miércoles, 25 de enero de 2017

Ciudades paralelas

Esta nueva publicación de las ediciones Solsticio toca una cuestión que me es particularmente cara. En efecto, desde los años más juveniles me revolvía yo contra los irrisorios cuando no deleznables nombres de las calles urbanas, e iniciaba el hábito de hacerme tarjetas de visita con direcciones inventadas. Allá por mediados los años 70, un amigo de Las Palmas fue a verme un día al sur de la isla y preguntó a los vecinos del Puerto de Mogán por la Calle de la Alquimia, donde vivía Juan Llampallas, “librero y anticuario”. Allí me había alquilado por unos meses una casa sin luz, pero con una asombrosa pared en que algunos hippies habían pintado una noche del desierto, atravesada por la letra y las notas musicales de Summertime. Luego, el Puerto de Mogán fue arrasado por un complejo turístico inicialmente “modélico”, hasta convertirse en la atrocidad que es hoy. Desaparecieron las barcas de los pescadores, la playa de callaos, un sabroso bar-restaurante con un cobertizo de caña y toda la vida tradicional de aquel bello lugar, hoy ocupado el año entero por los zombis turísticos.
Nombres hermosos que inventó la propia gente siguen siendo eliminados por la chusma política, que los sustituye por los gustos e intereses de su miserabilismo, a la vez que mantiene muchos totalmente abyectos. Una llamada “ley de la memoria histórica” parece que no pasaba de la amada guerra civil, y así, en la ciudad tinerfeña de La Laguna, a una de sus dos plazas principales (la otra es... la del Cristo) le sigue dando nombre el Adelantado Don Alonso Benítez de Lugo, un carnicero exterminador de indígenas canarios, sin que ello parezca importarle a nadie, o al menos sin que yo tenga noticias de que los independistas canarios hayan dicho nada –quizás sí, ya que gracias a ellos, a los jaleos que armaban en cada ocasión, se acabó con aquella farsa de sacar todos los años el pendón de la conquista en las ciudades principales de las islas, entre ellas la de La Laguna (un viejo político socialista de Las Palmas, de los de la cuerda más “revolucionaria” y antifranquista, cuando fue alcalde, aparte de reprimir una huelga de la basura que a punto estuvo, por su terquedad, de desatar una epidemia, lo enarbolaba muy solemnemente, en compañía del capitán general y el obispo, milagros que la democracia hace). Pero dato relevante: la gente popular no habla nunca de la Plaza del Adelantado, sino de la Plaza de la Recova, por estar ahí el mercado de la ciudad (estaba, ya que hace unos pocos años se vino abajo a los pocos meses de que lo reformara un arquitecto, existiendo ya el proyecto de hacer un espantoso edificio con centro comercial).
Como esta nota sobre la nueva publicación de Violeta Cadena y Ruiz de Murag, surrealistas conectados por la vía férrea Madrid-Cádiz, se ha vuelto tan digresiva, añadiré que, ya años después de Mogán, la aventura colectiva de de Insolación se llenó de tarjetas con direcciones inventadas, y que cuando ideé Cité Toyen lo primero que hice fue crear una onomástica de aquella urbe de 77 barrios modelada en la de París (pero con mucho de Lisboa); a título de ejemplo, el Barrio de la Mandrágora incluía la Plaza de las Ardillas, el Pasaje del Ultramueble, la Avenida de la Voluptuosidad y las calles del Bosque de las Calaveras, de las Caléndulas, del Centro del Mundo, de la Hamaca, del Hombre Perdido, de las Hermanas Papin, de Hoene Wronski, de Héctor Hyppolite, de las Minas del Zorro, del Portabotellas Perdido, del Pájaro Lúgubre, de las Urracas y de las Uvas.
Este folleto de Violeta Cadena y Ruiz de Murag, titulado La ciudad paralela, se abre con estas palabras:
Entramos en la ciudad como a tientas, pero no por azar.
Parte de la memoria de una ciudad queda registrada en los nombres de sus calles, cuya nomenclatura está colmada de personajes supuestamente relevantes: políticos, militares, escritores, artistas... cuando no de verdaderos tiranos y opresores.
Frente a semejantes esquelas de muertos, queremos reivindicar el sentido lúdico, poético y subversivo de los nombres de la ciudad paralela que, a modo de luz de sombra, relumbran en cada ciudad del mundo...”
En 20 ejemplos que acompañan unas líneas, los nombres oficiales van acompañados de los antiguos, que los superan rotundamente. Así, la Calle Doctor Ramón y Cajal era la Calle de la Aduana Vieja, informándosenos de que para atravesarla “es obligado pararse a jugar a las canicas junto a dos viejos marinero”, y la dedicada a la insufrible Fernán Caballero era la Calle del Aire: “...y el aire salobre hace estragos en calles comerciales del centro de la ciudad, arruinando toda su mercadería...”

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A veces el azar ofrece verdaderas perlas, y lamento ya no tener la foto de una calleja catalana llamada “Calle del Progreso”, bajo cuyo nombre se señalaba con una flecha la dirección del cementerio, que quedaba al final; esta foto se la envié a un amigo que iba a publicarla en una revista antiindustrial, sin que eso ocurriera ni la foto volviera a mí.
Mi nombre favorito de calle es sin duda el de la Rua do Imaginário, en Évora, Portugal. Aunque debe referirse a algún imaginero religioso que vivía en ella, la palabra designa también al que hace pronósticos del campo, al que adivina el futuro, pero sobre todo es legítimamente traducible por “Calle de lo Imaginario”, que es lo que hago yo. En Évora, los dísticos de la nomenclatura son muy bonitos, circulares con letras negras sobre fondo amarillo. La Travessa do Sol la fotografié también por su encuadre perfecto, pero la Travessa do Mal Barbado, o sea del Mal Afeitado, solo por su insólito nombre, que a su vez me recuerda la Travessa do Fala-Só, o sea del que habla solo, en Lisboa, a la derecha del ascensor de la Gloria. Doy por último la imagen de una esquina del Callejón de los Contrabandistas, que también en Lisboa forma parte de una pequeña red de casas a escala humana, una suerte de diminuto Barrio de los Contrabandistas.