lunes, 13 de febrero de 2012

Dorothea Tanning: “libre como el aire”


Según algunos libros, Dorothea Tanning había nacido en 1912, pero al parecer el dato verdadero es el que aparece en otras notas biográficas: 1910. Es decir que ha muerto a los 101 años, convirtiéndose así en la figura más longeva del planisferio surrealista.
Nacida en una población de Illinois, tras descubrir el surrealismo conoció, en 1942, a Max Ernst, con quien vivió hasta el fallecimiento del artista visionario.
Dos buenas monografías sobre Dorothea Tanning, con muchas ilustraciones, son las de Alain Bosquet (Pauvert, 1966) y Gilles Plazy (Filipacchi, 1976), pero sin duda que falta la obra de conjunto que esta artista se merece. En la de Bosquet, lo más interesante es la “Nota biográfica” que la propia Dorothea se hace, en tercera persona, y al comienzo de la cual nos encontramos con esta conmovedora declaración:
“A los siete años confeccionaba cubos en papel dentro de los cuales, antes de cerrarlos, introducía bolitas del mismo material, cubiertos de mensajes dirigidos a amores secretos. A veces sacudía los cubos, escuchaba el ruido del papel y soñaba con éxtasis en las palabras que contenían. De esta manera, sin saberlo, hizo su entrada en el surrealismo”.
Fue una gran lectora juvenil del verdadero romanticismo: las novelas góticas, las hermanas Bronté, Coleridge, Poe. Uno de sus grandes cuadros se titulará precisamente “A Mrs. Radcliffe called today”, con el título inscrito bajo tres columnas de una construcción gótica. Lo hizo en 1945, poco después de haber conocido a Max Ernst y a la perrita Katchina, que aparecerá en tantos de sus cuadros, como aparece en la foto de arriba. Recordemos que Max y Dorothea fueron grandes coleccionistas de las muñecas katchinas de los indios pueblo, al igual que Jorge Camacho o André Breton. En 1943 ambos habían pasado el verano en Sedona, Arizona, a donde vuelven en 1946, construyéndose una casa. La foto con que encabezamos esta nota es de 1944.


Los cuadros más conocidos de Dorothea son los primeros, con jovencitas perversas en escenas evocadoras de los miedos infantiles. El girasol es uno de sus motivos recurrentes, y aquí lo vemos en esta pintura de 1948. Posteriormente, el color cobra mayor importancia que las historias, hasta, a fines de los años 60, dedicarse a las esculturas de encajes, fieltro, lana, piel y tela, muy curiosas; como afirma John H. Matthews, “estos objetos de formas equívocas hacen tangibles las invenciones de una imaginación que consigue hacernos los honores del mundo de lo escabroso, en el sentido subversivo que reviste este término para André Breton”. También cultivó el collage y el aguafuerte, ilustrando a Crevel, a Luca y a Pieyre de Mandiargues, y también –con esa versatilidad creativa tan habitual en los terrenos del surrealismo– escribió: una autobiografía, novelas, poemas...
Alain Jouffroy la consideró “uno de los más grandes pintores del siglo XX”. Pero nosotros cerramos esta nota de homenaje con un sabroso pasaje del bello artículo que le consagró Pieyre de Mandiargues en su Quatrième belvédère. Tras relatar el descubrimiento exaltante de sus cuadros tan “extraños”, en la exposición internacional surrealista del 47, dice:
“Algunos hombres, entre los que me contaba, soñábamos con que mujeres terribles fueran lanzadas o soltadas en el arte y en la literatura, para turbar un poco el reino del existencialismo, que se tomaba por una escuela de filosofía, y el del patriotismo, que se ofrecía a darle el seno a los poetas con un celo de viejo travesti. Una nueva liberación, en cierta manera, pero que hubiera sido obra de amazonas... y el nombre de Dorothea Tanning se me había quedado en la cabeza como el de una neófita posible para la horda salutífera. Mi sorpresa, en los últimos meses de 1949, fue descubrir que la mujer terrible con quien yo había soñado era en realidad una encantadora muchacha y una pintora cuyo talento estaba en camino de renovarse totalmente”.