martes, 25 de marzo de 2014

Camacho, Lacomblez, &c


La primavera se abre con esta exposición de Camacho, inaugurada el pasado sábado en Pau.
Mañana, en Bruselas, le corresponde a Jacques Lacomblez, con una retrospectiva de su obra entre 1951 y 2013, o sea toda una vida de fidelidad al arte, a la poesía y al surrealismo. Esperamos reseñar próximamente la monografía de Quadri, con los textos de Cabanel, Goutier y Vancrevel.


También esperamos reseñar el catálogo francés de la retrospectiva de Meret Oppenheim que se desarrolla en el Museo de Lille, con una presentación temática dividida en estos apartados: Autorretratos enigmáticos, El juego como estrategia artística, Los sueños y el inconsciente, En diálogo con la naturaleza, Objetos eróticos, Sobre las trazas de lo invisible, Las interferencias entre la imagen y el texto y Metamorfosis. Esta exposición se prolonga hasta el 1 de junio.
En el Museo de Utrecht se celebra una exposición de “Surrealistas holandeses”. Un visitante parisino de mi entera confianza me habla de sus “instalaciones para el gran público”, de sus “animaciones vulgares (cadáveres exquisitos para los niños, objetos pornográficos modernos, montajes de películas publicitarias con trozos de La edad de oro y de Un perro andaluz sin indicar las fuentes, pinturas Cobra...)”, y, en fin, del típico batiburrillo posmoderno que solo crea confusión y que caracteriza a tantos museos empezando por el aborto parisino que desde hace ya demasiadas décadas usurpa el espacio de un bello y bullicioso mercado –¿para cuándo su demolición? En esta explotación espectacular del surrealismo, es inútil, por supuesto, buscar nada del surrealismo actual, y hay que contentarse con las obras y los documentos de tiempos acotados, lo que al menos en este caso tiene la ventaja de tratarse de aventuras poco conocidas.

Jean-Paul Martino

Esta es una bonita publicación de Les Hauts-Fonds, recogiendo dos libros de poemas de Jean-Paul Martino (1935-1996), sobre quien hablamos hace muy poco. Tanto Osmonde como Objets de la nuit fueron publicados en Montreal, el primero en 1957 y el segundo dos años después. El prólogo de Osmonde es del maestro de Martino, Claude Gauvreau, nombre determinante en el surrealismo canadiense, y el frontispicio lo hizo Léon Bellefleur. Las ilustraciones de este volumen de ahora son de Jean-Pierre Paraggio, lo que le da un realce especial.
Posteriormente, Jean-Paul Martino expuso sus obras pictóricas, descubrió el arte de los haida, nootka y kwakiutl, se inició a la cultura china, estuvo en el Katmandú, publicó Surrealous bajo el seudónimo de John of McWaters, hizo un viaje de tres años de Tierra Nueva a los países escandinavos acabando en Turquía, cambió su nombre por el de Paul J. Martin y luego Yuan Woo y publicó como Yuan Otter Olmek Caravansary y Elutriation. Es sin duda alguna un individualista genial, que urge descubrir, o redescubrir. Si Osmonde y Objets de la nuit son sus únicos poemarios en francés, los tres títulos que acabamos de citar son en inglés y anuncian su reedición en las Ediciones Sonámbula.
Muy interesante es el postfacio de Richard Walter, quien ubica muy bien al poeta en el Canadá de la época: “De la «gran negrura» a la «revolución tranquila»: el paisaje de Martino”. La “gran negrura” era el Canadá de los años 40 a 50, una sociedad ultrarretrógrada en la que surgieron valientemente los automatistas y los discípulos de Alfred Pellan, entre los cuales se contaron Mimi Parent y Jean Benoît. Richard Walter muestra el carácter explosivo de Refus global, publicado por Borduas en 1948, un documento excepcional: “entre todos los manifiestos de vanguardia del siglo XX, uno de los más concisos y de los más directos”, que no dejó de influir, y mucho, en la liquidación de la “gran negrura”.
Richard Walter concluye afirmando que Martino tiene en común con Gauvreau “la revuelta y la intransigencia, una vida de pobreza y de errancia”, o, más bien, “una vida de militancia poética perpetua”. Uno de los poemas de Osmonde está consagrado a Antonin Artaud, y André-G. Bourassa, en su estudio clásico Surréalisme et littérature québécoise, no duda en calificar Osmonde como “poesía de la demencia en la estela del surrealismo de Artaud”. La lectura de estos poemas es un verdadero hallazgo de la aventura lírica, y merece ser recomendada sin reserva alguna.
“Je suis un vase d’arain rempli de chansons folles”.

