Desde sus orígenes, el surrealismo se mostró interesado en el medio
teatral, pero por supuesto para subvertirlo. Que de entonces a hoy poco o nada
ha cambiado en ese medio (como no sea, tal lo definió Radovan Ivsic, su
conversión en “aburrimiento subvencionado”)
lo muestra la introducción de Guy Girard, quien hace un retrato desolador del
actual teatro parisino, que es lo mismo que decir de cualquier parte del mundo,
ya que, en efecto, en cualquier parte del mundo civilizado, “ante un público
tetanizado por su propia devoción hacia los beneficios de la cultura, un tropel
de energúmenos más o menos convencidos, más o menos inaudibles, nos lanza a la
cara su espectáculo, ¡y qué espectáculo! No se trata sin duda de magia, ni de
alucinación colectiva, ni tampoco de una inaudita deriva en el laberinto de los
sentidos y de las esencias –y muy rápidamente lamentamos habernos sentado allí
en vez de andar vagabundeando por las calles”.
Los fundamentos de la mecánica
celeste (título tomado de un
libro de divulgación científica encontrado precisamente al azar callejero),
nueva publicación del Grupo Surrealista de París, responde al juego colectivo de
escribir una pieza teatral sin ninguna preocupación por la intriga general ni
por la psicología de los personajes. En las reuniones semanales, se ideó sacar
al azar unos papelillos plegados sobre los cuales se habían inscrito los
nombres de una serie de personajes de prestigio surrealista, o sea “escogidos
entre los héroes de nuestra mitología común”, encarnando cada uno de los
presentes a uno de esos personajes y escribiendo unas líneas, de las que solo
se mostraba al vecino la última, para así encadenarse el juego. En total fueron
siete escenas de un acto cada una, y en ellas iban desapareciendo los
personajes hasta solo restar en la última uno, que no fue otro que Rrose Sélavy,
quien acaba desplomándose completamente borracho. Posteriormente se decidió de
modo aleatorio cuáles serían los espacios, los decorados y los vestidos. En
cuanto a los primeros, pasamos de una cripta del Museo Pasteur (que acaba
convertida en la carcasa de una langosta gigante) a una fábrica abandonada en
la que llueven bocadillos.
Billy el Niño, por Emmanuel Boussuge |
Aparte Rrose Sélavy, los personajes fueron nada menos que Juliette,
Ravachol, Nicolas Flamel, Adèle Blanc-Sec, Billy el Niño, Madame Chantelouve,
el Doctor Faustroll, la Castafiore, siempre sonriente ante su espejo, y Marilyn
Monroe. De ellos, tenía yo olvidado al anarquista bombista y guillotinado
Ravachol y a la amante de Durtal, el personaje de Allá lejos de Huysmans, Madame Chantelouve –en cambio, por
permitirme un apunte personal, Juliette es protagonista de mi relato La conjura de Ulises, Flamel (quien
deplora en la escena quinta la caída del mundo en “la anestesia generalizada”)
aparece de modo recurrente en mis fabulaciones, Adèle Blanc-Sec forma parte de
mi banda de Fantômas, y en Cité Toyen el
Doctor Faustroll tiene una calle y hay un Mercader de Arena trasunto del
Mercader de Sal.
Participaron en la pieza Michel Zimbacca, Joël Gayraud, Guy Girard,
Virginia Tentindó, Pierre Petiot, Ana Orozco, Jean-Raphaël Prieto, Élise Aru,
Pierre-André Sauvageot, Alfredo Fernandes, Claude-Lucien Cauët, Émilie Frémond,
Sylvain Tanquerel, Emmanuel Boussuge, Anny Bonnin, Carlos de los Ríos, Michael
Löwy, Nicole Saffer, Hervé Delabarre y Francis Lecomte.
Virginia Tentindó hizo la cubierta, y los siete actores fueron retratados
individualmente por Guy Girard, Sylvain Tanquerel, Anny Bonnin, Élise Aru,
Michel Zimbacca, Claude-Lucien Cauët, Jean-Raphaël Prieto, Alfredo Fernandes,
Emmanuel Boussuge y Ana Orozco.
Concluyo con una cita de Jacques Brunius, espigada hace unos días:
“Es sabido cuántas reprobaciones le han valido al surrealismo costumbres
escandalosas como la de escribir un poema entre varios o no firmar un dibujo
compuesto del tipo «cadáver exquisito». La noción misma de un «grupo» les
bastaba para poner el grito en el cielo a todos los grajos de la pintura y de
la versificación.”
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