miércoles, 21 de diciembre de 2011

“La perla”, guión de Georges Hugnet


Hablábamos hace un par de semanas de la colección Avant-garde 1927-1937, que acaba de publicar la Cinemateca belga, en dos dvds, señalando la presencia de dos piezas maestras del cine surrealista: “Mr. Fantômas” y “La perle”. Esta segunda la dirigió Henri d’Ursel, y es una delicia de película, aunque Ado Kyrou la menospreciara a causa de las posiciones antisurrealistas en que había desembocado Georges Hugnet (y que culminarían en los ataques a Péret poco después de muerto este). Pero en el año 1929, Hugnet se abría al surrealismo, del que iba a ser durante unos años un componente notable, y su película se sitúa en las proximidades de Un perro andaluz, con la que dialoga en no pocos momentos.
Es muy interesante ver la película cotejándola con el guión de Hugnet, pp. 17-27 de Pleins et déliés, ya que, por una parte, nos hace advertir detalles que se nos pueden escapar e intenciones poco evidentes del autor, y, por otra, presenta pequeñas discrepancias con la plasmación fílmica.
En unas indicaciones preliminares, Hugnet deja claro que la película “aspira a situar la poesía del cine” y que “su movimiento reacciona contra el filme de arte, sea de vanguardia o no”, ambas posturas estrictamente surrealistas, incluso insistiendo Hugnet en que “la acción representará aquí la negación permanente de toda belleza estética o intelectual”. Por otra parte, apela al estilo de Mack Sennett y, en lo referente al actor principal (él mismo), a “la impasibilidad de Buster Keaton”, lo que de nuevo nos recuerda la fascinación nunca desmentida del surrealismo por el slapstick.
Es una pena que la versión que ahora se nos presenta no haya seguido sus consejos por lo que respecta a la sonorización, entre los cuales la utilización de Trois petites pièces montées de Erik Satie para las secuencias de las musidorianas ladronas de hotel y la de Louis Armstrong (entonces en el apogeo de su lenguaje hot) para el periplo de la sonámbula. “No son sino ejemplos –concluye Hugnet–, pudiendo una escena de seducción llevar una puerta que cruje y el beso un redoble de tambor”.
El inicio, de carácter documental, hace pensar en el de La edad de oro. Sigue una fiesta imaginativa y erótica, con momentos inolvidables, como el de las bellas muchachas sentadas en los mostradores de la joyería, el del sueño criminal o todo el pasaje de las insinuantes ladronas, con dos de ellas jugando a los dados dentro de una bañera.