Los blues


Los blues ofrecen cierto paralelismo con el surrealismo. El más elemental reside en el hecho de haber nacido simultáneamente, haber tenido una influencia enorme y haber llegado hasta nuestros días live and well. Y luego se podría señalar que el blues, como el surrealismo, siempre permanece, haciendo burla de los cambios incesantes de la música popular, como el surrealismo lo hace de las modas literarias, artísticas y hasta “revolucionarias”.
Aunque de raíces profundas en África, el blues se conformó en tiempos no tan antiguos como se creyó siempre. Es bonito pensar que el primer blues grabado, en 1921, llevó por título Crazy Blues, pero ni era un blues ni Mamie Smith, que lo cantó, una cantante de blues, sino de vaudeville. La primera voz verdaderamente bluesy fue la de Trixie Smith, pero el primer blues genuino que se grabó fue Mama’s Got The Blues, por Sara Martin, el 14 de diciembre de 1922, dato que nadie ha señalado aún. Al piano, nada menos que Fats Waller, quien dos meses antes había grabado como solo pianístico uno de los primeros blues jazzísticos: Muscle Shoals Blues. El jazz se irriga de blues desde el nacimiento de los registros fonográficos, o si no piénsese en el clarinete de Johnny Dodds, en los combos de Clarence Williams, en las pequeñas orquestas de King Oliver, Jelly Roll Morton o, en Kansas City, Bennie Moten, todos muy activos en los estudios ya en 1923.
Ese año de 1923 es el que ve el surgimiento de grandes blueswomen: Bessie Smith, Clara Smith, Ida Cox, Ma Rainey, Sippie Wallace, Edmonia Henderson. Es, a la vez, el año del primer registro de blues masculino, aunque instrumental, por el guitarrista Sylvester Weaver. La primera grabación vocal de un bluesman solo llega en 1924, con Ed Andrews en Atlanta.
Ya 1924 –año del Manifiesto del surrealismo– es un año apoteósico de grabaciones de todo tipo.
Sobre la influencia enorme de los blues nada vamos a descubrir. Su sencillez formal, aliada a su profundidad de sentimiento, ha marcado gran parte de la mejor música del siglo XX, comenzando por el jazz.
Sin embargo, esta música de pasión y revuelta no goza hoy de la misma salud que el surrealismo, y pocos son, entre los discos que de blues se publican al año, los que escapan a la prefabricación de los estudios y productores. Pero aquí tenemos uno, obra de un músico blanco.
Kim Simmonds fundó en 1965 la banda británica Savoy Brown, cuyos primeros discos, muy cercanos al blues negro, fueron exitosos, para luego seguir lanzando muchísimos títulos a veces muy desiguales, pero en los que nunca faltaban aquellas raíces. Con el tiempo, Savoy Brown acabó identificándose con Kim Simmonds, quien comenzó a publicar, siempre en sordina, o sea fuera de las modas del mercado, algunos preciosos discos a su nombre. Muy fino guitarrista, buen compositor, vocalista de los que interpretan sus temas como nadie lo haría mejor, Simmonds es un ejemplo –raro entre los músicos blancos– de fidelidad a la visión y a la esencialidad de los blues, sin los habituales eclecticismos.
(A mi amigo Édouard Jaguer le hubiera gustado saber que uno de los títulos de este disco de nuevo retorno al delta del Mississippi se titula Cobra, y que además es un instrumental.)

martes, 18 de marzo de 2014

Un sombrero volador

Guy Girard, 44 Napoleones, 2010
Esta es la novena entrega poética que hace Guy Girard en un par de años, editadas todas en su propia residencia de Saint-Ouen. De cada una de las anteriores hemos dado noticia aquí: Trois poèmes coréens, Tarzan est un autre, Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, Ode à une théière apocalyptique, Manuel de zoologie onirique, André Breton en Chine, Pierre des Nautiles y Éléments pour une esthétique onirique. El día que estos cuadernos se unan a otros anteriores y simultáneos, sin duda que tendremos uno de los grandes libros del surrealismo en sus avatares de las últimas décadas.
Algunas aportaciones de Guy Girard, como la del Abrégé o la de los Éléments (o, en el terreno plástico, la de los retratos dobles), pueden insertarse perfectamente en la brevísima lista que damos a propósito de Sasha Vlad y Dan Stanciu. Esta vez, la nueva plaquette de Girard se compone de un poema largo y de un sueño breve, cuyo punto común es la presencia de Napoleón, una figura que ha tratado siempre Guy Girard con el más absoluto desparpajo, como hace con tantos personajes “reales” o “imaginarios”, Napoleón realmente perteneciendo, si es que esta distinción se pudiera hacer, a la segunda categoría. Una de sus exposiciones se titulaba “Napoleón y algunos otros...”, y en el Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, donde no podía faltar, su presencia es doble: con Josefina en un sueño y asociado, como aquí, a Salvador Dalí, en otro.
Como yo es la primera noticia que tenía de que a Napoleón se le llamaba “Père La Violette”, tuvo que informarme de por qué, y es que a sus soldados les dijo, tras la capitulación de París, que volvería en primavera, con las violetas. Se empezaron entonces a difundir unas postales donde las violetas ocultaban los perfiles de Napoleón, María Luisa y su hijo pequeño, y el gobierno decretó (¡hasta 1874!) la reproducción de esta flor. Las violetas de Napoleón llevan a Guy Girard a la asociación con la espantosa película española de 1952 Violetas imperiales y, por supuesto, con el cuadro daliniano de 1938 también titulado así. En este cuadro, que perteneció a Edward James, y que puede verse cómodamente en google, tenemos, en la típica playa daliniana, al crepúsculo, una enorme mesa-plataforma de primer plano con tres sardinas secas y un plato donde yace el auricular de un teléfono, pero lo que ha llamado más la atención del poeta es la misteriosa casa del fondo, que sin duda “no es una simple cabaña de pescadores”.
En el trasfondo gótico y popular tan del gusto de Guy Girard, no faltan los nombres de Jeanne d’Arcula, el Sargento Bertrand, Merlín, el Golem, el Yeti o King Kong. Bajando por la Rue Fontaine con una medusa pegada al corazón, tras haber visto a mediodía un león nacer de un huevo, un gorila le tiende el bicornio alado del “mercurial emperador”, ya que, sin duda, en la Rue Fontaine todo puede suceder.
La brevedad no hace menos hilarante el sueño: en una isla cercana a Jamaica, Napoleón organiza un festival de reggae, confiándole al soñador una enorme imprenta de ordenador que lleva bajo el brazo. Este sueño es del 18 de noviembre de 2012, por cierto que 36 años exactos desde el día en que murió el inventor de las bastante oníricas rayografías.
Vamos a cerrar esta nota de modo apropiado: con la publicidad que en la revista Bief hizo Éric Losfeld del libro de François Valorbe Napoleón en París. Y es que estamos en el centenario de este personaje insólito: el Marqués de Valorbe, actor muy celebrado (intervino en grandes películas francesas, e incluso en el Gigi de Minnelli), humorista de primera fila, surrealista en el grupo de André Breton desde 1951 a 1954, fanático del jazz al que se debe el precioso poemario Carte noire, autor de “El cine onírico” y del billete libertario “Revolución indivisible”, novelista erótico con varios seudónimos pintorescos (Jules Pornot, Claude Ariel, Graf E. Roothe, James Peeters)... Pero sobre él volveré en algún mes más calmo de este año suyo. Hoy tan solo recordamos esta hoja, no sin señalar que Napoleón en París, pese al cálculo jocoso de que se vendería mucho porque su título ostentaba los dos nombres que más vendían en la época, fue un fiasco editorial.


