Casi no nos da aliento Guy Girard para reseñar sus breves autoediciones. Aquí tenemos una muy especial, Abrégé d’histoire universelle vu en rêve, que lleva como frontispicio este collage de Pierre-André Sauvageot.
Se trata de una serie de sueños escogidos entre muchos de los que este poeta surrealista ha ido anotando desde 1983 hasta 2012, con la singularidad de incluir cada uno de ellos la irrupción de alguna celebridad, desde las más infames hasta las más fascinantes. O si no, véase la lista: Mao-Tsé-Tung, Julio César, el capitán Haddock capitaneando una banda de piratas, Isidore Ducasse, Hitler capturado por él pero convertido en tres hondillas llenas de un líquido translúcido sobre el que flotan unas lentillas de contacto, el espectro de Luis XIV, Asterix y Obelix ya ancianos, Jomeini en bicicleta, Napoleón III, Juana de Arco aliada a los apaches de Gerónimo, el Diablo (realmente un impostor), Marx, Apollinaire, Cristo en madera al que hay que sacrificar como a una gallina, Luis XVI sonriente rumbo a la guillotina, Jean-Jacques Rousseau, Trotski y esposa, James Cook con sus marinos, André Breton, la cabeza de Robespierre reducida a lo jívaro y encontrada en medio del Sahara, Napoleón y Josefina huyendo de un espía del Estado Mayor, Nietzsche encontrado cerca del Madrid revolucionario cuando el soñador se dirigía con unos anarquistas a fusilar una estatua de Cristo y con quien sostiene unas “confusas consideraciones estéticas sobre las latas de sardinas”, el grupo Deep Purple dedicado en su vejez a la música de las esferas en los montes suizos, Tarzan (héroe de su recentísimo Tarzan est un autre) ayudándolo a escapar de una base militar secreta cuando lo persiguen unos milicianos fascistas, Tristan Tzara con quien visita el Louvre tras una discusión con Picabia y por último Salvador Dalí que lo invita a una exposición de obras rousselianas suyas en Seúl.
Ducasse se le apareció el 25 de noviembre de 1983, o sea exactamente 113 años y un día después de que abandonara el mundo; pero la figura central de su sueño no es él, sino su hermano gemelo, cuya afición absorbente son las carreras de caballos. Destacable es también la fecha del sueño rousseauniano: 4 de julio de 1992, ya que en un 4 de julio nacieron tres surrealistas muy grandes: Benjamin Péret, Robert Desnos y Ted Joans, quien siempre señalaba la coincidencia (le faltó anotar, a él que era un entusiasta del blues y del jazz, que en ese día nació también el boxeador y bluesman Champion Jack Dupree); Rousseau lee ante una muchedumbre dieciochescamente atildada su “Discurso sobre la desigualdad”, armando una gran algarabía, como de ellas gustaban sus tres colegas surrealistas.
Leo este cuaderno pocos días después de tener yo mismo un sueño con otra “celebridad”, y es el único que recuerdo ahora mismo de estas características. La celebridad es el músico Duke Ellington, quien me parece el mayor genio musical del siglo XX, aunque su figura no me sea del todo simpática, y de quien tengo, lo que ya es decir, casi todos sus discos. Tras una serie de avatares de carácter erótico por un París que no es París (sus orillas están llenas de arena y se llega a ellas en suave declive), avatares que sería prolijo detallar, me encuentro con él en un enorme restaurante popular de bancos de madera, situado en Montmartre. Estamos junto a una gran cristalera y hay otro tipo con él, quizás un estudioso de su obra. Él habla un perfecto castellano, pero cuando pronuncia los nombres de músicos de jazz me cuesta entenderlo, tanto que le pido me los repita. Uno de ellos es Julien Dash, el saxofonista de la orquesta de Erskine Hawkins, que un día me sorprendió soplando los blues para Jimmy Rushing, conocido por su figura obesa como “Mr. Five by Five”. Hablamos de músicos y de críticos, y yo le cito a tres, uno de ellos Dan Morgenstern. El Duque me dice que hay que hablar siempre sin rodeos, que es como hace Dan Morgenstern y los buenos críticos, y lo que no hacen los críticos universitarios. Me dice que esa mañana Ángel Benítez de Lugo (¡un amigo mío de La Laguna!) le dijo sin rodeos que había matado una cabra para comérsela, y que le gustó que lo dijera sin rodeos. Esto lo lleva a decirme que le agradaría comer hoy en un restaurante portugués. El detonante de este sueño fue haber leído ese día que Joan Miró se había aburrido en un concierto de Ellington...
Por su brevedad y por la personalidad que interviene, traduzco aquí el sueño del 24 de julio de 1994, protagonizado por André Breton:
“Repasando viejo papeles en una pieza oscura, me encuentro con un formulario de estado civil, en papel ahumado, establecido a fines del siglo pasado a nombre de André Breton. Leo que medía 1 metro 48 y pesaba 35 kilos. Yo sabía que era de pequeña estatura, pero no tanto, y también me asombra su peso tan ligero. Solo que tales medidas lo emparientan muy bien con el pueblo de los duendes, lo que me asegura la fuerza y la vigencia del surrealismo”.
Pero esta plaquette onírica de Guy Girard merece traducirse en su integridad.