sábado, 7 de marzo de 2020

Moesman, en malas compañías

J. H. Moesman, Al atardecer, 1962

Una exposición en Utrecht dedicada a Moesman, loable propósito, acaba por no ser más que un suma y sigue del viejo confusionismo en todo lo que se refiere al surrealismo.
La obra de Moesman es intensa y no abundante. Reunir sus cuadros y dibujos sirve para iluminar a un artista muy poco conocido, pero como a los organizadores les debió parecer algo escaso, la han atiborrado de cuadros eróticos de otros surrealistas y, lo que ya riza el rizo, de obras de artistas actuales que absolutamente nada tienen que ver con el surrealismo, pero a los que se presenta como “sucesores” del surrealismo. Por otra parte, de los surrealistas que acompañan la exposición no hay ni uno que esté vivo, y entre los “históricos” por no estar no está ni Kristians Tonny.
No suelo ocuparme aquí de las constantes agresiones al surrealismo por parte de los estamentos artísticos o profesorales, pero en este caso lo hago por tratarse de un personaje tan representativo y poco aireado como Moesman, quien es ahora cuando ve por primera vez su obra exhibida en conjunto. Como desagravio, he escaneado este poema de Ludwig Zeller perteneciente a los Tatuajes del fantasma (1987), acompañando esta nota de la reproducción de las tres pinturas que él evoca en su poema, del que comentó lo siguiente:
“Escribí el poema después de leer hace nueve o diez años una monografía de este artista holandés. Cuando hace algunos meses visité a mis amigos Frida y Laurens Vancrevel recordé el asunto. De vuelta a casa, frente al maremágnum de papeles no pude encontrar el original y escribí estas estrofas como un ejercicio en mnemotecnia”.


J. H. Moesman, Pasado mañana, 1932

J. H. Moesman, Límite, 1950