Dan Stanciu/Sasha Vlad (2)

The Unique Year
The unique year is used mostly for adjusting the plural years, which (due to the phenomenon of mass tensing) add one cavity to their bodies at each third rotation of the terrestrial dial. It has in its composition 100 temporal pillows (the so-called “buffer pillows”), created in order to dilute spontaneously the teeth of certain days of increased regression that are placed at the intersection of two or several dramas.
Siempre me quedo encantado con la capacidad que algunos surrealistas evidencian de hacer cosas que resultan enteramente novedosas, con la capacidad inagotable de aventurarse que tanto sorprende en un movimiento que surgió hace casi un siglo. Reciente y automáticamente, o sea no de modo reflexivo-exhaustivo, evoco los últimos collages de Guy Ducornet, los automatismos de Patrick Hourihan, los fotomontajes de Neil Coombs, los diarios dibujísticos de Premysl Martinec o las visiones arenosas de Frantisek Dryje.
Por ello vuelvo hoy a la entente Dan Stanciu/Sasha Vlad, reproduciendo arriba otro sus flamantes collages y ahora dos de sus colaboraciones en el catálogo Other Air, una de ellas una atractiva propuesta a la que se suman los nombres de Gheorghe Rasovszky y Iulian Tanase.


















Poesía surrealista: lo que es y lo que será

El almanaque Lo que será es también una muestra de la poesía surrealista actual, con algunos textos largos (a veces de carácter más narrativo), como los de Cruzeiro Seixas, Jacques Lacomblez, Eric Bragg o Riki Ducornet, el de esta última acompañado por la imagen de un armario delirante.
Poemas que nos traen nombres del surrealismo son el de Will Alexander –Artaud–, Carmen Bruna –“A propósito de Luis Buñuel y las ensoñaciones de Severine”–, Raúl Henao –con un epígrafe de António Maria Lisboa, hace poco aquí mismo traído a ardiente colación–, Nicolau Saião –dedicado a Cesariny–, Laurens Vancrevel –de nuevo con Cesariny, ya que su poema se titula “Walking down the streets with Mário Cesariny”– y Emma Lundenmark –“a la memoria de Leonora Carrington”.
Muy novedosos son los poemas-collages de John Digby, y resaltaré también en este sentido la contribución de Beatriz Hausner, entre cuyos versos inserta, en letras cursivas, fragmentos de una canción del grupo Lit, de un ensayo sobre el comportamiento humano y de poemas de los antiguos trovadores –sobre todo, de la Condesa de Dia, también llamada Beatritz.
El centenar de poemas que hay en el almanaque de Brumes Blondes revela la vigencia plena de la escritura surrealista, siempre irrigada de automatismo y exuberante de vida, a años luz de los ejercicios cerebrales o babosos que por ahí se destilan.
La antología, por llamarla así, que emana de este almanaque, tiene un carácter rotundamente internacionalista, lo que ha sido desde sus orígenes la apuesta de Brumes Blondes.
En 1959, o sea, hace ya la friolera de 54 años, Her de Vries, fundador del Bureau de Recherches Surréalistes de Amsterdam y constante animador de la aventura surrealista en los Países Bajos, escribía una declaración de la que se publicaron unos pasajes en el n. 12 de la revista del grupo parisino, Bief, que editaba el editor surrealista por excelencia, o sea el inolvidable Éric Losfeld. Quiero reproducirla aquí, como nuevo homenaje a una vida de fidelidad a la verdad, a la poesía, al amor y a la libertad, y también a la amistad, sin la cual tampoco se hubiera podido hacer un número tan excepcional, tan abarcador como este almanaque de Brumes Blondes. Porque sin el carácter noble y generoso, sin sectarismos pero a la vez nunca reñido con el rigor en todo lo esencial, de Her de Vries, como de Laurens Vancrevel, la travesía de Brumes Blondes a lo largo de más de medio siglo de surrealismo, no hubiera tenido el esplendor que ha tenido, tantas veces dejando huella y testimonio de la aventura poética en sus más diversas procedencias, y siempre con los medios más modestos. Dicho a la antigua usanza portuguesa: honra les sea dada.


