viernes, 28 de abril de 2017

Traviesas


Más que jactarme de ser el único surrealista que se ha fijado en los rostros y figuras que habitan las viejas traviesas de madera de las vías férreas, debería denigrarme por solo haberlos advertido al cabo de tantos años de recorrer esas vías. Curiosamente, el primer “hallazgo” fue en una traviesa abandonada en un rincón de la aldea de Foz Tua, junto al río Duero portugués, pensando que era algo excepcional y con la exaltación que en aquel templo gastronómico que era y es el Calça Curta me daban el medio litro de vino que servían y sirven con las comidas y los sucesivos moscateles de Favaios que remataban cada refección (entremezclados a veces con unos anisados caseros que preparaba Dona Branca en su vecina venta de tiempos remotos, ya desaparecida hace más de veinte años). No traía aquel día la cámara, y cuando pude traerla ya no estaba la traviesa fundacional, pero en seguida descubrí que se trataba de un fenómeno más o menos habitual. Los registros que aquí presento, y que son la mitad de los que tengo, fueron hechos en los años 2004, 2005, 2016 y 2017, en la línea del Tua, que de allí arrancaba y que ya fue destruida por una presa faraónica, y en la del Alto Duero, entre Tua y el apeadero de la Alegria y entre las Vargelas y Pocinho, hoy sin duda el tramo más imponente de la ya raquítica red ferroviaria de Portugal. No llegaron a tiempo de incorporarse al libro de fotos portuguesas Disparos del archibrazo, aunque sí a la posterior trilogía Portugal. Viaje sin retorno, pero como esta es una obra de escasa difusión, los pongo aquí a disposición de los curiosos. Algunos de esos registros, sobre todo los verticales, ofrecen revelaciones al ser girados, y hasta a veces no estaba cierto de cuál había sido mi intención, pero los dispongo como me parecen más potentes.
Entre la infinidad de normas estúpidas de la Unión Europea (que estos días, por ejemplo, trata como un gran tema la prohibición de fumar en las playas) está la de la prohibición de las traviesas de madera, sustituidas por otras de cemento o por nada. En Portugal solo resisten estas del Alto Duero, pero supongo que estén sentenciadas. Hechas la mayoría de roble negral, tienen muchas un olor a creosota solo comparable para mí al de las jaras, que los portugueses llaman “estevas” y que abundan por este mismo territorio pizarroso.
A partir de cierto punto, los rostros sobre todo comienzan a repetirse demasiado, pero sin embargo en recientes caminatas, cuando ya no esperaba nada, aún pude ser sorprendido por más de una docena, y sin buscarlos, o sea al ir displicentemente fijándome en mis pasos. El espacio y la atmósfera del lugar también ayudan: un río ancho y aún hermoso (pese a las presas que lo han domado), declives montañosos de peñascos graníticos o de cultivo en terrenos pizarrosos de viñas u olivos, un silencio que solo interrumpen algún pájaro o el brinco de un pez, la ausencia total de otro bicho humano que uno mismo...
No debe dejar de anotarse que en portugués las traviesas férreas se llaman también “chulipas”, que viene del inglés to sleep, y “durmientes”, esta última magnífica designación siendo también usada en la América hispana.