domingo, 5 de septiembre de 2021

Joël Cornuault: "André Breton et sa malle d'aurores"

André Breton, collage

Una revelación ha sido para mí este librito de Joël Cornuault, que pasa a formar parte de la más selecta bibliografía sobre André Breton.

No se trata de un estudio académico (y los hay muy buenos sobre Breton), sino de un viaje poético extremamente sensible y subjetivo. Tan sorprendente es, que de inmediato he pedido otros libros de este escritor al que no conocía, aunque cuente ya con una obra muy significativa. De hecho, es autor también de un André Breton & Saint-Cirq-Lapopie (2003). Ha escrito sobre Elisée Reclus (quien también interesa especialmente a Annie Le Brun), sobre Thoreau, sobre teóricos pioneros de la geografía de la naturaleza. Es poeta y ensayista, y, lo que me lo hermana automáticamente, un defensor de la vida sencilla, esencial, con dos títulos de lo más prometedores: Dromomanies y Liberté belle, a los que espero no les pase como a los poemas de Styrsky, desaparecidos en el trayecto por lo visto atribulado que dista de la casa editorial a mi apartado de correos.

Las poco más de setenta páginas que componen André Breton et sa malle d’aurores, y que me leí de un tirón, se componen en lo esencial del ensayo “Signo ascendente” y el poema “Esta frescura de que estamos ávidos”. Este último título ha sido tomado de un pasaje de Arcane 17, del mismo modo que “malle d’aurores” se inspira en una frase de La lámpara en el reloj, el soberbio manifiesto bretoniano de 1948 ilustrado por Toyen y cuya relectura actual es de la máxima urgencia.

La metáfora del “signo ascendente” no puede sino llevar al meollo del asunto, y si Joël Cornuault celebra lo que hay de exaltante en el pensamiento de Breton, no deja por manos ajenas la dinamitación consecuente de la “peste del realismo”, y en particular de todo ese arte que arranca las alas a la libélula para convertirla en un pepino, se exprese en la novela, el cine, el teatro o las instalaciones artísticas. Tampoco, la de los engendros científicos y tecnológicos, siempre al servicio del poder.

El poema es hermoso, sosteniendo un diálogo de altura y de profundidad con la propia poesía de Breton, adaptada en discurso cursivo. El talante de la personalidad de Joël Cornuault, discernible a partir también de lo que hemos llegado a saber de su obra restante, se evidencia en estos versos que hacen pensar quizás sobre todo en la Oda a Charles Fourier.

Dos secciones más breves son dedicadas una a la poco frecuente sonrisa de André Breton, sorprendida en un proyecto de filme de Lise Deharme y una foto con su hija Aube, y la otra a lo que llama Joël Cornuault “griffons d’amour”, en que enumera sus páginas más queridas de Breton y las que dedicadas a él más le han gustado (Alquié, Alexandrian, Audoin, Bonnet, Debout, Duits, Gracq, Ivsic, Joubert, Mayoux, Leperlier y Sebbag).

El Breton de Joël Cornuault es el poeta que intentó restablecer al ser vivo en toda su dignidad, es decir en lo contrario de lo que hoy masivamente está mostrando ha llegado a ser. En una nota se señala que estas páginas han sido escritas antes de que “la actualidad haya colocado sobre la vida la máscara de la pandemia”. Mientras los surrealistas siguen mirando hacia otra parte, como si nada estuviera pasando (y alguno que otro hasta corre enmascarado a “vacunarse”, para luego vanagloriarse en su página de facebook de que ya tiene la “pauta completa”), este libro nos llega como un balón de ese oxígeno que está hecho de poesía y de libertad.

1713 malle d'aurores

André Breton, El ventrílocuo