miércoles, 12 de marzo de 2014

Dan Stanciu/Sasha Vlad

La unión o transmisión de fuerzas ha sido una constante del surrealismo, desde sus mismos orígenes. Hace unos días atribuíamos a Bruno Jacobs, aventurero en Cádiz, el folleto de fotos y textos, para luego saber que los nombres de los editores, Violeta Cadena y Ruiz de Murag, corresponden a él y a Javier Gálvez, sin que pueda distinguirse lo que es de uno y lo que es de otro.
En el almanaque-filón de Brumes Blondes, encontramos tres collages de Sasha Vlad con leyendas de Dan Stanciu, que vamos aquí a reproducir a todo color:

On the horizontal plane, a black freshness.
On the vertical plane, a neutral ether.


When the passage from unseen to visible is done abruptly,
 it is better that the materials created for the purpose
of covering belong to different epochs.


When the law of liquid flow on surfaces of green
meets the law of filling with nothing,
the tender spheres disappear.

Dan Stanciu y Sasha Vlad son los continuadores de la aventura surrealista rumana, una de las más ricas del panorama surrealista mundial, con su apoteosis en los años 40, pero seguida luego durante décadas de modo individual, a causa de los espantosos avatares de la historia. De hecho, el segundo ha traducido a Ghérasim Luca, a Gellu Naum y a Virgil Theodorescu. Stanciu incluso llegó a conocer a Naum, a quien Sasha Vlad dedicó un bello texto en el n. 4 de S.u.rr...
Dan Stanciu reside en su país, mientras que desde 1989 Sasha Vlad lo hace en los Estados Unidos, pero ello no ha obstado a numerosas colaboraciones, incluidos dos de los siete libros que ha ido publicando Stanciu. Este, poeta y dibujante, formó, con Sebastian Reichmann y el pintor Rasovsky, un grupo surrealista informal en Rumanía, inventando diferentes juegos surrealistas. Se da cuenta de ello en el catálogo O reverso do olhar de Coimbra, que tan decisivo ha sido para conocer a muchas figuras dispersas del “surrealismo actual”. En el n. 46 de la revista Pleine Marge, Stanciu y Reichmann firman un largo poema, “À perte de rue”, escrito “al margen” de unos dibujos de otra figura del surrealismo rumano, Jules Perahim, que los reunió en el libro Un miroir se promène dans la rue.
He aquí la ilustración de Stanciu que acompaña el catálogo O reverso do olhar:


En Hydrolith, se reproduce el dibujo automático de Sasha Vlad “Jumah” y las “respuestas” a él de Dan Stanciu y Iulian Tanase, todo procedente de un libro de estos de título nada menos que Borbro, Obs, Kabupaten, Feen, Duamaa, Jumah, Ek-Yolo, Serliq, Burcep, Sodhi, Lecade, Epona, Snijngad.
De Sasha Vlad hay una entrada en Caleidoscopio surrealista, que damos en su versión actualizada:
“Escritor, dibujante, collagista, nacido en Bucarest en 1955, aunque desde 1989 en los Estados Unidos. Ha colaborado en las revistas del surrealismo: Analogon, Brumes Blondes, S.u.rr… Y ha traducido a sus compatriotas del grupo surrealista de los años 40: Luca, Naum, Teodorescu. En 2003, su respuesta a la encuesta del grupo surrealista de París sobre el sueño, el lenguaje y la imagen, es de las más sugestivas. En 2005, con Iulian Tanase, publica Borbro, Kabupaten, Feen, Duamaa, Jumah, Ek-Yolo, Serliq, Burcep, Sodhi, Lecade, Epona, Snijngad, y en 2006 Le parasite de l’azur, con Dan Stanciu, mientras que en los catálogos de las recientes exposiciones de Miguel de Carvalho pueden admirarse unos dibujos automáticos y el delicioso collage de la Muchacha tocando la riflauta. Es él quien concibe y coordina el juego del «Lugar común», a partir de la foto de un bosque de hayas que manipulan una serie de surrealistas (experiencia incluida en el volumen colectivo Hydrolith: Surrealist research & investigations, 2010, donde también hay un dibujo automático suyo al que “responden” con textos automáticos Stanciu y Tanase). En Other Air encontramos una divertida foto suya vistiendo el abrigo maravilloso de Brauner”.
Este collage de Sasha Vlad pertenece a la colección de Cruzeiro Seixas, que originó en 2004 el precioso catálogo O surrealismo abrangente:


