martes, 5 de noviembre de 2019

Claude-Lucien Cauët, el Amor, la Revuelta


Le valet de trèfle es un nuevo poema amoroso de Claude-Lucien Cauët, en la estela del reciente La fiancée vésperale, ya saludado aquí. La tirada, en las Éditions Apa, es de diez ejemplares (¡!). Y la sota de trébol, nada menos que el gentil caballero de la carreta.
Alain Roussel, siempre brillante, dedica una preciosa nota a La fiancée vésperale de Claude-Lucien Cauët, que merece destacarse. Y es que, además, me recordó cómo, hace un par de años, un colectivo surrealista, al solicitar colaboraciones para una revista, rogaba evitar la poesía amorosa, lo que a la sazón me hizo pensar que hubieran rechazado “La unión libre” o “Yo sublimo”.

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El surrealismo nos reserva a veces estas decepciones, como también (aparte periódicas genuflexiones ante los dioses científicos y tecnológicos y hasta una ante el mismísimo papa romano) cuando aflora el solapado estalinismo de considerar que la caída de los siniestros regímenes de dictadura policiaca del Partido por excelencia supuso una pérdida de “horizontes”. Ya lo expresaba así en 2008 Jean-Marc Debenedetti en el flácido “elogio de la libertad” que fue su autobiografía Les mangeurs d’horizons: “La caída final de la Unión Soviética ha acarreado un marasmo espiritual, bajo la forma de una resignación en la que parece que no haya ya nada que esperar de un cambio de orden social”. Porque si el “horizonte” estaba en aquellos regímenes, o en algo que se les parezca, preferimos el “marasmo espiritual” de quienes antes estaban tan ilusionados (y tampoco hay que quejarse tanto, cuando aún mantiene la llama más o menos pura Corea del Norte, y siguen vigentes Cuba o China). Y como aparte: ¿nadie quiere recordar, sin necesidad de alejarnos mucho, ni en el tiempo ni en el espacio, la lección de muchas pequeñas sociedades rurales europeas que fueron un modelo de comunitarismo sin sombra de autoritarismo?
(Y me permito otro aparte: hacia 1971, cuando yo comencé a leer a André Breton, mi revuelta contra la sociedad burguesa y el estado era total y absoluta –y poco he cambiado desde entonces– sin que ni por asomo se me ocurriera mirar hacia la Unión Soviética y sus satélites, o pensar que allí había cualquier “horizonte”.)

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Pero la poesía de Claude-Lucien Cauët cabalga por encima de todo eso.