Las revueltas culturales de los
años 60 generaron una serie de publicaciones independientes cuya historia aún
está por hacer. Muchas de ellas afloraron en lugares de provincia, dominados
por el conformismo y el academicismo, y uno de esos lugares fue Missoula, donde
la revista Montana Gothic, con 6 números entre 1974 y 1977, vino a
trastornar por completo el ambiente reinante, y con una fuerte impronta
surrealista.
Hace unos meses se editó The
complete Montana Gothic, editada por la figura clave de la revista, el
impresor de Missoula Peter Koch. Cuarenta años después, esta revista sigue
ofreciendo interés, quizás, en parte, porque las revistas literarias y
artísticas actuales tienen como principal característica la exangüidad.
El título lo tomó Peter Koch de
una luego célebre novela de Dirk Van Sickle, que entonces circulaba mucho
mecanografiada. Como publicación antiacadémica, Montana Gothic fue una de
las pioneras en los Estados Unidos, sucediéndola muchísimas otras. Imaginemos
el ambiente: una sociedad represiva, que en el aspecto cultural comandaban los
Masters of Fine Arts, guardianes del orden estético tanto en la poesía como en
la expresión plástica: convencionalismos de todo tipo, odio a la imaginación,
retórica regionalista de la naturaleza de las Rocky Mountains... Montana
Gothic vino a desafiar con toda insolencia la cultura universitaria,
oficial, con una amalgama de recursos entre los cuales el surrealismo fue
decisivo, hasta el punto de hablarse de... “cowboy surrealism”. Novedosos
poemas, relatos y dibujos, críticas y ensayos de una agresividad desconocida,
una invitación a la experiencia en vez de a la repetición, conformaron una
publicación detonante, que ahora tenemos en las manos.
Dibujo de Marie Wilson |
La edición va precedida de varios
trabajos, tras un preámbulo del escritor Rick Newby. Edwin Dobb refiere cómo
fue a través de Montana Gothic como pudo descubrir a Baudelaire, a
Lautréamont, a Péret, y destaca la labor inmensa de Franklin Rosemont y Arsenal,
al permitir desde 1966 el acceso a infinidad de referencias desconocidas en el
país, aparte la prospección a fondo en todo el lado oculto del propio
mundo estadounidense. Adam Cornford, también conocido como Cuervo, nos cuenta
por su parte cómo conectó con el surrealismo a través de Nanos Valaoritis, pero
también cómo se interesó por el marxismo y el situacionismo, que en cambio, nos
dice, atraían poco a Peter Koch. Curiosamente, en su propio texto, Peter Koch,
al hablar del marxismo/situacionismo que entonces medraba en el grupo de San
Francisco en torno a Lamantia (y de su carácter a su juicio demasiado
intolerante), afirma que se orientó hacia “el más relajado y sociable
euro-California estilo de post-surrealismo en la compañía de Hitchcock,
Valaoritis y Cornford”. Koch había fundado la Black Stone Press, de título
deseadamente alquímico, con el deseo de armar la marimorena, al enfrentarse a
la putrefacción universitaria, pertrechado de las armas del paganismo y la
revuelta y con la intención nada menos que de promover el internacionalismo
anarco-surrealista.
El número primero de la revista
va precedido de un gran ensayo de Koch, que funciona como manifiesto, en el
lenguaje del surrealismo y citando a Lautréamont, a Péret y al grupo de
Chicago. Hay luego un poema suyo, “Shoothout at Cranium Gulch”, en que
asistimos a un tiroteo entre Maldoror y Dios, que acaba con el triunfo de
aquel; cuatro dibujos de Marie Wilson (Devotion, The spirit of the
desert, The passage of the moon y Condition of the slave);
dos poemas y cuatro collages de Nanos Valaoritis (quien residía, con Marie
Wilson, en Oakland); un poema de Ira Cohen, que entonces vivía en Katmandú, y
de la que se nos dice que colabora en Bureau de Surrealist Researchs; cinco
poemas de Robert Bly a Max Ernst; y muchas cosas más.
De la editorial del n. 2 se
encarga Cuervo, para quien no se trata de poner la poesía “al servicio de la
revolución”, sino de “hacer de la poesía vivida el único poder”; uno de sus
poemas en este número se lo dedica a Benjamin Péret.
El n. 3 fue coeditado, e incluye
nombres ajenos a las relaciones de Peter Koch. Es el más flojo del conjunto,
junto al quinto, en el que tampoco se aprecia mucho la presencia del editor.
En el cuarto hay otro buen ensayo
de Peter Koch (sobre la magia y la imaginación); poemas de John Digby, el
maestro surrealista del collage; más poemas de Ira Cohen; traducciones de
Michaux y de Joyce Mansour, de esta un poema de Rapaces traducido por
Koch; reseñas de La dama oval y Allá abajo de Leonora Carrington,
por William Harrold; un muy bello poema de Nanos Valaoritis... Todo esto, no
hace falta decirlo, limitándome a la vertiente surrealista y a los nombres que
conozco. En el aspecto negativo, resulta chocante que Peter Koch haya incluido
un bastante repulsivo ataque a los surrealistas de Chicago, obra de Milo Miles,
quien en el n. 2 había dedicado dos poemas a “Rimbaud en Abisinia”.
En el último número, el
surrealismo continúa en plena forma. De George Hitchcock tenemos el largo poema
“Variations on a line from Hans Arp”. De Joyce Mansour traduce Peter Koch el
poema que le dedicó en 1970 a Julien Gracq, y hay también versos de Gritos.
De Cuervo hay un “Blues for Coleridge” y de Jerry Estrin “Gérard de Nerval”. De
René Daumal tenemos dos poemas de 1925 y el último que escribió. De John Digby,
un poema. De Peter Koch, un ensayo al final, que viene a cerrar armoniosamente
la colección de la revista (al publicarse finalmente la Montana Gothic de
Van Sickle, este ya no permitió que se siguiera usando el nombre). Aparte, en
este último número, hemos de citar la intensa presencia de Ludwig Zeller, con
dos poemas de Los placeres de Edipo y cuatro de Las reglas del juego,
y varios collages, dos de ellos desplegables.
Pero por desgracia, el
academicismo sigue vigente, y no es extraño ver por ahí circular a adocenados profesores
universitarios de corbata, maletín y uñas manicuriles que pasan por poetas, y
que siguen reprimiendo la imaginación (la suya y la de sus “discípulos”), como
antes de que, en tantísimos lugares del orbe, emprendieran su aventura Montana
Gothic, y tantísimas otras publicaciones que arriesgaban las cosas. De ahí
que la lectura de una colección como esta siga siendo gratificante, cuarenta
años después. Y también porque el “miserabilismo” de que habla en su
introducción Edwin Dobb, “alcanzado a través de la corrupción del lenguaje vía
televisión y periódicos, publicidad en general y todo tipo de ideología”, no
continúa menos vigente.