En las respuestas a la citada encuesta (titulada “«Écoutons voir»”, y publicada como suplemento al n. 4 de S.u.rr...), Sasha Vlad refiere dos sueños con palabras materializadas. En el segundo, soñó la palabra “impossible”, que escribía con botellas vacías, en vez de con letras. La reconstrucción fotográfica de esa imagen la hizo tan solo repitiendo las acciones de su sueño, y para las dos eses puso dos botellas en forma de pez, que ya tenía en su casa:


Y en la línea de las colaboraciones en Brumes Blondes, tenemos, para acabar, este jeroglífico surrealista, con sus claves correspondientes:


Component Elements of the Turn Concocter:
a) A pendulum for rejecting breezes, coupled (through carnivorous jacks) to a fear.
b) A former wave (from the remainder of a tide), which now has foam-preventing prisms.
c) A cylindrical oracle-angle (from the series of nasally active ones), which is narrow in the north and flows into a delta in the south, and is filled with an emulsion of gaffes.
d) Shading device for insolents, during a difficulty-inducing journey on a technical vacant lot.

Rik Lina y las profundidades marinas

Rik Lina, Psychalia Polis, 2007

Una exposición de Rik Lina tiene lugar en Amsterdam, del 7 de marzo al 14 de abril. En el pdf que adjuntamos hay algunas imágenes de esa exposición, y unos breves y bellos textos iluminadores de su zambullida visionaria en las profundidades marinas.
RIK LINA – INTO THE DEEP.pdf


miércoles, 5 de marzo de 2014

Los nanquines de Rodrigo Mota


La palabra “nanquim” carece de correlato en español, no sorprendiendo que, en un país con una dimensión oriental como ha sido Portugal, sí que exista. (Allá por los fines de los años 70, me sorprendía mucho, en Lisboa, la fuerte presencia de África, de Oriente y de la América brasileña, que interesaban bastante más que el antipático país vecino y en general que la triste Europa; ello se advertía con solo hojear la prensa, y tenía sin duda un gran encanto, esfumado luego con las dos décadas de lavado de cerebro europeísta a que el país fue sometido por sus líderes demócratas, bien provistos para su empresa de gruesas bolsas repletas de poderosas monedas europeas).
“Nanquim” en portugués quiere decir tinta china, porque esta procedía de Nankin, en la China, como cierto tejido de algodón que también dio otra acepción a la palabra. En el texto que acompaña esta publicación de Rodrigo Mota, Marcus Salgado habla de las criaturas de nanquim o nanquines de las tintas chinas del artista, verdaderos “sismógrafos” cuyo guardián, evidentemente, es el Pulpo. Los nanquines de Rodrigo Mota están “impregnados del deseo que se desborda sobre el cuerpo irreal (del papel, de la ciudad) y sobre el cuerpo real de la mujer”. Marcus Salgado sitúa a Rodrigo Mota en la busca del Punto Sublime, como ocurre siempre en el surrealismo y como ocurre con los componentes del grupo deCollage. Algunos de estos dibujos automáticos ya habían sido dados a conocer en el n. 6 de A via queimante, “hoja del baobab de Lautréamont”, junto a otros de Paulo Leite. Alex Januário, otro componente del grupo, escribía a la sazón:
“Giordano Bruno nos dice que «las visiones del amor abren las negras puertas de diamantes del alma». Eso vale para las pinturas de Paulo Leite y los nanquines de Rodrigo Mota. El «negro» de estos dos artistas de mirada en estado salvaje recorre los caminos de la belleza vivenciada, reencontrando el verdadero valor que compete al hombre, o sea, poseer el espíritu emancipado. Reivindicando el lenguaje amoroso y deseante, la imagen-explosiva, exponen uno al otro el «exceso plástico negro», y he ahí nuevamente la manifestación pura del espíritu. Cualquier tipo de argumentación de aspecto estético sería irrelevante y reduccionista, visto que Leite y Mota no producen obras y sí hacen obras-poesía, revelando el surrealismo en su plenitud como los dibujos de Bellmer por ejemplo. Tenemos aquí lo que podemos calificar de encuentro revelatorio, el lenguaje amoroso y la imagen como símbolo deseante, rompiendo las formas llamadas dominantes de las artes y principalmente las mecanizadas de la vida, instaurando la perturbación del lenguaje, re-encantando los procesos de una actuación de vida y todas las posibilidades que el negro tiene para revelarnos: la fascinación de los cuerpos rasgados de Leite, y las gotas de nanquín emblemático de Mota. Si para Miró el color de sus sueños era el azul, para estos dos artistas el negro es el lenguaje poético por convulsión”.
Tinta da China, con una docena de dibujos de Rodrigo Mota, algunos a doble página, y el texto de Marcus Salgado, es otro primor de las Ediciones Loplop, que así continúan afianzando su trayectoria en el universo surrealista.

