En las ediciones Ardemar, acaba de publicarse Elíptica, de Javier Gálvez. Se trata de
un tríptico poético, en hoja desplegable, con una fotografía y sendos textos
eróticos, en prosa y verso. Javier Gálvez habla aquí de “las formas del amor” y
“las formas del deseo”, pero, por supuesto, no como sesudo pensador, sino como
poeta erótico: “las formas del placer / son tus playas de cera / en tus ojos
magullados / por la impaciencia”. Y como el tiempo del amor y del placer es otro, nada extraña que en la
justificación de Elíptica se inscriba
la vieja orden surrealista: “¡Abajo el trabajo!”
Javier Gálvez es una de las cuatro estrellas
fijas del planeta surrealista Salamandra, junto a Eugenio Castro, Lurdes
Martínez –a quien se dedica Elíptica– y José Manuel Rojo, aunque otros
nombres, algunos de ellos muy valiosos, han ido pasando por este grupo, o se
han incorporado a él en los últimos tiempos.
Su primera colaboración fue hace exactamente 20
años, dentro del número 6 de Salamandra,
con dos poemas que ya lo situaban bajo el signo de eros. No solo eso, sino que
esta “entrada en fuego” iba acompañada, en la sección emblemática de la
revista, “Más realidad”, iniciada en su número 5, de un relato de paseos por el
Parque del Retiro, con la primera referencia suya a los sexos arbóreos, que
generarán múltiples fotografías, y el descubrimiento de Maldoror
metamorfoseándose en cisne negro, cerca del cual, además, se erguía el Ángel
Caído. Inauguraba así Javier Gálvez una pequeña pero muy sustanciosa galería de
escritos ilustrados con fotografías propias: el de las frases pintadas en las
paredes (número 10 de Salamandra); el
de los letreros de comercios ya cerrados y que perdían letras de sus nombres
(“El lenguaje velado”, número 15/16, luego recogido en la publicación colectiva
del grupo, Situación de la poesía (por
otros medios) a la luz del surrealismo, 2007) y el de los números
enigmáticos que el caminante surrealista, siempre a la espera de que irrumpa lo
maravilloso o inquietante, se va encontrando durante sus deambulaciones
(“Desusos”, número 17/18).
Más fotos y poemas, en estas direcciones, tan
fecundas para el surrealismo, del erotismo y el azar objetivo, hay en los
números 7, 8/9, 10, 15/16 y 18/19 de Salamandra.
En el 10, Javier Gálvez procedía a la traducción del texto clave de Milan
Napravnik sobre los “inversages”, que él mismo cultivó por aquel entonces con
resultados felices.
Estas comunicaciones, fotografías y poemas bien
merecieran reunirse en un volumen autónomo, aunque Javier Gálvez siempre haya
tenido predilección por las pequeñas ediciones. Él mismo ha sido y es editor,
con cuadernos dedicados a Sergio Lima, Alain Joubert o Eugenio Castro, y hasta
documentos del surrealismo como “Hungría sol naciente”.
En 1995, publicó en las Ediciones Surrealistas Poema –último neumático–, trece versos
acompañados de una poderosa foto en la portada. Al año siguiente, en las
Ediciones Surrealistas de La Torre Magnética (nombre precisamente de una vieja
tienda madrileña) aparece, con un dibujo de Lurdes Martínez, Afterglow of your love, poema dedicado
“a Hortensia, que me amará dentro de cien años”, este nombre femenino
resultándole muy familiar a los lectores de las Iluminaciones. De 2003 es Mi
distinguida melancolía urinaria, en La Bella Cristalera, y con una
ilustración de Sergio Lima en la portada. Estas dos últimas ediciones solo
constaban de 15 ejemplares, pero El
camino de lo confesable, de 2008, resultó aún más selecto: 10 ejemplares,
de nuevo en La Bella Cristalera, con una foto erótica y una hoja desplegable
como Elíptica, aunque en cuatro
fases. Ya en 2009, La Bella Cristalera edita Praga –ciudad de la que el poeta-fotógrafo es asiduo–, que
conocíamos por el número último de Salamandra;
sus 17 ejemplares llevaban adherida a la cubierta una “flor de la sabiduría”,
de la que en el mío restan algunas hojas.
Si el erotismo y un cierto humor irónico muy
peculiar caracterizan la poesía de Javier Gálvez, en la fotografía se inscribe de
lleno en el bello paradigma de Atget, Styrsky, Medkova y Brassaï, por citar
solo cuatro nombres relevantes del surrealismo. En este terreno, hay que indicar
dos publicaciones importantes. En 1997 aparecía en La Torre Magnética Indicios del bosque, con 20 fotografías
de la serie abierta cuatro años antes y un fino prólogo de Eugenio Castro,
quien escribía: “A diferencia de una mirada impresionista, que atiende a la
superficie más o menos alterada o distorsionada de la realidad, más o menos
descompuesta en sus accidentes externos, las fotografías de Javier Gálvez son
la cristalización de una mirada que tiene vocación de aclarar la corteza terrestre, penetrar
la materia opaca que impide una visión más profunda de lo que recubre, y,
tras esta operación, descubrir la
existencia de una realidad más cierta: la que late en el confín de lo sensible,
en correspondencia con la que palpita en el confín del espíritu”. En 2011 es la vez de La ciudad alucinada, hecha al alimón con
el propio Castro, y con fotos y textos tanto de uno como de otro. Edita de
nuevo La Bella Cristalera, pero los ejemplares son ahora cien, para una
publicación de admirable comunicación imagen-texto, en la que, como de
costumbre tanto en Javier Gálvez como en Eugenio Castro, la poesía ostenta toda
su fuerza de subversión.
En el reciente número de A Phala, una serie de fotos de Javier Gálvez vienen lujosamente
presentadas, con el título de “Árboles vestigios sexuales”, entre ellas las de
una silueta femenina inscrita en un tronco, que a mí me producen la misma
impresión que, en una pared de casa aristocrática de Lisboa, me produjo hace
muchos años la de otra silueta femenina creada por el desconchado de la cal, y
en la que vi irrumpir a la auténtica Gradiva. Estas fotos iban en la cubierta
del catálogo de la exposición que hizo el grupo en 1994, “Ensanchamiento del
mundo”.
“Yo digo que la arbitrariedad disuelve en ácido
la uniformidad del mundo y la transmuta en un infinito delirio de formas y
sensaciones, que solo aquellos hombres cuyo Deseo no haya sido ferozmente
atrofiado tienen la capacidad de descubrir, pues el Deseo es creador, no ya
solo de sueños gaseosos sino también de realidades concretas”. (Javier Gálvez,
1993).