La nebulosa existente en torno a
la Enciclopedia Da Costa ha quedado disipada con la publicación facsímil
de los tres fascículos que la compusieron, gracias al impresionante trabajo que
ha realizado Pierre-Henri Kleiber, cuya edición, seguida de un estudio de cerca
de 300 páginas, pasa a ser la joya de la Bibliothèque Mélusine, donde sin
embargo ya habían aparecido algunos valiosos volúmenes (este es el n. 22).
Aunque el título completo es L’Encyclopédie
“Da Costa” (1947-1949). D’Acéphale au Collège de ‘Pataphysique, el grupo
Acéphale pasó en seguida a segundo
plano, y con los colegiales de la patafísica no se mantuvo relación alguna,
solo pudiendo considerarse a la Enciclopedia un precedente genial de este.
Kleiber demuestra contundentemente cómo el nombre clave de la Enciclopedia no
fue otro que Robert Lebel, actuando en tándem con Isabelle Waldberg, lo cual
sitúa a esta insólita publicación en el centro mismo del torbellino surrealista
de unos años decisivos, hoy más reivindicados que nunca, y cuya analogía con el
primer momento del surrealismo aparece cada vez más clara: en ambos casos se
salía del horror bélico, y en ambos casos el desafío se produjo, también, por
la vía del humor y de la mistificación más corrosivos.
Para su trabajo a fondo, Kleiber
consultó, entre otros, con Alexandrian, Alastair Brotchie, François Caradec,
Étienne-Alain Hubert y, sobre todo, Michael Waldberg, quien disponía de
muchísimos documentos de sus padres y que se la definió a Kleiber como “la
revista más oscura que haya existido”.
En 1947 apareció el fascículo VII
del volumen II de Le Da Costa Encyclopédique, empezando por el artículo
truncado (¡incluso la primera palabra está partida!) de un vocablo de la letra
E. El in medias res se producía en la página 207 de la monumental obra,
y lo que más superficialmente llamaba la atención era la ausencia de firmas,
expresada ya por la viñeta de la portada: un burro dentro de un nido, en lo
alto de un mástil, o sea, âne au nid mât: anonimato, apuesta contra la
vanidad de las firmas, tanto literarias como artísticas. Esto crearía algunos
problemas, como veremos, de modo que los siguientes fascículos procederán a un
anonimato “mitigado”, apareciendo ya muchas firmas conocidas junto a los
seudónimos, los “ready-mades” y los anónimos propiamente dichos. Ya no son,
además, fascículos de la enciclopedia, sino los fascículos I y II del Manual
Universal Da Costa (Le Memento Universel Da Costa), editado por Jean
Aubier. Pero el espíritu es idéntico: pastiche, rechazo y burla sin paliativos
de la seriedad y del academicismo, insolencia, revuelta, sarcasmo, culto del
secreto, “anticonformismo”, desprecio de los valores clericales, militaristas o
familiares... En fin, una bomba en una época oscura, dominada culturalmente por
el estalinismo y por el existencialismo, y en la que la aparición del fascículo
VII venía a coincidir exactamente con la extraordinaria exposición surrealista
de la Galería Maeght. Como escribe Kleiber, “el momento de la posguerra suena
como el retorno –concertado– del surrealismo sobre la escena artística e
intelectual, como el tiempo de una ofensiva que se vale de todos los medios
colectivos ya puestos en práctica”. La exposición se sitúa en “la vía abierta,
solar, militante del surrealismo y de su gran salud recuperada”, mientras que
la Enciclopedia lo hace en “la vía oculta, mistificante, paradójica, de un
grupo sacudido por la prueba reciente de la guerra y abocado a la agresión por
el humor”. De nuevo el blanco tiene que ser la razón dominante, la disciplina
de la inteligencia, una vida intelectual miserable de ideólogos y
especialistas. Esta actitud contracultural, opuesta a todos los saberes
admitidos, le da a la Enciclopedia un sabor único, que por cierto, en su humor
mistificador, generalmente vehemente, uno no deja de echar en falta en el
surrealismo de estas últimas décadas, al menos en un plano colectivo.
¿Y el nombre Da Costa? Hay varias
versiones, pero la más divertida es la que le da un origen portugués: António
Pedro, el pionero del surrealismo lusitano, como es sabido, fue un gran amigo
de Mesens, y le dijo a este que en Portugal todos, menos el dictador Salazar,
se llamaban Da Costa (de hecho, aparte António Pedro da Costa, los otros dos
pintores que en estos años se acercaron al grupo surrealista parisino también tenían
ese apellido: Cândido da Costa Pinto y António Dacosta...), con la consecuencia
de que el siempre bromista Mesens, así como sus amigos, empezaron a llamarse todos
entre ellos “Dacosta”.
