lunes, 23 de abril de 2012

Bill Copley: la risa de nube


William Copley exponía en Amsterdam el año de gracia de 1966, y cuatro de sus grandes amigos posaban para esta foto el día de la inauguración: René Magritte, Marcel Duchamp, Max Ernst y Man Ray. ¡Un cuarteto de verdadero peso!
Marcel Duchamp le dedicó estos divertidos versos en 1963: “There was a painter named Copley / who never would miss a good lay / and to make his painting erotic / instead of brushes, he simply used his prick”. Duchamp fue quien lo animó a dedicarse a la pintura, y Copley lo estimó siempre mucho. Tan allegado estaba Copley a él que era de los pocos que lo sabía dedicado al “Étant donnés”, cuando la convicción generalizada era que había dejado el arte por el ajedrez. En 1963, Copley pinta “The bride and the groom stripped bare by each other, even”, homenaje a la otra creación prodigiosa del mercader de sal, y sin duda que hecho con su “prick”. En 1968  y 1969 le dedica páginas magníficas, así como un emotivo recuerdo al morir, todo ello incluido en el libro-catálogo que vamos a reseñar.
Max Ernst, por su parte, dice de Copley, en 1954: “Solo tiene ojos para las mujeres. Solo tiene colores para ellas. Para verlas mejor, cierra los ojos. Ante su ojo avizor, surge entonces la gris miseria que los tiempos modernos han impuesto a la belleza. Le sorprende, pero no le aterra. No ríe sarcásticamente. Al contrario, presta sus colores a la fealdad moderna y no desespera de descubrir en ella un lunar de belleza, y con su aventura impone silencio a los que ríen sarcásticamente”.
Man Ray, en 1961: “Copley es absolutamente sincero en su busca del placer y la libertad, en su amor de la vida y en su rechazo de los clichés. Es el más sabio de todos nosotros, cuidadosamente ocultando su sofisticación bajo el disfraz de un hombre sencillo”. Y también: “Su técnica indisciplinada y su humor violento no respetan ninguna escuela. Copley responde a mi repetida declaración de que el arte es la búsqueda de la libertad y el placer”. Copley le dedicará un largo ensayo, en 1963, a este otro maestro que, entre otras cosas, le aconsejó no limpiara las ventanas de su estudio para poder disponer en él una luz difusa.
Por último, vemos en este catálogo a Magritte pintando con Copley unas botellas, en la casa francesa de este, año de 1959. Copley pintó en 1958 “Hommage à Magritte”, y a fines de los 70 realizó esta curiosa instalación, titulada “Bonjour Monsieur Magritte”, aprovechando el hueco de un ropero en el vestíbulo de su casa neoyorquina:


Si Copley recordaba de estas diversas maneras a sus amigos desaparecidos, el museo Frieder Burda de Baden-Baden lo evoca ahora a él con una exposición que circulará por Alemania hasta dentro de un año y con este estupendísimo catálogo lleno de ilustraciones y encabezado por un buen estudio de Götz Adriani, al que sigue una extensa entrevista realizada por Paul Cummings en 1968 y una serie de textos del artista, algunos de ellos inéditos. ¡Atención! Hay una edición en alemán y otra en inglés, y si me he retrasado en comentar este libro tan atractivo es porque pedí primero por error la edición germana...
William Copley, hijo adoptado, fue introducido al surrealismo por su cuñado, que era artista. Copley en principio tenía el amor, más que del arte, de la poesía, sobre todo las de Emily Dickinson y de Poe. De hecho comenzó pintando, de manera autodidacta, como ejercicio para su escritura, porque creía que esta no era lo suficientemente visual. Desvío sin retorno, ya que a partir de entonces se dedicará solo al arte. Primero organizó exposiciones, en Beverly Hills, 1948, de Magritte, Cornell, Matta, Tanguy, Man Ray y Max Ernst. Atacadas por la crítica, solo vendió... dos obras, y ni a 200 dólares una de Cornell. Copley se convertiría en el mejor cliente de sus amigos, pero al par de años, tras su primera exposición (en Los Ángeles, con poema de Dorothea Tanning en el folleto), se marcha a París, donde residirá 12 años.
En París, ajeno al lado más polémico del surrealismo, y sin entender, o interesarle, sus querellas internas, va a su bola. Pero no solo traba amistad con André Breton, quien lo invitará a participar en la exposición E.R.O.S., sino que, en 1967, o sea un año después de la muerte del fundador del surrealismo, concluye “Retorno a Breton”, pieza fija de su apartamento neoyorquino:


