“En el ensueño –escribía
Rousseau– no se es activo. Las imágenes surgen en el cerebro y allí se combinan
como en el sueño, sin el concurso de la voluntad. Dejamos a todo esto seguir su
rumbo y se disfruta sin actuar”. El ensueño rousseauniano anticipa el “flâner”
de Nerval, y es también algo muy becqueriano, ya que Bécquer se nos retratará,
por ejemplo en el maravilloso relato “Tres fechas”, vagabundeando, dejándose
llevar por el azar, en el polo opuesto del trabajo intelectual, de la
“reflexión”. La palabra tuvo un sentido peyorativo (al igual que “delirio”, o
“visión”) y el ensueño fue juzgado algo superficial por los contemporáneos de
Rousseau, quien por cierto abandonó el uso del reloj, simbólico abandono que
suponía la entrada en otro tiempo, el de la vida interior, para pensar y soñar
en libertad, como si se abolieran el espacio y el tiempo.
Esta nueva entrega de Javier
Gálvez en Solsticio ediciones se sitúa bajo el signo del ensueño, pero a la vez
es un homenaje a la fascinación surrealista por los pasajes, en este caso
convertidos en pasillos de comercios ruinosos, sin duda mucho más atractivos
que cuando estaban abiertos y no había nada más cerrado.
Porque, como escribe Javier
Gálvez a lo largo del folleto desplegado, “cuando todas las relaciones dentro
de una sociedad se fundamentan en la impaciencia, las posibilidades de
subversión de sus estructuras paradisíacas son proporcionales a las capacidades
de esa misma sociedad de reducir todas las antinomias vitales a un punto de obsolescencia”.
Una nota final aporta el elemento
de azar objetivo: “Los 77 pasos del subtítulo hacían referencia a un cálculo,
por lo demás totalmente aleatorio, sobre el número de pasos dados dentro del
pasaje durante el período de ensoñamiento. Un dato este, aparentemente banal,
pero que posteriormente tomaría un cariz alucinatorio y emblemático... En una
segunda visita al pasaje y al salir por uno de sus extremos (justo el que va a
dar a la calle Fuencarral) me percaté de que el número de la calle en el que se
encuentra ubicada la entrada del pasaje por el lado de esa misma calle de
Fuencarral, era justamente el número 77...”