Entre los nombres del fascículo,
como dije, estaban los que venían del proyecto de sociedad secreta Acéphale,
incluido el propio Bataille. En una larguísima carta, Patrick Waldberg (quien,
curiosamente, es importante en la génesis de la Da Costa, pero que no participa
en ella) embiste contra Acéphale y Bataille de manera furibunda: La
experiencia interior es un “laborioso onanismo pseudo-nietzschano”, el
nietzscheanismo de Acéphale le da “náuseas”... Como resume Kleiber, para
Patrick Waldberg “la empresa, valiosa en su principio, fue fagocitada por
Bataille: convidó demasiada gente, es decir, convidó a conjurados que no fueron
bien escogidos; impuso las coordenadas de una sociedad cuya existencia solo era
formal; la concesión a la estética fue permanente; la figura de Nietzsche fue
demasiado central; y en fin, hubo una «ausencia grave de humor», un culto
enloquecido de lo trágico”. Esto último es precisamente lo que hace disonantes algunas
de las colaboraciones de los acéfalos, y lo que explica, como dije, su
descuelgue del Memento.
Aparte de Isabelle Waldberg y
Robert Lebel, hay una muy fuerte presencia de Jean Ferry y Charles Duits,
nombres que no pasarán al Memento. El segundo, tras ser apoyado en Nueva York
por Breton, ya reaccionaba contra el “antipadre”, pero aún en mayo del 48
colaboraría en Néon. Aquí dispersa algunas ironías (Breton, al ver las
pruebas, se molestó con algunas chorradas de resentido, que Duits acabó
eliminando), pero la deliciosa saga (en siete entradas) del imbécil Anatole de
Fondepierre es una pura delicia. Otro plato fuerte es el artículo “Escrocs” de
Jean Ferry, insultando a todos los estudiosos de Kafka uno por uno (incluidos el
“cretino” de Max Brod –en verdad un cretino–, Marthe Robert –a quien atacará de
nuevo en Médium–, Klossowski –por la flamante eyaculación religiosa de Sade
mi prójimo– y hasta Marcel Lecomte), lo que levantó ampollas (uno de
los más indignados fue Arthur Adamov), quizás decisivas a la hora de pasar los
enciclopedistas al tal anonimato “mitigado”. A Ferry se deben también muchas
referencias del fascículo a su gran especialidad, Raymond Roussel, como las hay
también a Jean-Pierre Brisset, Lewis Carroll y Alfred Jarry (en especial a su
Dr. Faustroll).
Muchas de las entradas de la
Enciclopedia son difíciles o imposibles de atribuir. Así, el escandaloso
“Permiso de vivir”, reproducido en las páginas 222 y 223, parece haber sido
creación colectiva, incluso con colaboración de Marcel Duchamp, quien estuvo
detrás de cada uno de los fascículos. Y en verdad que su presencia en un
proyecto de este cariz era insoslayable. Una de sus aportaciones más que
probables es, en el Memento, por su aspecto de ready-made, el artículo
“Trabajos a domicilio, ocasiones y novedades”, con una lista de artículos de
quincallería perezosa y una alusión cómica a la “femme de méninge” de Les Temps Modernes, o sea
Simone de Beauvoir.
André Breton fue consultado por
Lebel desde el principio, y colaboró con siete artículos, hoy casi todos en sus
obras completas (vol. 3, pp. 965-968). Aborda algunos de sus temas favoritos en
los que dedica a los esquimales (magnífico), a los jíbaros, a la ética (de
nuevo con los amerindios), al Padre Enfantin, al estado (donde dice, por
supuesto, que solo es aceptable el “no-estado” y vuelve a referirse a nuestros
amigos los esquimales), a una figura de secta religiosa dieciochesca, a una
piedra de color verde, a la “evaginación”... Y, parafraseando a Ducasse, da la
definición definitiva del vocablo “Exageración”: “No hay nada exagerado”.
Como afirma Kleiber, la
Enciclopedia, “como terreno de experiencia y de afirmación colectivas, forma
parte de la historia del movimiento, y Breton, aún dubitativo en cuanto a la
fundación de una revista oficialmente surrealista, no pudo sino acoger
favorablemente –hasta el extremo de aportar siete artículos– un proyecto que,
avanzando enmascarado, no permitía menos retomar la ofensiva”. Sin embargo, ya
Breton no aparecerá en el Memento, ni recogerá
la revista en sus “Efemérides surrealistas”.
