Dos recomendaciones muy vivas, ya
apuntadas aquí, pero que ahora podemos refrendar.
La primera es la exposición de Adrien
Dax en las galerías parisinas vecinas Covergences e Intuiti, prolongada ahora
hasta el 10 de enero y que además se ha enriquecido con una veintena de obras
más. El catálogo ha llegado a mis manos y es modesto pero estupendo, con muchas
reproducciones y un texto inteligente, comprensivo, iluminador, de Raphaël
Neuville, a quien ya debíamos un artículo sobre este maestro del automatismo en
el n. XXXIII de Mélusine: “Adrien Dax: automatismo gráfico y surrealismo
después de 1945”. El de ahora se centra en sus invenciones y se titula “Manera
de pintar. Materia de sueño”.
*
La otra recomendación es el polard
surrealista de Stanislas Rodanski Substance 13. Libro fantástico, que pasó
a manos de Julien Graq y luego de Jacques Hérold, editándolo el año pasado
François-René Simon. Yo lo he podido conseguir hace unas pocas semanas en
segunda mano, y su lectura me absorbió como hace tiempo no me ocurría con un
libro de imaginación narrativa. François-René Simon, decisivo en el retorno
apoteósico de Rodanski, lo califica de “novela onírica”, con presencia de las
grandes figuras del surrealismo, de Vaché a Tarnaud. Son unas 150 páginas
trepidantes, más unos textos complementarios relativos a la obra, entre los que
se incluye una carta a Breton.
*
Del tal Koons, “une star à
Beaubourg”, como lo llama Le Connaissance des Arts en portada de su
último número, el director de la redacción de dicha revista dice en el título
de su editorial que “controla los medias”, que “es un artista interesante en
las proposiciones artísticas, a medio camino entre los ready-made de Marcel
Duchamp, los múltiples de Andy Warhol y los objetos sobredimensionales de Claes
Oldenburg”, y que “su biografía es apasionante, ya que, casado con una vedette
porno, ha pasado del oficio de corredor en obras de arte a artista empresario
administrando un equipo de un centenar de asistentes”. Entre los engendros que
reproduce la revista y los que habrá en el museo, ninguno supera o puede
superar a la porcelana de 1988 Michael Jackson and Bubbles, todo un
símbolo de la época. Otro, titulado Ballon dog (orange), fue vendido en
cerca de 40 millones de euros (el fulano es “el artista vivo más caro del
mundo”). Pero dejo la palabra –magistral, sin desperdicio, de una
lucidez aplastante– a uno de mis mejores corresponsales en París y resto del
mundo:
“Te envío algunas informaciones
sobre este Jeff Koons, niño bonito de los riquísimos coleccionistas franceses
(Pinault, Arnaud y otros grandes capitalistas «capitanes de industrias» del
lujo) que han encomendado a Frank Ghery una enorme monstruosidad inútil para el
Bois de Boulogne, que no es más que una copia de Bilbao y de lo que ha impuesto
en otros lados...
Copias de copias de copias...
Sobre la Place Vendôme, es Paul
McCarthy quien ha instalado (con gastos del ayuntamiento de París) un enorme
árbol de navidad que es de hecho un «anal plug» superdimensionado (como se
encuentran en los pornoshops y que un humorista ha llamado un «enculador») y
que puedes ver en la foto, portado por un Papá Noel de chocolate reproducido en
millares de ejemplares... He aquí a donde ha llegado el arte «contemporáneo»
público y subvencionado por los burócratas que no saben decir no y los artistas
que continúan las ocurrencias de... Marcel Duchamp... ¡sin ser lo menos del
mundo subversivos! (¿Dónde está la subversión cuando un golpe de cutter
sobre un lienzo de Fontana se vende a más de un millón de euros???)”
Dada la extensión de la carta,
excluyo en detalle un planteamiento del máximo interés sobre la
“responsabilidad” de Marcel Duchamp en todo esto, no tanto por su lamentable
herencia (eso ya lo señaló Marcel Mariën) como por haber sido “el coleccionista
atento, maniaco incluso, del menor pequeño vestigio de su paso por la Tierra,
su auto-archivista obsequioso y ávido de reconocimiento póstumo tras las
maneras de dandy indiferente y pasotista”. Demostración de ello: la manera como
su obra está protegida, catalogada y expuesta en el Museo de Filadelfia, donde
se hizo museificar “con su acuerdo y su cooperación activa”. “Pese a su humor
desesperado, Duchamp ha perdido el control de su propia subversión que
ha sido recuperada, con su acuerdo (¿su complicidad?) por un sistema
capitalista amoral y sin escrúpulos que reduce todo lo que toca a mercancía”.
Un cierto Duchamp, con todo, era, “un gran romántico”, como Breton. Pero con la
diferencia de que Breton “ha permanecido siéndolo toda su vida sin ningún
compromiso y que Duchamp ha acabado por caer (por razones que le son propias y
que yo no tengo que juzgar) en la trampa que él mismo le había tendido a la
sociedad que pretendía despreciar”.
Reanudemos la traducción de tan
admirable carta:
“Es evidente que desde los años
50-60 todas estas «grandes» exposiciones son organizadas por funcionarios
pagados que se mofan del público al que se dirigen. Están en la moda de lo
«moderno» (o de lo «contemporáneo» a todo precio –y el «público» mira eso
pasivamente (¡como siempre y siempre!) preguntándose qué debe pensar).
«Está en el museo, por tanto es
bueno...» «Está expuesto en Versalles, por tanto es admirable...» «¿Quién soy
yo, ciudadano medio, para tener una opinión sobre todo esto?» Etc... etc...
La cuestión se planteaba ya
cuando los emperadores, los reyes y los papas imponían a los pueblos
arrodillados, que reventaban de hambre (¡y a los propios artistas!) capillas
sixtinas, catedrales, palacios imperiales, circos y todo el resto del lujo
explotador, del poder violento, de la fe sanguinaria... Jeff Koons en 2014 no es
más que la reproducción contemporánea de la complicidad de un artista fascinado
por su ombligo e interesado en ese mismo viejo sistema de admiración
forzada, obligatoria, sufrida, totalitaria... (Siento lo mismo cuando me paseo
por las ruinas romanas en el sur tunecino o en pleno desierto argelino, en el
norte de Escocia, y veo reproducidos de modo idéntico los muros de ladrillos,
las junturas de mármol, las fórmulas latinas impuestas uniforme y brutalmente a
los galos, a los cabileños, a los arveños, a los bátavos y a todos los pueblos
«ignorantes» y vencidos –y luego a los pueblos «paganos» con los crucifijos
sangrientos instalados en todas las encrucijadas, en todas las aldeas, sobre
todos los campanarios de todos los lugares llamados «San(ta) cualquier cosa» en
toda Europa, por no hablar de la América latina. Idénticos procedimientos
autoritarios, verticales, impuestos por la espada, el cañón, la fuerza, el
dinero-rey...
¿Y el surrealismo en todo
esto?...
La cuestión de su posición se
plantea siempre –y en verdad, no es a través de las ínfimas querellas
pueblerinas, distribuidas e intercambiadas por Internet, como se puede
avanzar...”
Todos nosotros sabemos que ahora
mismo, en París, la exposición de Adrien Dax (quien a lo largo de su vida
expuso solo una vez, cuando ya tenía 63 años, y en una galería surrealista: La
Marée de Bruselas, que llevaban Tom Gutt y su mujer), no es que sea superior a
la de Koons, sino que la aplasta. Otro que no expuso hasta viejo (¡tenía ya 74
años!) fue el anarcosurrealista Clovis Trouille. No vendió casi nada, pero ello
en realidad fue para él una satisfacción: “El fracaso comercial es para mí,
espiritualmente, un éxito, y la venta, un triste signo de conformismo burgués,
al haber considerado siempre mi pintura como anarquizante, anticuada y
anticomercial”. Ya en 1959, o sea cuatro años después de que Max Ernst, Joan
Miró y Hans Arp fueran consagrados en Venecia, escribía: “Nunca he trabajado
con vistas a obtener un gran premio en una bienal de Venecia cualquiera, sino
más bien para merecer diez años de prisión, que es lo que me parece
interesante”.
*
Posdata
En la reseña que hice del número
cinéfilo de Patricide, olvidé llamar la atención sobre el precioso texto
de Rhosyn Tynged “The screen”, que se inspira en la inolvidable película de
Chris Marker La jetée y al que acompañan muy apropiadamente una serie de
fotografías de Neil Coombs pertenecientes a la serie “Cinema. Disease of the
eye”.