miércoles, 24 de octubre de 2012

Las microduraciones de Georges Sebbag


De nuevo tenemos aquí a Georges Sebbag, esta vez no con una obra sobre el surrealismo, sino con un ensayo en la línea de anteriores estudios del fenómeno social, siempre incisivos e incitativos, e invitando a la reflexión aún en las propias discrepancias que se pudieran tener de algunas de sus consideraciones. Sin dejar las referencias al planisferio surrealista (André Breton, Ducasse, Fourier), y fiel a su indagación del tiempo, este libro enlaza sobre todo con sus anteriores ensayos Le gâtisme volontaire (2000) y Le génie du troupeau (2003), de los que toma algunos pasajes, aunque falten otros verdaderamente memorables, como el que retrataba la “inmensa armada en pie de guerra” del automovilismo contemporáneo como férrea escuela de disciplina.
Sebbag se centra en la sociedad francesa, pero casi todo lo que dice es extrapolable a las otras sociedades occidentales (y hasta a las occidentalizadas), en las que asistimos a parejas características desde hace tres tristes décadas: el “embotellamiento ambiente”, la “demolición de la memoria”, el “masoquismo cotidiano”, la “chochez voluntaria”, el “triunfo de la inmadurez”, la “escuela de la resignación”, la “irresponsabilidad generalizada”, la “purificación ética” (que “equivale a una filosofía de las Luces degenerando en religión de la piedad o a un cristianismo apropiándose de las ideas erosionadas de las Luces”), el asfixiante humanitarismo (que, por la “proliferación demencial de la especie humana”, como decía Lévi-Strauss en 1991, deja chico al de las Luces). Todo este despiadado retrato va acompañado de sabrosos ejemplos que ha ido tomando de la llamada “actualidad”, con sus ideas chocheantes que nos invitan, como decía el propio Sebbag en Le gâtisme volontaire, a entonar la jarryana “Canción del descerebramiento”: “Al oír este soberbio razonamiento / Me decido de golpe a tomar una resolución: / Le arrojo al Rentista una soberbia mierdra / Que se aplasta sobre la nariz del Palotín”.
La percepción que Sebbag tiene de las últimas tres décadas como una unidad no ofrece dudas, al menos para mí. En los años 60 al menos se vivió una época de creatividad y revuelta, y en los 70 quedaba cierta resaca, aparte que, del mundo popular (sobre todo, limitándonos a Europa, en los países más al sur), tanto urbano como campesino, restaba algo, aunque fueran ruinas. En los 80 ya se asistió a la debacle absoluta, con la escalada definitiva de la fealdad en todos los terrenos y todas las características más atroces y estupidizantes del mundo presente ya en acción o en germen, mereciendo destaque el actual delirio tecnológico, a cuya “limpieza” va unida inextricablemente esa apoteosis mundial de la basura a la que Sebbag no deja de referirse en el capítulo “La goma para borrar la inmundicia” (“Si desde los griegos hasta la época de Freud la propia naturaleza más o menos servía como goma para borrar las inmundicias de la industria humana, para el período que va de la muerte de Freud a nuestros días varias bayetas naturales no bastarían para esponjar ni los excrementos de la humanidad ni los desechos de su industria. En cualquier caso, los individuos del gran número, pese a cuidarse tanto de su persona física, no parecen muy molestos por la acumulación de todo un abanico de desperdicios, de los más orgánicos a los más sofisticados”). Y es que la “marea de mierda” de que hablaba el Vizconde de Buen Paso a propósito del Madrid dieciochesco, se ha verdaderamente globalizado en el mundo de las “microduraciones”.
No menos amedrentadoras son las páginas dedicadas a las “células psicológicas” (fenómeno del que yo no tenía conocimiento), en las que llega a su extremo de sandez la lacra psicológica, complementaria de la lacra pedagógica. Uno de los capítulos más interesantes es, por lo que respecta a la segunda, el dedicado a la “purificación alfabética”, que nos recuerda la obra creo que no merecidamente conocida de Ricardo Paseyro Elogio del analfabetismo, donde se celebraba la fastuosa riqueza de las infinitas culturas orales anteriores a la “invención” de la imprenta (y entrecomillo porque de invención no tuvo nada). Merecen destacarse también las páginas dedicadas a Fourier y a Gombrowicz, de quienes Sebbag es un serio conocedor, así como el análisis de la “genialidad” del “gran número”, con sus espantosas “redes sociales” y en conjunto su parafernalia tecnofílica, del auto y el televisor al ordenador y al supermóvil actuales. Este libro, sobre el que tanto se podría hablar, es, pues, un agudo retrato, puesto al día, de lo casi nada de realidad poética y de lo casi todo de realidad abyecta que caracterizan las sociedades de las últimas décadas.