António Cândido Franco y el surrealismo en Portugal (2)

P. Oom, Retrato de António Maria Lisboa, 1949

Una de las aportaciones claves de estas Notas para a compreensão do surrealismo em Portugal que acaba de publicar António Cândido Franco en  la Editora Licorne, es la reivindicación que hace de António Maria Lisboa, y en particular de su genial Ossóptico, que, compuesto por quince poemas, publicó en 1952. El “ossóptico” (“huesóptico”) es el ojo hueso, el ojo de la imaginación, el ojo “del otro mundo” de que estaba dotado este poeta –y es que “el equipamiento de Lisboa, heredado de experiencias anteriores, del sobrenaturalismo de Novalis y Nerval al surrealismo de Breton, pero afinado por él, es de calidad excelsa y se mostró muy adecuado a la exploración en gran extensión del continente del alma”. Corría el otoño de 1979 cuando me agencié yo en Lisboa –encuentro decisivo– los Textos de afirmação e de combate do movimento surrealista mundial, de Mário Cesariny, y ya eran los días navideños cuando deparé con un libro a la vez explosivo y sublime: Poesia de António Maria Lisboa, “establecida” por Cesariny. Explosivo, porque tanto el prólogo como las notas de Cesariny eran tan detonantes y virulentos como para obligar al editor a señalar en una nota que “no suscribe parte de las afirmaciones y acusaciones producidas en este volumen”, y en otra al director de la colección (el poeta-literato Melo e Castro) que no tiene nada que ver con él. Sublime, porque, en efecto, ahí tenía uno que vérselas con uno de los poetas más consternadores, más abismales de toda la poesía portuguesa, y que en la de su tiempo podía acercarse, como ya señalé, ni más ni menos que a un Duprey o un Rodanski (en la poesía del país vecino, solo la profundidad de Cirlot, aunque poeta demasiado sereno a su lado, se podía emparejar con la suya).
(Mucho después, en 1995, y también por Assírio & Alvim, se reeditaría la obra de António Maria Lisboa, pero sin la intervención impagable de Cesariny ni los seis poemas gráficos del poeta, por lo que el libro de 1977 sigue siendo insustituible.)
Con quien conecta António Cândido Franco Ossóptico es con una ignota obra portuguesa de 1926: A cidade do sol, “novela metafísica” de José Manuel Sarmento de Beres, uno de los fundadores, en 1922, de la Sociedad Teosófica Portugesa, y a quien trató António Maria Lisboa. Es una conexión tan sorprendente como certera, esta que hace António Cândido Franco.
Volviendo a Ruptura inaugural (panfleto publicado en las Éditions Surréalistes, del que dirá Mário Cesariny que “determinó mi adhesión plena al surrealismo”) y a la exposición del mismo año de 1947, António Cândido Franco considera que “representan en la historia del surrealismo momentos de gran significación, pasos de envergadura gigantesca, que volvieron a poner al movimiento surrealista en contacto con la ruta perdida, apartándolo de aquellos que le estaban chupando la sangre. La exploración del espíritu, el viaje por las tierras interiores, sin olvidar lo que ese viaje implicaba para la liberación social, pero ahora sin lapsus, volvía a ser el itinerario natural de un movimiento que nació para dar al mundo una nueva revolución, en un dominio solo por él presentido, y no para seguir de manos amarradas a la espalda las revoluciones de los otros, aplazando, o incluso haciendo prescribir, aquella para la que había nacido”. En realidad, no es que el surrealismo hubiera dejado aquella exploración durante los años de (relativa) sumisión marxista-leninista, pero sí que es cierto que en la fecha crucial de 1947 se asiste a una poderosa reactivación, y que es en ella donde se lanza con fuerza el surrealismo en tierras portuguesas: “El momento en que Cesariny capta París, a los 24 años, es de los más cristalinos; solo tiene paralelo, e incluso así a distancia, dado el verdor del propósito inicial, con lo que ocurre en 1924”. Nace pues el surrealismo portugués “de uno de los raros picos del surrealismo en general”, lo que evidentemente replantea el tópico de su “nacimiento tardío”, en lo que este tópico busca de convertirlo en epigonal, operación constante que la crítica académica aplica a innumerables casos del surrealismo. Muy finamente señala luego António Cândido Franco, con respecto a António Maria Lisboa, que este desde luego no esperaba nada del marxismo-leninismo, y ni siquiera del anarquismo en tanto movimiento, tradición o historia, sino de la anarquía, que es muy diferente.
Siguiendo con António Maria Lisboa, el capítulo 22 aborda la relación con otro nombre del surrealismo portugués, Fernando Alves dos Santos, cuya obra reunió Perfecto E. Cuadrado en 2005 y en la que se señala la presencia, como en Lisboa (y en Risques Pereira), de esa saudade objeto de la reflexión constante de Teixeira de Pascoaes. El capítulo siguiente es a Cruzeiro Seixas a quien trae a colación, considerado como el artista plástico portugués en quien mejor se plasma el “modelo interior”. Y en un ensayo como este, tan libre, pasamos ahora –capítulo 24– a un inesperado título: “Violette Nozières y el Rey Ghob”, este un tal Francisco Leitão, criminal que saltó a las noticias lusitanas hace un par de años y que llamó la atención de Cruzeiro Seixas por la arquitectura “comestible” de su casa. Cruzeiro Seixas se interesó por esta historia porque mostraba, señala António Cândido Franco, “que tales seres podían dar salida diferente a su Yo arcaico en caso de que hubieran tenido desde la infancia una educación diferente, y no aquella que prepara para la competencia desenfrenada en torno al dinero, y que exige la formación de un Yo social sofocante y exclusivo”, o sea, “en caso de que le hubiesen dicho o mostrado que, aparte la dicotomía entre la censura y el acto de satisfacción inmediata de los deseos primitivos y originales, los más imperiosos en estos casos de absoluta indisolubilidad del Yo arcaico, existía un tercer término, el de la representación simbólica, capaz de conciliar con eficacia las dos vías”. El Yo social, como expresa más adelante António Cândido Franco, es sustituido por el Yo arcaico en el automatismo psíquico, “dictado, como expresión del pensamiento real, desnudo y crudo, sin intromisión de factores exteriores, distantes o próximos”.