Dos nombres que podían haber
encajado perfectamente en la Enciclopedia son Mesens y Brunius, e incluso
Kleiber sugiere que alguno de ellos fue quien le dio la idea a Patrick
Waldberg. De Mesens hay un pasaje de su respuesta a la encuesta magritteana de Le
Savoir Vivre, definiendo la palabra “Igualización”: “Hay que igualar todos
los valores. Ejemplos: 1. Una manzana = una serpiente. 2. Cambiar el cuadro de
un maestro por una bicicleta. 3. Llevar como adorno una corona de cuchillos de
cocina en lugar de un collar de perlas finas”. De Brunius tenemos uno de los
artículos estelares del fascículo 7: “Ectoplasma”, donde se parodia superlativamente
el más pedantesco lenguaje de las enciclopedias.
Pero en el espíritu subversivo y
mistificador, Robert Lebel se las bastaba, por su genio particular y por el
propósito manifestado en el vocablo “Educación”: “Convertir en irrisión a la
autoridad donde quiera que se erija”. Esto va bastante más allá de cortarle la
cabeza al rey y poner otra en su lugar. Lebel es un enemigo implacable de toda
vanidad, y nada más saludable que leer la larga carta suya reproducida en las páginas 124-126, contra el espíritu
“hombre de letras” y el espíritu “artista” que ni siquiera deja de manifestarse
en los rangos del surrealismo, a juicio de Lebel solo André Breton luchando en
esta cuestión “con una suerte de desesperación patética para conservar su
dignidad de gran figura solitaria”. Es una carta de 1943, cuando la cuestión
del mito se plantea acuciantemente en el surrealismo, no siendo cuestionable
que en esa cuestión está en ciernes tanto la exposición del 47 como la propia
Enciclopedia. Esto lo estudia muy bien Kleiber. Pero volviendo a Lebel, sus
intervenciones en los tres fascículos suponen un sabotaje absoluto de todas las
ideas aceptadas, sin dejar un solo resquicio. Muchos de sus textos los firma
como D. Laface, y otros o no los firma o se pone un nombre pomposo, a lo que
era muy dado. El de “Exposición”, Kleiber lo asocia a la exposición de los
surrealistas, pero no es convincente, ya que el propio Lebel participó en ella,
y por tanto el blanco obvio es el fenómeno expositivo en sí, y en particular la
exposición de obras “lastimosas o ridículas”, tan frecuentes y hasta
predominantes. Otra pieza maestra del fascículo VII es el artículo “Esenplush o
Esenplosh (Kaspar van)”, sobre un pintor holandés apócrifo, finísima parodia
del discurso de los eruditos.
Isabelle Waldberg no va a la zaga
de Lebel, y confirma aquí que se trata de una de las más grandes figuras
femeninas del surrealismo. ¡Qué admirable era! No solo una escultora
maravillosa, sino una mujer de una inteligencia privilegiada y un espíritu radical
y sin concesiones. No viene mal recordar que, ya en 1943, Robert Lebel,
inspirado por siete obras suyas hechas con tallos de hayas, había compuesto el
poema Masque à lame, publicado al año siguiente, y que en el 18 de
febrero de 1947 se abría en París la exposición suya “Paraphernalie” (14
construcciones de madera inspiradas en al arte amerindio), con un prefacio de
Lebel al catálogo, pero firmándolo como Désiré Nisard, de la Academia Francesa,
y además con “testimonios” nada menos que de Don Evaristo Castro y Colomera,
Saint-John Perse (vicario general), Rose P. Connolly (Washington, D.C.)..., en
fin, el más puro tono Da Costa. Entre sus grandes artículos de la Enciclopedia,
podríamos citar “Sinuosidades”, “Encore” o “Flora”, sobre los agujeros del
cuerpo humano. Pero en fin, como ocurre con Lebel, su presencia en los tres
fascículos es tan preciosa como ubicua.
Continuaremos el próximo
miércoles, abordando otros motivos y centrándonos en los dos fascículos del
Memento, donde entran François Bouvet, Maurice Baskine, Jindrich Heisler,
Marcel Jean, Pierre Mabille, Henri Pastoureau. Hasta entonces, deseamos una
buena semana a todos nuestros amigos Da Costa.