lunes, 6 de mayo de 2013

Surrealismo y decadentismo

Recientemente dimos noticia de la edición, a cargo de Marcus Salgado, de catorce relatos de Jean Lorrain, edición en la cual proseguía él la indagación emprendida en su libro A vida vertiginosa dos signos (Editora Antiqua). Aunque aparecido en 2007, queremos llamar ahora la atención sobre la riqueza de este otro libro, de 128 páginas, no solo por su contenido, sino por la preciosidad de edición, preciosidad en la sencillez, ya que lo que marca la diferencia es la presencia de collages de Alex Januário, Rodrigo Mota, Konrad Zeller y Renato Souza, que componían a la sazón, con el propio Marcus Salgado, el grupo deCollage. En la cubierta vemos un collage de Zeller, mientras que el proyecto gráfico estuvo a cargo de Mota.
A vida vertiginosa dos signos comienza con unos “Apuntes para una teoría general de la decadencia”, donde se señala la escisión clave de Huysmans con respecto al naturalismo y a su literatura “áptera”, como la llamó Rubén. El Barbey de Las diabólicas y el dandismo baudeleriano son también centrales en esa ruptura que lo fue también con el escolarismo parnasiano. Un apartado de esta primera parte se titula “Misticismo bizantino”, y en él se explica la sorprendente inclinación al cristianismo de una serie de escritores valiosos en uno de los momentos de apogeo de la infamia científica. Otros capítulos que siguen son “El vagabundeo antropológico”, “Lo fantástico, el sueño y el ensueño”, “Escritura de la neurosis” y “Nuevas estrategias textuales”. En todo momento, Marcus Salgado da muestras de un perfecto conocimiento de la época, extendiendo sus referencias a escritores del ámbito brasileño.
“La transmisión del vértigo”, segunda parte del libro, enfoca ya las conexiones entre decadentismo y surrealismo, empezando por ese libro lleno de puertas que es la Antología del humor negro, donde irrumpen figuras olvidadas del romanticismo revolucionario como Borel, Forneret, Grabbe y Lacenaire. La semejanza entre las bibliotecas de Huysmans y Breton es chocante: Swift, Sade, Poe, Baudelaire, Villiers, Charles Cros y Tristan Corbière, pero las similitudes van más allá de las coincidencias en la radicalidad vital y poética, o en los gustos plásticos más audaces, y Marcus Salgado las señala no solo en la Antología sino en Nadja, donde Breton observaba en Allá abajo y en Anclado “maneras de apreciar tan similares a las mías”.  En un plano más amplio, Marcus Salgado concluye afirmando que “los surrealistas se movían, en la década de los años 20, por un territorio pantanoso de la psique humana anteriormente vislumbrado y señalizado en la escritura por los decadentistas y por el romanticismo negro”. Dos nombres que aquí ocupan un espacio son el pintoresco Ernest de Gengenbach y Claude Cahun, no por acaso la sobrina de otra figura clave de la época anterior al surrealismo: Marcel Schwob.
Uno de los motivos tratados por decadentistas y surrealistas, y al que dedica Marcus Salgado un sugestivo apunte, es el de la muñeca y el maniquí: La Eva futura de Villiers y textos de Lorrain y Jules Bois se prolongan en Bellmer, Molinier, Adrien Dax, las exposiciones surrealistas...
El siguiente capítulo, titulado “En la antesala de los paraísos artificiales”, es muy rico, enfocando desde Coleridge esta cuestión, que Francisco Gallardo Pallardó analizó en un viejo libro de 1968 (Los orígenes del romanticismo), cuando nadie en el ámbito español se quería ocupar de un tema tabú. Como señala Marcus Salgado, “los decadentistas colaboraron tanto en la confección de un catálogo clínico-literario de patologías como en la adquisición de lo psicológico en la obra de arte, entreabriendo algunas de las trampas por las cuales se vislumbran territorios más oscuros del inconscientes, cuya prospección corresponderá a los surrealistas”.
“La obra en negro” se ocupa sobre todo de autores brasileños, entre ellos el extraordinario Cruz e Sousa. “Hierografía” se compone de dos poemas y de una prosa automática (“Geopolítica  y destino o a los hombres les resta la blasfemia: signos de humareda”), escrito con Deusdédit Ramos de Morais, otro de los componentes del grupo de Collage.


Pero aún A vida vertiginosa dos signos nos reserva otra sorpresa. En efecto, en este libro tan poco convencional, nos encontramos en seguida con un capítulo de indagaciones fulcanellianas por la ciudad que “sueña en piedra”, ilustrado con fotos de Su Suhara. La siguiente sección –“Cuerpos implantados”– es una breve antología de textos de Aubrey Beardsley, Gómez Carrillo, Marcel Schwob, Huysmans, Albert Samain, Iwan Gilkin y Herrera y Reissig, y la última una reflexión sobre la diáspora negra, sobre la historia como “pesadilla de la que tenemos que despertar” y sobre la gran música de raíz africana, presidida por la figura colosal de Sun Ra. Lo que me hace enlazar con el libro que se agita (¡más que descansar!) sobre mi mesa de lectura: los detonantes textos de Will Alexander reunidos bajo el título de Singing in Magnetic Hoofbeat. Y es que tanto el libro de Marcus Salgado como el de Will Alexander responden, con las armas afroamericanas del surrealismo, a esa horrorosa autolatría occidental, en la búsqueda urgente de una “imagen de futuro”, por decirlo con las palabras que dan título a este último capítulo de A vida vertiginosa dos signos.