Al final de esta apasionante obra, vuelve a ocuparse su autor del contexto en que surgió el surrealismo en Portugal, avanzando hacia los años 50, con la publicación de un libro al que da todo su crédito: L’art magique, visto como el corolario de la década anterior, y en cierto modo anunciado por las visiones del “ossóptico” lisboano. Pero sobre todo, es central su afirmación de que, “al revés de lo que se ha dicho”, la década de los 40, por el declive mediático del surrealismo (y yo añadiría que por la hostilidad de existencialistas y de estalinistas –incluida la de los surrealistas que persistían en conciliar el pútrido comunismo soviético con el surrealismo), si es que no a causa de él, “significó para el surrealismo un paso adelante y representó para el surgimiento del surrealismo en Portugal un humus de excepcional valor”. António Cândido Franco llega a afirmar que un surrealismo surgido allí en los años 30, con su “materialismo dialéctico” a cuestas, no hubiera hecho posible la obra irreemplazable, única, de António Maria Lisboa. Y se nos ocurre ahora mismo cotejar al surrealismo portugués con el rumano, verdaderamente fabuloso, y que coincide con él cronológicamente, para oponerlo al yugoslavo, surgido en los años 30 y en el que casi todas sus figuras, bien empapadas de materialismo dialéctico, acabaron en los brazos del mariscal Tito, un cretino y un criminal, que, cuando se publicó la obra de su futuro lacayo Marko Ristic Infamia, la calificó en la prensa de “perfidia surrealista”, añadiendo que era obra de un “amigo íntimo del trotskista y degenerado burgués parisino André Breton” (Infamia, por cierto, sería, a la vez que la denostaban Tito y otros amigos comunistas, prohibida por el gobierno fascista entonces en el poder).
Nada más obvio que la rotunda separación entre el primer grupo surrealista surgido en Portugal y el que en seguida animan Mário Cesariny y António Maria Lisboa, punta de lanza del surrealismo coetáneo, a pesar de que la época no permitiera zarpar hacia el destino internacional que solo se abrirá en los años 60 al establecer relación el primero con Sergio Lima. António Cândido Franco ofrece aquí –seguimos en el capítulo 25– unas notas sobre los avatares del surrealismo portugués posterior, con sus figuras y sus publicaciones, de las que se espera una reedición de las de carácter colectivo: Pirâmide (1959-1960) y Grifo (1970). Se vuelve al “abyeccionismo”, del que ya hemos hablado y que tanto Cruzeiro Seixas como Mário Cesariny acabaron rechazando tajantemente. La refutación que de él hace Cesariny en las notas al libro de António Maria Lisboa es perfecta, impecable, y revela lo que hay en la idea abyeccionista de rancio existencialismo. (Por pequeño despiste, se citan como de 1985 unas palabras de Cesariny afirmando que “aquí y ahora y siempre en todas partes el surrealismo no tiene nada que ver con el abyeccionismo”: realmente ya estaban en un escrito sobre Luis Buñuel, datado en 1973, y Cesariny las repite en la edición del libro de su amigo.)
Con respecto a la apertura internacional del surrealismo portugués, señala António Cândido Franco también, en Phases, el texto “Para una cronología del surrealismo en portugués”, que considera “la principal pieza historiográfica del movimiento en Portugal”. Apareció en 1973 en el n. 4 de la segunda serie de la revista de Édouard Jaguer, suntuosamente presentado.
¿Y quién estará a la altura de lo que exige António Cândido Franco para los estudiosos del surrealismo: “estudiar el surrealismo es encontrar el órgano visionario del alma”? Porque sin el “ossóptico”, “nunca habrá estudio pleno de las imágenes del surrealismo”, y “estudiar hoy el surrealismo, es la mejor respuesta al desnorte de la imagen en la sociedad actual, donde las representaciones, a causa de la banalización mercantilista, perdieron la sangre y el vigor que otrora tuvieron. Esa vitalidad fue conquistada en el momento de su nacimiento con el arte rupestre, se reforzó con el chamanismo y las primeras culturas agrícolas de tipo matriarcal, sobrevivió a la aparición de las grandes civilizaciones comerciales, estuvo viva y cumplió de forma general su función hasta el momento en que la industria cultural se aprovechó de ella. Se encuentra ahora titubeante y atontada, con aire exangüe y delgadez cadavérica. El beso de la industria fue fatal para ella; le vampirizó la savia. Es juego hollywoodense, displicente y grosero. Solo en el surrealismo y en su estudio la vitalidad original de la imagen, su llama inicial, hoy mortecina y casi apagada, vuelven a tener una hipótesis seria de resurrección”. Imposible decirlo mejor, en un libro que ha sabido ver las cosas con ese órgano visionario que es el de la verdadera poesía.

