Con motivo de la exposición en Cuenca,
Gerona y Palma de Mallorca, la Fundación Juan March ha editado un valioso
volumen de cerca de 200 páginas dedicado a Juan Batlle Planas, figura aún poco
conocida en relación con su importancia intrínseca y con su notable influencia.
Es una pena que el catálogo se centre solo en sus collages y gouaches de los
años 30 y 40, pero ya nos deja bastante satisfechos, con la reproducción, por
ejemplo, de sus inquietantes “radiografías paranoicas”.
Nacido en Cataluña. Batlle Planas vivió
desde los dos años en Argentina, no volviendo nunca a España. Expuso en Buenos
Aires desde 1939, y fue un gran conocedor del psicoanálisis, el surrealismo y
el budismo zen. Hacia el surrealismo marca a veces sus distancias, sin que sean
esas divergencias esenciales.
Pedro Azara hace una buena presentación de
sus “montajes”, ofreciendo menos interés un trabajo subsiguiente sobre el
contexto boanerense (el artículo de Azara contiene una “información” pasmosa:
los vizcondes de Noailles “financiaron” a Salvador Dalí, “refugiado en Buenos
Aires durante la Segunda Guerra Mundial por ser judío”). [NOTA: Según nos ha aclarado el propio Pedro Azara, este error procede de la fusión editorial de dos notas, la segunda sobre el decorador Jean-Michel Frank, quien, relacionado con los vizcondes, abrió una galería en la que Batlle Planas expuso por primera vez y sí que estuvo exiliado en Buenos Aires por su condición de judío o descendiente de judíos.]
El catálogo
propiamente dicho es muy bello, con trece radiografías paranoicas, collages,
cadáveres exquisitos, témperas y dibujos. En los años 30 hizo también cajas (a
las que volvería en los 60), pero no son contempladas aquí. Sí, en cambio, se
nos presenta su labor de ilustrador de libros, entre ellos, en 1943, Ismos
de Ramón Gómez de la Serna (suyo es el collage de la cubierta, y suyas tres de
las obras que acompañan el capítulo dedicado al surrealismo), Pasiones
terrestres de Enrique Molina (1946), Panta Rhei de Julio Llinás
(1950) y Las muertes de Olga Orozco (1951); también se le debe el dibujo
de la cabecera de A partir de cero, una de las grandes revistas del
surrealismo argentino, que dirigió Enrique Molina (1952).
El apartado dedicado a la biblioteca del
artista contiene dos artículos más bien flojos, en uno de ellos enumerándose Drôle
de menage del infame antisurrealista Jean Cocteau como si fuera otro de sus
libros surrealistas, pero es cierto que Batlle Planas poseía muchas obras
importantes del surrealismo. Mucho lo influyó en la etapa final de su vida el Diccionario
de símbolos de Cirlot.
La Antología es espléndida. Comienza con
tres textos suyos. En una breve nota señala cómo el Bosco, El triunfo de la
muerte de Brueghel y Lautréamont “aleccionaron” la “búsqueda” de su
pintura. Sobre el último, debe acotarse que de 1942 es el Verdadero retrato
del conde de Lautréamont hecho por Juan Batlle Planas, quien fue su
contemporáneo y amigo, y que Poseidón le encargó en 1946 ilustrar Los
cantos de Maldoror, acabando por perderse los veinte dibujos que hizo. Su
devoción por Lautréamont y la inspiración en su obra nos hacen pensar en otro
artista catalán de que hemos hablado en una ocasión: David Martí.
A la revista Cero (Primer objeto
narguile que trata de un homenaje a Batlle Planas, el surrealismo, Breton y
ciertos elementos para la nueva realidad), de 1967, aporta una larga prosa
poética y un ensayo muy personal sobre Breton, desaparecido pocos meses antes.
Pero sin duda el plato fuerte de este catálogo es el extraordinario ensayo de
1948 elaborado por Aldo Pellegrini. Un portento de lucidez y de energía,
imprescindible por lo que se refiere a la obra de Batlle Planas de los años 30
y 40, pero a la vez disertando admirablemente sobre el surrealismo. Crítico
excepcional era Pellegrini, entre los máximos del surrealismo, en cualquier
lengua.
Se suman un texto breve y certero de Mujica
Láinez, dos poemas de Alejandra Pizarnik (y una entrevista de 1957 en la que
Batlle Planas le manifiesta, algo mezquinamente, sus reservas hacia el
surrealismo) y una nota y dos cartas de Enrique Molina. La nota es de 1975, cuando
a Molina ya se le ve el plumero de las décadas siguientes, aludiendo a la
“ortodoxia surrealista”, pero las cartas, de 1948 y 1950, son formidables,
recomendándole El alma romántica y el sueño de Béguin y celebrándole
“ese vertiginoso mundo que el surrealismo intuye y que dará la verdadera medida
del hombre”.
Cierra este volumen una completa
bibliografía de y sobre el artista, seguida de una lista de sus exposiciones
individuales y colectivas.
Juan Batlle Planas, Radiografía paranoica, 1936 |