En la entrevista de Cummings, Copley rechaza el tópico de los “aspectos literarios” del arte surrealista. Y lo hace con contundencia: “Siempre los he llamado poéticos. El surrealismo no es literatura. Es poesía”. Copley se apoya para la distinción en la existente entre el símil y la metáfora: “Una pintura para mí es una metáfora. Quiero decir que es una metáfora poética, más que un símil poético”. Magritte sería para él el maestro de la metáfora poética. Al final de la entrevista, Copley aclara su posición en el surrealismo. No se considera un surrealista “formal”, pero si alguien afirma que él no es surrealista “insistiré en que lo soy, porque yo me debo a la gente que me ha ayudado a evolucionar”. ¡Qué lección! A la pregunta de si le han interesado las teorías del surrealismo, responde: “Solo en los términos más simples. Cuando digo que el surrealismo es un afirmación, que es metáfora, que es poesía, eso es lo más lejos que deseo ir. No quiero intelectualizarlo. Es una cosa muy simple para mí”. Al final del libro, Billy Copley, que recuerda en unas bonitas páginas la figura de su padre, escribe: “Lo que el surrealismo le permitió fue desarrollar su propio lenguaje como un artista y mirar hacia delante”.
Esta entrevista concluía, tras la citada afirmación surrealista, con una declaración sobre sus pinturas: “Creo que, por necesidad, estoy condenado a explorar la tragedia del hombre y la mujer”. Sus obsesiones sexuales son el gran tema de sus cuadros, pero jamás falta el humor en esa “tragedia” –y humor de altos vuelos. Por algo él mismo habla de sus amigos Man Ray, Max Ernst y Marcel Duchamp como tres maestros del humor, que además poseía en cada uno de ellos una coloración muy particular y específica. El suyo se aplica a la eterna batalla de los sexos opuestos, con formas graciosamente ingenuas y una sorprendente variedad de colores netos –como los que amaba el pueblo cuando este existía. Todo esto hizo que no se lo tomara muy en serio, pero su obra nos parece hoy infinitamente más fresca y llena de vida que la de muchos artistas abstractos y expresionistas de su tiempo, siendo además un anticipo de la boga de los comics y del pop, al que además supera cómodamente, incluido a su amigo de última hora, el bobo Warhol. Götz Adriani ve de su obra como “una balada callejera del arte pop”, lo que sin duda es más interesante que el propio arte pop. Además, a Copley lo que le interesaba en la pintura era el humor y la poesía, ingrediente que también, por su signo ascendente, lo distingue de mucho popero miserabilista. ¡Miserabilismo cero en nuestro amigo William Copley! Añádase su rechazo, o quizás sea mejor decir desinterés, del intelectualismo, tal y como le refiere a Cummings cuando le dice que al intelectualismo prefería “el lado personal, el sentimiento. Me gusta decir cosas cálidas. No me gusta analizar. No creo tener una mente analítica. Eso se lo dejo a otros. A mí me gusta hacer observaciones sobre la intensidad de la vida, no despedazarla. No tengo ese tipo de mentalidad”. Simpática es la anécdota de su deseo de aprender perspectiva, para lo que se aconsejó con Matta; cuando Matta fue al estudio de Copley para enseñarle, y le dio un carboncillo, al momento se lo quitó de las manos diciéndole que era un error, que él no necesitaba para nada aprender perspectiva.
Esta es la página que le dedica Roland Penrose en Ochenta años de surrealismo:


La sección de textos de este catálogo del museo Frieder Burda contiene el ensayo sobre Man Ray, los tres citados textos sobre Duchamp (uno de ellos inédito), unas páginas en que se ocupa de Picabia –sobre cuya “Noche española” haría Copley una serie, incluida una “Noche portorriqueña”– y el relato de su llegada a París en 1951, largo manuscrito inédito.
Una rica biografía por Judith Irrgang incluye el n. 6 de la revista en cuatro páginas Iris.Time, con motivo de su exposición de 1963 en la parisina galería Iris Clert. He aquí dos de sus páginas, que llevaban también el citado poema de Duchamp. En la segunda, fijémonos en una figura recurrente del imaginario copleyano: el guardia con su porra.


Las obras de Copley son uniformemente deliciosas. Difícil me es destacar algo, pero imposible no referirme a las doce viñetas que componen “La historia de mi vida”; al fabuloso proyecto de “La tumba de la fulana desconocida”, que tantos años le ocupó y cuya instalación se haría por fin en el New Museum of Contemporary Art de Nueva York; a su “Mae West” –y sin olvidar que Copley era un fan del más grande humorista de todos los tiempos fílmicos, W.C. Fields–; o a la serie del Salvaje Oeste. Así que acabaré con un montaje que he hecho de algunas de sus imágenes:


“Copley est un rire de nuage” (Jean Arp).