domingo, 27 de enero de 2019

“A Ideia” y el surrealismo

De nuevo un número de la revista portuguesa de cultura libertaria A Ideia dedica amplio espacio al surrealismo, y no solo en Portugal. Mucho me gustaría reseñarla ampliamente, ya que cuenta con muchísimos trabajos de enorme interés a lo largo de más de 300 páginas, pero me limito a destacar el material referente al surrealismo.
En primer lugar encontramos unas cartas de Mário Cesariny a Guy Girard, con quien vence la antipatía francesa que le habían provocado los señores del “surrealismo histórico”. Gira este puñado de cartas en torno a la importante declaración internacional surrealista de 1992 contra los hipócritas eventos que celebraron entonces el llamado “descubrimiento de América”. Esa declaración, por cierto, la traduje yo en Canarias, tras habérmela mandado el propio Cesariny, quien me contaba cómo, del epígrafe del texto original, había desaparecido, en todas las versiones (inglesa, francesa y española) del Bulletin International du Surréalisme en que fue publicado, este inciso de Breton: “en tanto que no se sepa hacer nada sin poner para ello cara de saberlo todo, con la Biblia por un lado y Lenin por el otro”. Palabras que Cesariny consideraba “magníficas”, pero que alguien había cortado “sabe el diablo surrealista por qué”. Aunque yo creo que es fácil saberlo (y que Cesariny también lo sabía).
Se amplía el contenido con la reproducción de otras tres declaraciones del grupo parisino, pertenecientes a distintas épocas.
A lo largo de una entrevista al Grupo Surrealista de Madrid, este expone su trabajo de tres décadas. Se trata de un documento excepcional, que debería darse a conocer en otras lenguas. También aquí el contenido se complementa, destacando en particular el ensayo que dedica Laurens Vancrevel a Eugenio Castro.
Vancrevel precisamente, en la sección de “Lecturas y notas”, se ocupa de dos folletos subversivos de Ron Sakolsky. Y António Cândido Franco, cuerpo y alma de A Ideia, indaga en los orígenes neorrealistas de Cesariny y presenta la comunicación que Cesariny dio a la Asociación Portuguesa de Escritores en 1975. En esta comunicación predominan los elementos lúcidos, pero no faltan otros más discutibles. En concreto, cuatro: Cesariny parece ignorar la excepcional riqueza fonética de la lengua portuguesa cuando malinterpreta la confusión de Jonathan Griffin al verse en las calles de Lisboa con un manual de portugués y no entender absolutamente nada de lo que oye (¡encima, alguien que habla una lengua sonoramente menesterosa, casi esperántica, como es la inglesa!); aunque acierta en la valoración globalmente negativa de la cultura renacentista y del clasicismo camoniano, pasa por alto el valor de ruptura de la pasión amorosa en Camoens (algo señalado en cambio por su amigo Sergio Lima) y es una lástima que solo un cuarto de siglo después haya aparecido en Fenda el trabajo de José Madeira Camões contra a Expansão e o Imperio. Os Lusíadas como antiepopeia; pide para la universidad la “creación de una cátedra de revolución de la lengua portuguesa”, lo que suena sin duda muy bonito, pero que revela cómo por aquellos años aún seguía creyendo en esa institución occidental absurda, idiota desde su propio nombre y desde sus propios orígenes monásticos; por último, dice nada menos que “el pueblo comienza ahora a tener acceso a la cultura”, como si antes no la hubiera tenido –propia, soberbia, incluso suntuosa en su oralidad– y como si en realidad no fuera en las décadas siguientes ese pueblo a dejar de de ser pueblo y llegar al verdadero, irreparable analfabetismo mental.
Pero innumerable contenido hay aquí que merece conocerse, poniendo en juego nombres como los de Rimbaud, Kafka (por Michael Löwy), Hölderlin, Agostinho da Silva, Tolstoi (magníficos trabajos de Pierre Thiesset, incluido un “Tolstoi contra Lenin”), Ursula Le Guin, John Zerzan, Pessoa, Bocage, etc., y materias fascinantes como la de las conexiones entre el taoísmo y el libertarismo. Esta (y otra curiosamente también portuguesa, Flauta de luz) es una de las pocas revistas “radicales” que no resultan asfixiantes ni incurren sobre el surrealismo en la estupidez de que hace unos años dio muestra la española Cul de sac, al darle la palabra en un número sobre la posmodernidad a un obsoleto trabajo antisurrealista de Hans Magnus Enzensberger como única forma que encontraron de tratar el fenómeno surrealista.