sábado, 4 de marzo de 2017

Una saga de Drácula, por Guy Girard

Pierre-André Sauvageot, frontispicio de
La geste de Dracula en Cotentin
La entrega número 19 de las autoediciones de Guy Girard relata un capítulo de la vida de Drácula, una “gesta” hebdomadaria, de lunes a domingo, en la región más septentrional de Normandía.
La “misión” de Drácula en Cotentin solo se desvela el último día, o mejor dicho la última noche: el encuentro en el museo Emmanuel Liais de Cherburgo con la momia de una princesa egipcia. El inepto de Van Helsing, comiéndose una barra de chocolate en el campanario de la catedral de Coutances, ni se entera de los movimientos de su ancestral enemigo, a diferencia de lo que ocurre con Madame Chantelouve, la diabólica amante de Durtal.
Una vez más, el surrealismo, con todo lujo poético y como hicieron tantas veces los románticos, se nutre de lo mejor de la llamada “cultura popular”.

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Vale la pena deambular por la geografía normanda en que se mueve Drácula durante estas siete jornadas. Todo comienza entre el Mont Saint-Michel y el islote de Tombelaine (véase la imagen de Sauvageot), pero un vistazo a las fotos de estos lugares no deja de mostrar un tropel de coches con que se desplazan esos insaciables vampiros miserabilistas que son los turistas. También aparece Flamanville, y si el relato de Guy Girard lo concluyó el 16 de enero de 2017, podría señalarse que el 9 de febrero tuvo allí lugar un escape en la central nuclear (Francia es actualmente un polvorín nuclear), que hace pensar en la “fábrica subhumana” a que el relato se refiere en otro lugar. Drácula pasa por el semáforo de Flamanville, hoy convertido en restaurante fino.
En el lado bueno, agrada saber que el museo Emmanuel Liais, famoso por su tiburón y por la momia que se trajo Napoleón de Egipto en 1832, conserva todo su carácter de viejo museo de provincia, de “cabinet de curiosités”. En general, todos los museos europeos han sido pasto del funcionalismo y el didactismo más apestosos, con resultados a veces trágicos, como ocurrió con el del Abade de Baçal en Bragança; recuerdo en Portugal dos, sensacionales: el de Lamas (Aveiro), iniciativa de un prócer a lo Ciudadano Kane y que debe continuar igual, y el rural de Estremoz, atiborrado de bellezas inauditas, y que ya habrá sido racionalizado, puesto que recuerdo cómo la funcionaria a su cargo hasta me pedía disculpas por aquel batiburrillo sublime.
Pero ahora lo que hace falta es continuar la aventura de Drácula, a quien parece esperar en el puerto de Cherburgo nada menos que el fantasma del Titanic, con sus “cuatro chimeneas tan lúgubres y descarnadas como las torres de un lejano castillo de los Cárpatos”...