicadas,
se dedicó a las decalcomanías sin objeto preconcebido, que serían robadas tras
su abandono de Rumanía. Luego, en el escaparate de una farmacia africana, descubre
unos trozos de papel de cola infantiles, con que compondrá dibujos siguiendo
las leyes del azar. El año 73, su exposición en París se tituló “Impresiones de
África”, a la vez señalando la inspiración africana y homenajeando al gran
Raymond Roussel. Perahim, que ha llegado a un París en que el grupo surrealista
ha saltado por los aires, se incorpora en 1970 al movimiento Phases.
Marina Vanci-Perahim alude
también a la inspiración ocultista, relacionándolo en esto con su compatriota Victor
Brauner. Perahim se inspiró en el libro sobre el tarot de Papus, y sobre todo en
las correspondencias entre los 22 arcanos mayores y las 22 letras del alfabeto
hebreo, yendo esa inspiración desde 1932 (Equilibrio perfecto, analogía
entre el Ahorcado y la letra hebrea “lamed”) hasta el Alfabeto de 1974.
Perahim es, con Cruzeiro Seixas,
el artista surrealista más influido por el continente africano. Marina
Vanci-Perahim comenta que “desde el primer día, o, mejor dicho, desde la
primera noche de nuestra llegada a África, mirando el cielo, Perahim ha sabido
que ese mundo era diferente del nuestro”. Y añade: “El período africano ha sido
para él un período extraordinario, muy colorido, de una gran vivacidad y sobre
el cual Édouard Jaguer ha escrito páginas inspiradas haciendo alusión a las Impresiones
de África de Raymond Roussel y al África fantasma de Michel Leiris.
Perahim se ha interesado siempre por las artes primeras. Se pasaba días enteros
en los museos etnológicos de Berlín, Bruselas o en el Musée de l’Homme. Todas las
formas de art brut en las diferentes acepciones admitidas por Dubuffet
retenían su atención: los dibujos de niños, las obras naïves, la pintura
de las enseñas o de las barracas de feria...”. También se sintió cautivado por
la importancia del azar en las creaciones artísticas de aquella parte de
África, de tal modo que “las similitudes entre el arte africano y la manera
como él mismo elaboraba sus textos, sus pinturas y sus dibujos le dio la
certeza de que se encontraba en perfecta sintonía con el espíritu de todo el
universo”.
*
Detalle de Tribu de los Lozi, 1976 |
Cuando yo pude conocer bien el
arte de Perahim, o sea cuando llegó a mis manos la primera monografía de
Édouard Jaguer, quedé estupefacto ante la analogía entre los círculos geométricos
de sus figuras y los del cuchillo campesino de Gran Canaria, de inspiración
indudablemente guanche. Así se lo hice saber a mi amigo de París, y no solo eso
sino que decidí, cuando visitó la ciudad de Las Palmas en 1989 para intervenir
en la exposición El surrealismo entre viejo y nuevo mundo, regalarle uno
de esos cuchillos, que son una de las glorias del arte popular de las islas.
Entré en el Centro de Arte Atlántico Moderno con el cuchillo en bandolera, de
tal modo que al par de minutos llamaron al seguritas de turno, quien, hechas
las explicaciones, hasta resultó ser natural de Gáldar, el pueblo donde
precisamente se había fabricado el cuchillo. Édouard Jaguer me diría luego que
el cuchillo reposaba en su biblioteca sobre los libros de Óscar Domínguez. ¡Ah,
y me dio como pago una peseta, porque un cuchillo, según la sabiduría popular,
no se puede regalar, ya que cortaría la amistad!
*
Jules Perahim, Paseo sobre una línea convencional, 1986 |
“Perahim amaba la dignidad de los árboles –porque mueren de pie– y la libertad de los pájaros –porque no conocen fronteras.” (Marina Vanci-Perahim.)