Pierre-André Sauvageot, collage |
Le cinéma
des surréalistes,
de Alain Joubert, pasa a formar parte de la más selecta bibliografía sobre el
surrealismo y el cine. Se trata de un bello volumen, en capa dura, que editan
al alimón las Éditions Maurice Nadeau y La Cinémathèque de Toulouse.
De nuevo, como en Ado Kyrou y otras obras de
menor entidad que la de Kyrou y esta de que hoy nos ocupamos, no se trata del
surrealismo realizado por los surrealistas (libro por hacer, fascinante, pero
que sin duda ofrecerá enormes dificultades, dado el carácter recóndito de gran
parte de ese cine), sino del cine amado por los surrealistas, y en este caso
por Alain Joubert, cinéfilo empedernido y colaborador asiduo de la mejor
revista de cine que ha habido, o sea Positif. Esto quiere decir que
encontraremos aquí muchas obras (la gran mayoría) aclamadas de modo más o menos
general (y hasta a veces unánime) por los surrealistas, pero también otras cuya
elección resultará más polémica.
He nombrado a Ado Kyrou, y es que, además,
Joubert lo toma como “brújula” de su libro y a él se lo dedica, no sin olvidar
la también “amistosa complicidad póstuma” de Gérard Legrand y sobre todo de
Robert Benayoun, al que alude muchas veces.
A lo largo de más de doscientas páginas,
siempre dirigiéndose familiarmente al lector/espectador –Joubert escribe para sus
“cómplices”, excepto cuando no lo hace, temiblemente, contra los impostores–,
se van desgranando las “virtudes esenciales” que “hacen cortejo” a la “trilogía
cardinal” del surrealismo –amor, poesía, libertad–, a saber la revuelta (individual
o colectiva), la subversión, el amor loco, la pasión, lo maravilloso, el
onirismo, el inconsciente, el mito, lo sagrado no religioso, el erotismo, el
humor negro y el nonsense. Cada uno de estos doce capítulos es ejemplificado, a
la manera de lo que sería un ciclo soberbio como los que había antaño, por una
docena de películas de los que Joubert nos da una sinopsis y un comentario
siempre incisivo y atinado, aparte, como es de esperar en él, salpicado de
ideas sugerentes –sobre la utopía, el feminismo, el “octubre rojo”, el cine
mudo y el hablado, el espectador cinematográfico, los “turistas” del
surrealismo, etc., etc. En este desfile de películas que conforman su
“palmarés”, la mayoría son bien conocidas y los amantes del cine y del
surrealismo las guardamos rozagantes en la memoria, pero otras son rarezas que
Joubert invita a descubrir o, en ocasiones, redescubrir.
Aún se incluyen diferentes ensayos en el
volumen. El primero es una rememoración del parisino cine Royal Monceau, donde
en la infancia se le desveló el gran misterio cinematográfico. El segundo se
ocupa de John Huston, rebatiendo el tópico que lo ve como mitólogo del fracaso.
El tercero, de Jacques Tourneur y el cine de aventuras. El cuarto es un ensayo
sobre diez fotogramas de Antonioni (cuyo cine ya interesó mucho a un antiguo
compañero suyo del grupo surrealista de París, Georges Sebbag). El quinto se detiene
en Sternberg.
Pierre-André Sauvageot, collage |
Pero Joubert nos reserva al final una
sorpresa, que no es otra cosa que un guion fílmico, titulado Diferencia
horaria, “azar en tres tiempos” ubicado en París, Nueva York y de nuevo un
París que, si antes era fantasmal, ahora es el escenario de un delirio
vegetalista.
Enriquecen decisivamente este volumen los
collages de Pierre-André Sauvageot, y no conozco quien hubiera llevado a cabo
esta misión de un modo más adecuado y satisfactorio. Cada capítulo se abre con
un collage en que se reúnen, con la fuerza del encuentro surrealista,
motivos de algunos de los filmes tratados, y el resultado es una auténtica
delicia visual. Logro absoluto es también el septeto de imágenes que ilustra Diferencia
horaria, desde la primera, en que la protagonista femenina sale desnuda a
la calle, hasta la última, con el apartamento de la Rue Paradis desbordando
hasta la calle sus plantas y flores, del mismo modo que este libro desborda
hasta nosotros tantas fascinantes películas, proyectadas por la entusiasta
cámara de Alain Joubert.