Ráfagas

Una exposición de las muy bellas imágenes de Mireille Cangardel hay en L’Usine de París (102 Boulevard de la Villette), del 8 al 22 de este mes.

Mireille Cangardel, El espíritu del chamán

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El libro de Patrick Lepetit Le surréalisme, parcours souterrain, publicado en Dervy con un prólogo de Bernard Roger, acaba de aparecer en versión inglesa, ahora con prólogo de Allan Graubard y editado por Innertraditions en Rochester.
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La pasada primavera tuvo lugar una importante retrospectiva de Maurice Henry: “ Paris-Milan, voyage d’un surréaliste”, cuyo catálogo puede verse en la dirección que hemos anotado. Aunque comienza con una nota –estulta e innecesaria– de Jean Cocteau, incluye luego una buena entrevista con la mujer de Henry. Generalmente son de vergüenza estas entrevistas con viudas, viudos, hijos, hijas, hermanos, hermanas, sobrinos, sobrinas y demás familia, pero al contrario de lo que ocurría con las viudas Magritte y Scutenaire, podemos decir que Elda Henry, como Juliette Man Ray, Elisa Breton o Margarita Camacho, sí es surrealista: una mujer que no ha dejado nunca de ser admirable.


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Vincent Krans anuncia para esta primavera una publicación que acompañará la exposición  de Her de Vries y que reproducirá todas sus cajas y objetos, con textos del propio Krans y de Laurens Vancrevel.

Her de Vries, Les eaux dormants, 2008

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En el Centro Wallonie-Bruselas de París se celebra desde el 6 de febrero y hasta el 6 de abril la exposición “Abecedario del surrealismo en las colecciones de La Louvière”, a partir de tres colecciones surrealistas de aquella región belga donde tanto impacto tuvo el surrealismo. En cierto modo se celebran así los 80 años de la fundación del grupo Rupture (el primer grupo surrealista creado en una provincia), y que al año siguiente organizó una exposición surrealista internacional. Hay a la vez un ciclo fílmico, con todos los clásicos del cine surrealista belga y documentales sobre Magritte, Alechinsky, Lacomblez, Pol Bury, Dotremont, Marcel y Gabriel Piqueray, etc.


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De Guy Cabanel saldrá muy pronto un nuevo cuaderno poético: En visite chez Li Ts’ing Tchao parmi les fleurs du cannelier, y de Anne-Marie Beeckman nada menos que tres a la vez, en distintas pequeñas editoriales: Le ciel & autres contes, Louis Pons, Rat Club, section autonome y Serviteurs, les princesses.
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Al fin se encuentra en marcha la edición de los ensayos de Aldo Pellegrini. En 2001, la solapa de La valija de fuego (Poesía completa) daba incluso como publicado el título La conquista de lo maravilloso (Ensayos completos), pero de eso nada, y hasta la idea quedó en agua de borrajas. Teníamos que contentarnos con el maravilloso librito Para contribuir a la confusión general, editado en 1965. Ahora parece que por fin va a cristalizar muy pronto –este mismo año– la edición de un libro cuya importancia no es menester señalar.
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En Puerto Rico tiene lugar esta exposición, dedicada a Eugenio Granell y “El Mirador Azul”. El título alude al grupo de siete artistas que tomaron el nombre de un espacio donde se reunían con Granell para pintar y practicar juegos surrealistas, entre ellos el cadáver exquisito. Corría el año de 1957. En el libro de la encargada de la exposición, Cheryl Hartup, Visión doble, se destaca la influencia del artista español en la renovación de las artes plásticas portorriqueñas. La exposición se compone de 39 trabajos, divididos en cuatro secciones: las obras de Granell; las de Cossette Zeno y Luis Maisonet Crespo; las de Rafael Ferrer y Roberto Alberty; y las de Julio Rosado del Valle. Este último era un amigo suyo, y discípulos los restantes.
La Fundación Granell anuncia para junio una exposición en homenaje a un gran artista del surrealismo: Iván Tovar, quien, nacido en la República Dominicana, contactaría fecundamente en Nueva York con Eugenio Granell.

El mito templario

Desde Quebec, David Nadeau anima una investigación sobre el surrealismo y el mito templario, señalando cómo este ha representado para un Jarry o un Villiers “el triunfo del amor y del espíritu sobre las miserables condiciones de existencia” (y nada más surrealista) y apuntando datos de relieve en Antonin Artaud, André Breton, René Alleau, Jean Palou, Seixas Peixoto, Alain-Pierre Pillet y el grupo Stir-Up (que en 2007 celebró la exposición “Templarios, iniciados en el misterio”).
A partir de las imágenes del sello de los templarios y del Baphomet (jeroglífico que, según Fulcanelli, resume la Gran Obra), la investigación “propone enfrentar el contenido utópico y distópico asociado al tema templario”, con su edición a través de cualquier método surrealista o con la realización de un dibujo o un texto inspirados en las figuras de los jinetes del sello o en el Baphomet tal y como lo encontramos en el frontispicio de la segunda parte del clásico de Éliphas Lévi Dogma y ritual de la Alta Magia.
A juicio de David Nadeau, “el mito esotérico asociado a los templarios sigue alimentando el proyecto surrealista”, en oposición a una realidad histórica que “representa más a los monjes, soldados y banqueros”, fortalecedores del “poder político, económico y religioso de la iglesia católica”.