miércoles, 29 de agosto de 2012

Centenario de Gordon Onslow-Ford


El 26 de diciembre de 1912 nacía en Wendover, Inglaterra, Gordon Onslow Ford, curiosamente un día antes de que, en Ledbury, también Inglaterra, lo hiciera Conroy Maddox.
Aunque la crítica académica, al tratar de Onslow-Ford, en seguida se apresure a señalar que, en 1943, “abandonó” el surrealismo, el artista prosiguió una obra perfectamente ubicable en el surrealismo. Ello lo señala con claridad Edouard Jaguer en el texto que hemos elegido traducir: la semblanza que le dedicó en el n. 55 de Infosurr.
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“Nacido en 1912 en Wendover, Inglaterra, Gordon Onslow-Ford, uno de los últimos grandes inventores de formas de antes de la II Guerra Mundial, ha fallecido el 9 de noviembre en su propiedad de Inverness, California, donde se había instalado en 1958.
En 1936, Onslow-Ford, animado de una curiosidad demasiado voraz para el joven oficial de la Royal Navy que entonces era, llega a París, donde frecuenta brevemente los estudios de André Lhote y de Fernand Léger antes de encontrar a un ex-arquitecto de su edad, llamado Matta Echaurren. Este encuentro decidirá su destino, puesto que Matta, recomendado por Federico García Lorca a Salvador Dalí y a André Breton, acaba de adherirse al movimiento surrealista. Matta le presenta por su parte Onslow-Ford a sus nuevos amigos: en Trévignon, Bretaña, cerca de Concarneau, los dos pintores van a dedicarse a las lides del «automatismo absoluto», verdaderas jam-sessions pictóricas donde cada uno, en una emulación febril, explora a su manera el mundo completamente nuevo de las «morfologías psicológicas» –término del que son los inventores. A su regreso, André Breton y sus amigos acogen con entusiasmo la fiesta experimental que les es ofrecida, y no sin razón, puesto que Onslow-Ford y Matta acaban de lanzar la pintura surrealista a una nueva órbita: toda la abstracción de los años 50 y siguientes se encuentra ya contenida en esos panoramas cósmicos, de los que se puede decir que son «abstractos» por la forma, mas resueltamente surrealistas en el espíritu, haciendo eco sin que nadie lo sepa a las búsquedas emprendidas en un dirección análoga por Hans Hartung. Breton escribe en 1939:
«Hay hoy una curva de Onslow-Ford, maravillosa de soltura y de seguridad, y habría que dar diez años marcha atrás para encontrar un equivalente sensible en Miró... Onslow-Ford tiende a describir un mundo donde se desunen los últimos ángulos del cubismo. Su compás de marino está arreglado de manera que le permita hacer frente a todas las variaciones de la inclinación magnética sobre el plano humano más móvil que las olas».
Pero el n. 12-13 de Minotaure apenas aparecido (donde Breton publica una reproducción en colores de Matta y Onslow-Ford, junto a Wolfgang Paalen e Yves Tanguy), la guerra estalla. Los acontecimientos de 1940 lo conducen a Londres, acompañado por Esteban Francés. Antes de llegar a los Estados Unidos, participa en el n. 18-20 del London Bulletin de E.L.T. Mesens y Roland Penrose, donde redacta dos artículos sobre el azar objetivo y sobre la escultura de Henry Moore, y presenta los «paisajes psicológicos» de Matta y Francés, así como sus propios trabajos: participación deslumbrante que constituye el castillo de fuegos artificiales que es el último número del London Bulletin. En los Estados Unidos, reencuentra a André Breton, Nicolas Calas, Yves Tanguy y Matta, colabora en VVV, se alía con Robert Motherwell, da varias conferencias en la New School for Social Research, organiza varias exposiciones. Luego, se marcha a México, donde se han refugiado Benjamin Péret, Leonora Carrington y Wolfgang Paalen. Con este, publica la bella revista Dyn (1942-1945), coeditada por su mujer, Jacqueline Johnson, con el apoyo de Eva Sulzer. Data de entonces la ruptura de sus lazos con el movimiento surrealista, pero el propio Onslow-Ford ha afirmado a lo largo de su vida que, en el fondo, su búsqueda artística se definía como una prolongación natural de las preocupaciones surrealistas. Pese a ello, Dyn puede ser vista como plataforma de una cierta «disidencia» del surrealismo, confirmada por la creación por él, Paalen y Lee Mullican del grupo Dynaton. En 1947, el pintor se embarca para California, que se convertirá en su tierra de adopción, primero en Sausalito, donde había anclado su ferry Vallejo transformado en estudio de pintura, y luego, en 1959, en Inverness, donde vivirá y creará, hasta su reciente desaparición a la edad de 90 años, en un espacio silvestre y salvaje. Vincent Van Gogh lamentaba haber pintado siempre «las estrellas demasiado grandes». Onslow-Ford, el viejo marino, no ha temido hacerlas por completo desmesuradas, ojos en estado salvaje que conducen los límites de la mirada hasta las regiones míticas a donde ningún telescopio llegará jamás”.
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Tan solo falta en esta escueta semblanza una referencia al impacto que sobre Onslow-Ford produjeron los indios tarascas, capítulo importante de las relaciones del surrealismo con las culturas amerindias –unas relaciones, por cierto, tan ricas y esenciales, que darían, bien hecho, un muy bello libro, desde Seligmann y Breton a Thom Burns y Jean-Jacques Jack Dauben.
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La imagen que encabeza este sencillo homenaje es de 1939 y lleva por título “La casa que habito”, referencia al conocido pasaje de El amor loco: “La casa que habito, mi vida, lo que escribo: me gustaría que, de lejos, todo ello tuviera el aire que, vistos de cerca, tienen esos cubos de sal gema” (en Nadja, Breton hablará de “mi famosa casa inhabitable de sal gema”). Este pasaje lo ilustraba una foto de Brassaï, que es como una primera versión de la imagen de Onslow-Ford:


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Concluyo con la reproducción de esta fascinante carta que Onslow-Ford envió a André Breton en 1941 y que acaba así: “Recuerdo los guijarros que usted buscó durante toda una jornada en Chemillieu para hacer un poema-objeto. Las palabras que he escrito no son más que el fondo para los guijarros que yo le ofrezco en esta hoja”. Esta página la reproduce y estudia Georges Sebbag en el capítulo “Onslow-Ford o el viaje del pintor” de su hermoso libro Memorabilia, incluso aislando en otra página, con sus títulos, los 18 callaos que ha pintado, y que son, sucesivamente, en la primera columna, “Las cuatro atmósferas”, “Las cinco vistas concéntricas del mundo”, “La nueva sustancia del mundo”, “Nacimiento de criaturas extrañas”, “Criaturas aparecidas en los viajes precedentes”, “La máquina de seducir”, “Primera casilla de damero”, “Segunda casilla de damero”, “La criatura violeta maltratada”, “Los árboles danzarines tragadores de estrella” y “El brazo de un ser misterioso”, y en la segunda, “Los fantasmas de las brujas”, “La criatura ciega”, “El estimulador de Atmósfera”, “El pecho traspasado de una giganta”, “La piedra y la hoja entrelazadas”, “Los rayos de vida” y “El cristal espejo del viaje”: