miércoles, 26 de noviembre de 2014

“Hydrolith”, n. 2 (I)


Este segundo número de Hydrolith vuelve a ofrecer una representación muy amplia del movimiento surrealista actual. Amplia pero no exhaustiva, ya que, por ejemplo, del grupo surrealista a mi juicio más valioso, el checo y eslovaco, que suele ir por libre, no hay colaboración alguna. Se trata, pues, de la reunión de grupos e individualidades que se han aproximado en un proyecto que auspician ahora Eric Bragg y Ribitch; el número primero añadía en el editorial los nombres de Merl Fluin, Mattias Forshage, Shibek y Nikos Stabakis, por lo cual los polos geográficos eran Berkeley, Londres, Estocolmo, Portland y Atenas. La polémica desatada por el texto de Eric Bragg hará sin duda que un tercer número, si lo hay, no suponga la coalición de fuerzas de estos dos primeros, ya que no hay conflictos que no arrastren otros.
Con respecto al primer número, encontramos bajas considerables: Raúl Henao, Kathleen Fox, Bill Howe, John Welson, Joël Gayraud, Michel Zimbacca, Dominique Paul, Bertrand Schmitt, Katerina Pinosova, Allan Graubard, Robert Green, Debra Taub..., pero, en contrapartida, en el total de 99 nombres de este número aparecen muchos nuevos, concretamente 61, por lo que solo 38 coinciden en uno y otro. El peso mayor va para los grupos de Estambul, Madrid, Londres, Atenas y Estocolmo, con muchas colaboraciones holandesas.

Sharon Olson, The healer

Entre las abundantes ilustraciones, con predominio de los collages y los dibujos, pero también con pinturas y trabajos digitales, solo puedo destacar algunas preferencias: John Adams, de Austin, que además se encarga de la portada; David Coulter con sus collages ya comentados aquí; las cubomanías de Richard Waara, a partir de la Melancolía de Durero, tan apreciada por los nervalianos; los collages del Inner Island Surrealist Group; el arcimboldiano Curandero de Sharon Olson, de Grass Valley, California; y el muy original cómic de Xtian, de Melbourne, titulado The micturating angel, “cuento de ciencia y erótica” en que se interviene sistemáticamente, con un resultado muy divertido, sobre unas figuras a lo George Levis, narrándose las historias de las muchachas Bella, Hayley, Molly, Gaby y Lucinda –todo un descubrimiento, que nos da ganas de hacer lo propio con tantos comics favoritos, o incluso indiferentes (en estos, la mejoría sería obvia).


Más ilustraciones –una pequeña parte de ellas, ya conocidas– hay de Wedgwood Steventon, Wendy Risteska, Timothy B. Layden, Susie Malinowski, Paul Cowdell, Lisa Simonson, Andrew Juris, Richard Misiano-Genovese, Dale Houstman, Shibek, Dan Boyer, Mary Behm-Steinberg, Ali Mete, Sancak Taroolu, Rafet Arslan, Ayse Ozkan, Cins, Rik Lina, Miguel de Carvalho, Alex Januário, Sergio Lima, Zazie, Her de Vries, Bastiaan Van der Velden, Guy Girard, Antonio Ramírez, Dan Stanciu, Alexandra Halkias, Elias Melios, Diamantis Karavolas, Alex Fatta, David Nadeau y Pascale Dubé. Llamo también la atención hacia un valioso texto de Miguel de Carvalho sobre sus propios collages, a mi juicio inédito.
Entre los poemas y las prosas contenidos, y, como siempre, haciendo notar mis limitaciones con la lengua del Imperio, única de Hydrolith, momentos fuertes me parecieron “La práctica de la noche” de Josie Malinowski; “El demonio del paraíso. Un sueño dantesco”, de Laurens Vancrevel con imágenes de Jörg Remé, a quien va dedicado; “Allucinatio insulae” de Noé Ortega y Eugenio Castro; “Cada hombre su propio Fantômas, o de nuevo con nostalgia”, de Paul Cowdell, que ya añadí a la lista de homenajes fantomáticos del surrealismo, aquí pidiéndosenos no solo admiración hacia el Maestro, sino que seamos él; y el soberbio extracto del libro de Dan Stanciu Actos calientes en un decorado negro sobre escenas separadas por una línea pesada, de 2011.
Otros textos “creativos”, aunque en algunos casos las fronteras con el lenguaje ensayístico se diluyan, hay de Beatriz Hausner, Peter Dubé, Gaetan Blais, David Nadeau, Josse De Haan, Rodrigo Hernández Piceros, Andrew Torch, John Adams, Sotère Torregian (ya conocidos, pero también un homenaje a Marie Wilson y Nanos Valaoritis), Andrew Joron, Dale Houstman, Alexandra Halkias, Yannis Xourias, Rafet Arslan, Aye Ozkan, Ali Kartal, Zuca Sardan, Sergio Lima (“La imagen como conocimiento”, en versos que completa el ensayo “Imágenes en libertad”), Hans Plomp, Pieter Schermer, Wijnand Steemers, Merl Fluin y Jesús García Rodríguez (“30 proverbios de los Padres del Desierto”).
Este número de Hydrolith se ameniza con una serie de “noticias latentes” enviadas por los colaboradores, en la vieja tradición surrealista de los “faits divers”. Encuestas solo hay una, pero importante. Viene del grupo de Atenas, y, titulada “Los misterios del Minotauro”, se ocupa de la película The devil’s man, dirigida en 1975 por Costas Carayannis con intervención de Peter Cushing y Donald Pleasance y música de Brian Eno. Yo no la he visto, y Carlos Aguilar, un habitualmente buen detector de bodrios, la califica como tal, aunque señalando su valor “exótico”. Es lo de menos que sea un bodrio o no, porque las preguntas sobre la película recibieron respuesta ¡antes de que nadie la viera! Tras las respuestas de pura inspiración, vienen las respuestas “correctas” y una nota de Nikos Stabakis, presentador de este documento que es preciso unir al de la famosa encuesta de L’Âge du Cinéma sobre El embrujo de Shangai.
Declaraciones colectivas las hay del grupo turco (“Revuelta: el juego del nuevo milenio”), del Inner Island Surrealist Group (“Funeral del Imperio”, ya aparecido en el n. 9 de The Oystercatcher), del grupo de Saint Louis (sobre las revueltas de este mismo año, motivadas por un nuevo acto racista) y de los grupos de Madrid y Atenas (también sobre las revueltas sociales, en este caso las bien conocidas agitaciones de los últimos tiempos en estas ciudades).
En siete días continuaremos con este comentario descriptivo, deteniéndonos en los juegos y experiencias y en los numerosos ensayos contenidos, algunos de extremo interés, como el de Bruno Jacobs “Surrealismo y esfera cultural”, del que extraigo estas palabras para concluir: “El surrealismo sigue siendo una cuestión de principios, de método y de actitud para cambiar definitivamente el actual estado escandaloso de cosas; para cambiar, de manera fundamental, la vida. Su característica principal es, en el fondo, la de armonizar el pensamiento crítico y el espíritu poético, la reflexión y la sensibilización”.


Poemas amorosos de Guy Girard


La entrega número 12 de estos pequeños y muy versátiles cuadernos que Guy Girard edita en su casa de Saint-Ouen, nos trae su poesía amorosa y hace pensar sobre todo en algunos poemas de L’oreiller du souffleur, que las Éditions Surréalistes publicaron en 2008, y, sobre todo, en el titulado “Sybille infuse”, que Guy Girard había avanzado en 2005 como plaquette.
El frontispicio es de Sabine Levallois, cuyos dibujos y monotipos convertían a L’oreiller du souffleur en un bellísimo libro y que, además, también había hecho los dibujos de Le palier des gargouilles, colaboración de Guy Girard con Alice Massénat, aparecida en las mismas Éditions Surréalistes, en 2005.
Un cierto estremecimiento produce la nota a estos ocho poemas que componen Cognée d’octobre, ya que nos coge de sorpresa al aludir a la muerte de Sabine Levallois, que es a quien iba dirigido “Sybille infuse”. Sin duda que sus dibujos, de los que aquí vemos dos, revelan una imaginación que le pertenecía, puro ritmo, magia y candor.


Rápidos

Vivamente recomendable, ya que lo hace David Nadeau, es el blog “Présence du surréalisme”, con numerosos documentos recientes del movimiento surrealista y cercanías:
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“Joyce Mansour, poetisa y coleccionista”, es el título de una exposición en el Musée du Quai Branly.
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Comienza en los museos de Estrasburgo una exposición dedicada a Jules Perahim, que llegará al 15 de marzo. Se celebra así el centenario del artista, nacido en 2014. Mañana, en el Instituto Rumano, intervendrán Marina Vanci-Perahim, Serge Fauchereau y Ion Pop.
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En Vila Nova de Famalicão tienen lugar los VIII Encontros Mário Cesariny. Entre los actos, este sábado se presentan tres publicaciones: el cuaderno 13 del Centro de Estudos do Surrealismo, A palavra que detona, de António Gonçalves; Cesariny –em casas como aquela, de Duarte Belo y João Pinharanda; y Cartas de Mário Cesariny para Cruzeiro Seixas, de Perfecto E. Cuadrado. Tras la presentación habrá un concierto de Ibu Galissá y António Poppe, titulado “Cesariny Iluminações Rimbaud”.
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Mientras algunos surrealistas –no solo Eric Bragg– quieren conducir el surrealismo hacia los laboriosos caminos de los estudios científicos (o derrochan sus energías en las trabajosas batallas político-sociales), Soapbox prefiere unir estas dos citas, una del fumador de habanos y “hombre más inteligente del siglo XX”, como lo llamó André Breton, y otra de la divina Pandora:
“Me hubiera gustado trabajar, pero había en mí un fondo enorme de pereza. Me gusta más vivir y respirar que trabajar. No considero que el trabajo que he realizado pueda tener en el futuro ninguna importancia desde el punto de vista social. Así pues, mi arte consistiría en vivir; cada segundo, cada respiración es una obra que no está inscrita en ninguna parte, que no es ni visual ni cerebral, y sin embargo existe. Es una especie de constante euforia”. (Marcel Duchamp.)
“Solo soy verdaderamente feliz cuando no hago nada, absolutamente nada. No comprendo a quienes les gusta trabajar y hablan de su oficio como si se tratara de un maldito sacerdocio. Para mí, no hacer nada es como flotar sobre agua tibia. La delicia, la perfección”. (Ava Gardner.)
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He aquí una foto de Raman Rao, no incluida en Accidental windows:

Raman Rao, She reminds me of someone I knew in Detroit

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Otra foto, pero por Alex Januário: Los guantes de absenta, dialogando con La bebedora de absenta de Mesens, collage reproducido no hace mucho aquí mismo, y también con los guantes de la edición Ardemar y con los de la Luvaria Ulisses:

Alex Januário, As luvas de absinto,París, 2009

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Y, también de Alex Januário, un collage de lo que parece ser una nueva “serie”:


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Al fin sale el nuevo número de Salamandra. Esta es la noticia que da de su aparición el Grupo Surrealista de Madrid:
“¡Ya está aquí la revista más inactual del mundo!
El Grupo Surrealista de Madrid tiene el placer de anunciaros que por fin está disponible el nuevo número de su revista Salamandra. Tras cuatro años (para nada improductivos, por otro lado) desde el lanzamiento del anterior número, nuestra Salamandra ha crecido y este doble número 21-22, que bien podría ser triple, ha alcanzado las 352 páginas porque sí, por placer, y porque es necesario para socavar las bases de la dominación plantando las semillas de la verdadera vida.
Este nuevo número se presentará en el Ateneo Cooperativo Nosaltres (c/ Esperanza 5, Madrid) el próximo viernes 28 de noviembre, y en Enclave de Libros (c/ Relatores 6, Madrid) el sábado 13 de diciembre. Os mantendremos informados.
Portada color plata hombre lobo, y el contenido más contundente y perturbador de nuestra época: Crítica y onirocrítica de la ciudad. Materialismo poético. Teoría crítica del valor, el trabajo y la revolución. Más realidad, y el Laboratorio de lo Imaginario. Exterioridad, el sueño y los sueños. Objetos, fantasmas, y el objeto fantasma. Huelgas, revueltas, mareas y juegos surrealistas. La poesía, y los poemas. Y el lenguaje del Régimen por fin dominado.
En este enlace podéis ver el índice y el editorial de la revista:
Además, aquí os dejamos uno de sus textos a modo de aperitivo:
¡Disfrútenla solos o en compañía!”.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La Belle Inutile: “Lithaire”


La Belle Inutile se define como “un grupo de amigos localizado en Europa, Norteamérica y Suramérica, que comparten una orientación surrealista y un interés por las artes mixtas, las ciencias, la tecnología y las ideas”. Desde 2008 sus publicaciones son muchas (todas asequibles vía lulu.com) y, aparte los dos números de Loup-Garou, se componen de títulos de Richard Misiano-Genovese, Jean-Pierre Depétris, Jeffrey Karl Bogartte, Pierre Petiot y Francine Laugier. Algunas de ellas ya las hemos noticiado o reseñado aquí.
La última publicación de La Belle Inutile es Lithaire, recopilación en la que intervienen Bernard Dumaine, Claude-Lucien Cauët, Guy Girard, Pinina Podesta, Martín de Diego Sabada, Ribitch, Jean-Pierre Depétris, Ody Saban, Pierre Petiot, Thomas Mordant y Zazie. Zazie, que lo hace con seis de sus sueños digitales –también recientemente en sus ediciones publicó Somnium digitale– es uno de los nombres fijos de La Belle Inutile. Imágenes de Bernard Dumaine abren este cuaderno de 68 páginas. Dos de ellas son cadáveres exquisitos, uno con Martín de Diego Sabada y otro con Pinina Podesta, este diferenciándose más que el otro de la imaginación fantástica de corte gótico que caracteriza a este artista:


En el n. 2 de S.u.rr..., el poeta y ensayista Claude-Lucien Cauët, componente del grupo surrealista de París, publicaba unas “Ideas a propósito de lo impensable” que anunciaban muchos escritos curiosos y trastornadores, reunidos en varias publicaciones: Événements, Nomades, Anecdotes, Rencontre, Essai d’autocosmologie, Le passager incertain, En cours. De Cauët, cuyo nombre aparece en Analogon, Le pied de grue, Cahiers de l’umbo, Lo que será y La chasse à l’objet du désir, comentábamos hace poco sus dos colaboraciones con Guy Girard: Les cerises, le soleil et l’escargot y Pornographie courtoise. Aquí aparecen extractos de dos títulos nuevos: “Débordements” y “A portée de voix”, acompañados de imágenes de Zazie y Girard. Girard interviene con sus ya conocidos poemas coreanos y con el relato de unos “momentos de lo maravilloso”, cuando la poesía, “esa inesperada recalificación de la vida inmediata”, hace trizas la banalidad reinante –porque, en efecto, “lo maravilloso es esa belleza ofrecida con todo esplendor por la verdad práctica de la poesía”. Pero lo más interesante de estas tres páginas de Guy Girard es su consideración final sobre lo que persiste en “querer pintar” y sobre las “criaturas” que pinta, y sin las cuales yo diría que al surrealismo de estos últimos tiempos le falta algo esencial. Similarmente podía haber hablado de sus poemas e invenciones, en los que se confirma también su visión de que el “poder de revelación del amor y de Eros es la razón de ser de todo lenguaje”.
Seis poemas de Jean-Pierre Depétris llevan como pórtico una visionaria ilustración de Ribitch: Season of the witch. Depétris ha publicado en La Belle Inutile la saga de Bolgobol, definida como una novela filosófica en forma de diario de viaje on-line, que consta ya de cuatro volúmenes: À Bolgobol, En revenant à Bolgobol, Autour de Bolgobol y Entre Tangaar et Bolgobol, a los que sucedió en 2010 Pour un empirisme poétique.
El fastuoso colorido y la no menos fastuosa imaginación de Ody Saban irrumpen en La Belle Inutile con cinco muestras entre las cuales Dans la forêt Lacandone, Kachina Angwusnasomtaka pendant le rite d’initiation pour les nouveaux nés y Sus au misérabilisme. El primero la suma a la bella lista de surrealistas fascinados por las culturas pueblo, y el segundo vuelve a erguirse contra la hidra de la que dijo André Breton en 1956 que era “uno de los fenómenos específicos de la época” –y que desde entonces nunca se ha replegado, sino que más bien ha asomado constantemente nuevas cabezas.
La muñeca kachina Angwusnasomtaka no es otra que la Madre-Cuervo, madre de todas las kachinas, portadora de unas hojas de yuca con que flagelaba a los muchachos recién iniciados. Breton tuvo dos, una hopi y otra zuñi, que es en la que se inspira Ody Saban, con sus brazos articulados y las alas insertadas:


La vertiente ensayística de Lithaire corresponde a su principal animador, Pierre Petiot, quien diserta, con ilustraciones de Ribitch, sobre los “utensilios”, discerniendo entre sus diversos tipos, con dos polos extremos: el de los utensilios que “crean nuevas libertades”, que “abren nuevas aventuras”, y el de los “realistas” (¡miserabilistas!), que “nos reemplazan”. En una atinada ejemplificación, describe la subversión de los viejos lavaderos por parte de las mujeres que acudían a ellos, oponiéndolos a su sustitución por las lavadoras, que “transmutan las potencialidades de lo imaginario en nada”, y yo hubiera añadido que los lavaderos eran espacio no solo de amores y chismorreos, sino de canto, cuando el pueblo cantaba (a una lavandera oyó el maestro de la etnografía portuguesa, Leite de Vasconcelos, hace ya un siglo, una melancólica cantiga de amor que lo transfiguró, y fue también hace ya un siglo cuando Menéndez Pidal, al oír cantar a la lavandera de Osma, tomó conciencia de la perduración de los romances legendarios en los pueblos panhispánicos, punto de arranque de una gigantesca recopilación que llega a nuestros días). Pierre Petiot, en uno de los capítulos de su ensayo, al detenerse en lo que tienen los locos que enseñarnos sobre nuestra relación con los utensilios, escribe: “No se agradecerá lo suficiente a los surrealistas el haberse interesado por la locura, y el haberlo hecho no bajo el ángulo médico (y por tanto realista), que busca liberar al loco de su locura, sino al contrario, según ese genio oblicuo que consiste en utilizar las enseñanzas sacadas de la locura para liberar a los no-locos –y por tanto también a los locos, como consecuencia inmediata”.
Lithaire contiene, por último, dos poemas de Thomas Mordant, uno de ellos un “poema negro”. Al final hay una lista de publicaciones poco fiable, ya que, al cotejar yo la fecha de los libros de Richard Misiano-Genovese, de ocho hay al menos cinco que vienen mal. Así nos dedicamos luego a repetir datos erróneos. A los soberbios libros de Bogartte, sumemos dos de Francine Laugier: Images du monde flottant y Quelquefois nous paraissons heureux.
En suma, una publicación muy distinguida, que viene a ser como un número 3, o un número “fuera de serie”, de Loup-Garou.
www.labelleinutile.eu

Guantes

Colaboración indistinta de Javier Gálvez, Bruno Jacobs y Lurdes Martínez, Guantes se presenta como “una proyección meridiana de una obsesión múltiple” y es la nueva publicación de Solsticio ediciones, en Madrid. Aparte el letrero sobre fondo negro de una tienda denominada “Manopiel”, con la letra A distinguida por su oscuridad, y arriba de la página un verso de Juan Larrea: “Ces doigts qui n’ont des doigts que quelques vestiges de pluie”, Guantes se compone de las tres fotos que aquí reproducimos, con sus pies correspondientes, y de una magnífica definición del lexema, que nos hace ansiar la elaboración de un nuevo diccionario, que venga a sustituir a esa porquería de la autoproclamada “Real Academia Española”:
guante.
(Quizá del cat. guant, y este del franco *want, cf. b. al. Wante, neerl. Want).
1. m. Prenda para cubrir el tacto, que se hace, por lo común, de piel, barro o erizo de mar, y tiene una funda masticable para cada dedo.
2. m. Cubierta para proteger las pasiones, hecha de caucho, goma, cuero, etc., como la que usan los cirujanos y los boxeadores.
3. m. p. us. Agasajo o gratificación, especialmente la que se suele facilitar sobre cualquier orificio corporal. Era u. m. en pl.”

Cerca de la fragancia marina, un guante intocable...
...al mediodía, con la saliva enguantada...
...hacia el solsticio, una limadura de caricias.

La tercera fotografía recuerda las piedritas calcáreas del empedrado portugués, lo que me evoca la guantería modernista del Chiado, la tienda más pequeña de Lisboa, de la que ya hablaba Ramón Gómez de la Serna en los años 20 (se abrió en 1925, como el Bar Americano del Cais Sodré), refiriéndose al “taburete en ángulo de probar los guantes”. Luvaria Ulisses (“Guantería Ulises”, en honor al fundador de Lisboa, cuyo nombre deriva del suyo): yo la fotografié el 19 de octubre de 2002, lamentando que saliera la foto cortada, aunque aparezcan tanto el guante plateado –visto como un signo de revuelta en la leyenda que le hice para Disparos del archibrazo– como el taburete ramoniano, donde se perfilan un guante negro y otro rojo –los colores revolucionarios:

Ya no nos restaban dudas:
la conjura de Ulises iba a reencenderse en cualquier momento

Revuelo en “Hydrolith”

Il. de John Adams
El número segundo de Hydrolith no esperó muchos días a las zarzas de la polémica. Un inesperado texto, muy extenso, de Eric Bragg, rechaza virulentamente las luchas internas del surrealismo, tomando como blancos ciertas actitudes de Mattias Forshage y un artículo de Merl Fluin, titulado “In praise of infighting”, reproducido exactamente antes del suyo. La primera contestación no se hizo esperar, y estuvo a cargo del grupo surrealista de Estocolmo, que no reconoce el retrato de su compañero, habla de “difamación” y discute la oportunidad de publicar esta diatriba en un espacio como Hydrolith. Ya Eric Bragg ha respondido a esa carta, mientras que algunos amigos surrealistas escriben distanciándose de la trifulca.
Merl Fluin, en un texto al que no le falta gracia ni humor, califica de “gloriosa historia” la del “infighting” surrealista, pero no estaría mal algún día deslindar lo que en ella ha habido, al calor de la pasión, de necesario y justificado (verbigracia, casos Éluard, Aragon, Dalí o el clan Schuster) de las historias verdaderamente lamentables que, como dijeron en una ocasión Tony Earnshaw y Philip West a propósito del desmedido ataque a John Lyle perpetrado por Franklin Rosemont, pueden resolverse sin esfuerzo con un sentido elemental de la camaradería. Para colmo, esas acciones acarrean un encadenamiento de hostilidades que perduran por décadas, afectando a terceros que se solidarizan con unos o con otros siguiendo el juego de las amistades. Todo el mundo, además, no responde de la misma manera, y si hay personas a quienes los ataques les resbalan, otras son muy susceptibles, reaccionando trágicamente, si es que no guardan eternos rencores, a veces al propio surrealismo.
“Infighting” es, proclama Eric Bragg, “miserabilista y estúpido”. Adoptar esa posición es abrazar el miserabilismo, “fatal enemigo de la confianza y la colaboración”. A ello opone la “empatía”, que “representa un cierto tipo de imaginación: la de intentar imaginarse a uno mismo en el lugar del otro”, algo, como es evidente, “muy diferente de la variedad cínica, cuando se presume lo absolutamente peor sobre las intenciones y acciones de alguien”. Sobre esta cuestión, yo citaría en seguida estas palabras de Ghérasim Luca en una carta de 1952 a Jacques Hérold, a propósito del desacuerdo de este con Breton: “Toda idea de ruptura me parece, a pesar de su lado dialéctico y aparentemente positivo, incompatible con una vida verdaderamente tolerable, y en este mundo que vive y que sangra bajo el signo de la separación y de la negación simétrica, nosotros debemos ser los verdaderos maniacos del encuentro, los obsesos de la síntesis ininterrumpida, de la no herida absoluta” (cursivas mías). Bastantes enemigos, y de todo tipo, tiene el surrealismo, como para que encima se reciban ataques del interior, sobre lo cual también debe recordarse lo que decía Pierre Peuchmaurd de la célebre autocalificación como “enemigo del interior” hecha por Georges Bataille, tan amado por tantos de aquellos enemigos (y, en los últimos tiempos, por algunos surrealistas): “Se puede interpretar esto como se quiera; para mí, equivale a ser un infiltrado lleno de odio, un doble traidor traicionando una causa que no ha sido nunca la suya. El enemigo interior es el cáncer”.
Pero este no es, en absoluto, el caso de nuestro amigo Mattias Forshage, quien simplemente, a mi juicio, tan solo tiene un temperamento algo belicoso. Tanto él como Merl Fluin me merecen el máximo aprecio, y sus contribuciones al surrealismo las juzgo sumamente valiosas, solo lamentando que a muchos escritos del primero no pueda llegar por mi desconocimiento de su lengua, y que mi infame inglés aprendido con las letras de blues tampoco dé para seguir lo bien que deseara lo que escriben uno y otro. Yo creo que son dos nombres fijos del surrealismo, y de los que el surrealismo precisa. Sí recuerdo, en relación con todo esto, haber visto expuesta en la última o penúltima tanda de sus escritos de blog una opinión (ahora no logro encontrarla) que no me gustó, en el sentido de que entre los surrealistas no tiene razón de ser el andarse con ceremonias ni la cortesía, cuando a mí tanto aquellas como esta me gustan, y rechazo categóricamente que se vea en ellas valores burgueses o hipócritas, remitiéndome como siempre a mis viejos amigos campesinos portugueses, de quienes tanto he aprendido (que la tierra les sea leve a todos, porque ya prácticamente no queda ni uno), o a las culturas oceánicas y amerindias, tan amadas por el surrealismo. Eso que leí me supo, en efecto, a una justificación para cierta aspereza –Eric Bragg considera que la a su juicio obsoleta terminología freudiana de que se vale Mattias Forshage es usada como “justificación de una conducta hostil”, y se pregunta sobre qué mundo queremos cargándonos esos valores que yo llamaría “antiguos”. ¿No podía decir Radovan Ivsic, en tiempos cercanos, que “hoy la delicadeza es lo revolucionario”?
Otras cuestiones vuelve a levantar esta polémica, como la de los grupos y los individuos, prefiriendo Eric Bragg no pertenecer a ninguno de aquellos y relacionarse libremente con unos y otros. Entre grupos ha podido asistirse también a algunos “infightings”, en derroche de energías que mejor se dedicaran a los “exfightings”, que nunca faltan. Preferible es, por ejemplo, la relación entre grupos como el de Styxus y el de Analogon, que, en vez de ocuparse en hostigarse, simplemente se ignoran, a pesar de su común espacio geográfico. Cada uno a su bola.
Por último, antes de penetrar en este Hydrolyth que tiene más de 100 páginas que el anterior, señalaré, con cierto espíritu de “infighting” (aunque en la categoría de peso infrapluma), dos cosas. La primera es la abundancia de textos (e imágenes) que ya se conocen, algo que es moneda corriente quizás excesiva, desde hace algún tiempo, en las publicaciones del surrealismo. A unas se les señala la fuente, pero a otras, como el ensayo de Will Alexander, los poemas del propio Merl Fluin o el texto sobre los útiles de Pierre Petiot que comentamos hoy mismo, no. Repetición de textos, o traducciones que no sean de lenguas como el sueco, el checo, el neerlandés, el griego o el rumano (por señalar cinco idiomas poderosos en el surrealismo), no tienen mucho sentido. A veces hasta vemos un texto reproducido tres o cuatro veces en las publicaciones del surrealismo, cuando no se cuela en algún volumen de corte académico donde puede encajar. La costumbre es vieja y en algunos casos laudable, pero yo discutiría sus excesos, prefiriendo que predominen en publicaciones de este tipo los trabajos originales.
El editorial, que en el número primero venía firmado por Eric Bragg, Merl Fluin, Mattias Forshage, Ribitch, Shibek y Nikos Stabakis, viene ahora firmado solo por Bragg y Ribitch. En el primero se manifestaba “orgullo” por el “optimismo revolucionario”, y aquí, aunque sin llegar a tanto, tampoco se logra dejar de lado esa simplona oposición entre el optimismo y el pesimismo. No me considero uno de esos “profesionales de la desesperación” a que se refería hace poco un amigo ex surrealista, porque he disfrutado y disfruto la vida y porque no he dejado de creer que a la infamia hay que oponerse y desafiarla, pero, en verdad, me parece imposible que se pueda ser “optimista” sin tener complacencias con este mundo. Cuando pienso que mi óptica sombría (que en nada mermaba la profundidad y extensión de mi revuelta) ya existía cuando tenía 16 años, en que descubrí el surrealismo, cuarenta y pico años después no veo sino un mundo mucho más devastado que el de entonces (hasta el punto de que me pregunto cómo es que esto se puede ya “transformar”) y una vida que ha mantenido muchas infamias y sustituido las restantes por otras nuevas.
En medio de este desastre general, el surrealismo es de lo poco que resta. Y de ahí precisamente la necesidad de que los surrealistas, sin que ello implique complacencias o bajar la guardia ante las debilidades y hasta imposturas que a veces surgen, logren ser los verdaderos maniacos del encuentro, los obsesos de la síntesis ininterrumpida, de la no herida absoluta”.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

André Bernard, poeta insumiso y contumaz

El surrealismo abunda en figuras magníficas y que a la vez permanecen orgullosa y sanamente al margen de los bombos y platillos de la sociedad mercantil y sus tristes y sórdidos espectáculos. Revelación de hace tan solo unos días ha sido para mí el libro de André Bernard Ma chandelle est vive, je n’ai pas de dieu. Papiers collés et petits textes, publicado en 2008 y cuya portada (con el collage de 1993 Entre las fuentes negras, yo avanzo) reproduzco aquí cortada, ya que se trata de un libro muy ancho. En 128 páginas, André Bernard ha tenido la encomiabilísima idea de reunir sus escritos e imágenes, que solo conocía yo por la revista S.u.rr... y algunas colaboraciones anarcosurrealistas. Edita el Atelier de Création Libertaire, y es que André Bernard es una figura tanto del surrealismo como del anarquismo, siendo capital para el reencuentro parisino que desde hace algunos lustros se ha producido entre ambos movimientos, tras la experiencia fértil pero con mal desenlace de los años 50; en efecto, a él sobre todo se deben los dos cuadernos de debate dedicados al surrealismo y el anarquismo, editados también por el Atelier: “J’en suis encore à me le demander...” (1992) y Le pied de grue (1994).
Nacido en 1939, André Bernard es anarquista desde que a los 12 años se acerca al medio anticlerical. Una vida accidentada, de la que da cuenta en los “Elementos para una necrología” que aparecen al final, comienza con el rechazo a participar en la guerra colonialista de Argelia, lo que le supuso el veredicto de “insumiso”, trasladándose a Suiza. El anarquismo de André Bernard es  anticolonialista, por supuesto, pero a la vez, cosa ya poco común, rechaza la violencia, lo que ocasionó alguna ruptura con otros anarquistas. Cinco años después de ser declarado insumiso, es juzgado por “contumacia” en Burdeos, ante un tribunal militar. ¡Otro bello título!


En 1976, descubre por azar la revista Surréalisme que sacaban Bounoure y sus amigos. Dos años después, o sea cuando tiene casi cuarenta años, comienza a practicar el collage “después de haber encontrado «papeles» que me incitaron a recortar, asociar y pegar: yo no sé dibujar”. Participa en la exposición de la galería Le Triskèle “Le collage en 1978”, aclarando que no se considera un artista ni se ofrece como tal. En 1985 hará su primera exposición personal, en el Bock de Bohème, sito en el n. 104 de la legendaria Rue du Château y un buen sitio para que reapareciera en cualquier momento su vecino más ilustre, o sea ese gran poeta libador que fue Yves Tanguy. Posteriormente participaría en exposiciones del surrealismo, en concreto “Les minutes du sablier”, organizada por Peter Wood y Hourglass en 1993; “La marelle des révoltes”, del grupo de París en 1995, con la portada del catálogo a su cargo; y, en Marrum el mismo año, “Île volante”, también del grupo parisino, al que ya pertenecía desde hacía años.
Entre 1985 y 1995, André Bernard animó cinco “potlachs”, revista artesanal de hojas para regalar a los amigos, con textos, imágenes a veces originales y juegos como el de los anagramas (a partir de una frase de Desnos y otra de Apollinaire) y el de los nuevos proverbios (cincuenta, sacados de un texto de Claude-Lucien Cauët), de los cuales se da muestra en el libro que estamos comentando.
Los títulos de los cinco potlachs fueron Sextant (“buscamos la ruta”), Centon (“de trajes remendados”), Alyte (“el sapo tocólogo”), Huis-clés (“¿cómo abrirse?”) y La nuit au jour (“es...”). El cuarto de ellos incluye un gran texto teórico, firmado por Bernard junto a Georges Lem, Jorge Périès y Bernard Thomas-Roudeix, donde se propugna huir de la autosatisfacción y la facilidad, de las repeticiones y clichés, y se ataca a “los especialistas y otros gendarmes” a sueldo de los poderes y que intentan “dirigir toda libertad creadora y condicionar así su emergencia a la luz del día”.


De André Bernard es el collage de portada del número 1 de S.u.rr..., la revista con que resurgían las publicaciones colectivas surrealistas parisinas, en 1996. Participa allí también en la encuesta del juego, y en los restantes números nunca falta su presencia, con poemas y collages. Súmese a ello la constancia de su firma en las numerosas declaraciones colectivas del grupo.
Entre los poemas de Ma chandelle est vive, je n’ai pas de dieu, aparece “Chant-rap pour Peter Wood”, incluido en Pour Peter Wood. Le dit de sus amis, el homenaje a esta figura tan querida por los surrealistas. “L’envol des racines”, en prosa, abre el libro, tratándose de unos divertidos “elementos de biografía” que compiten en espíritu disonante con las páginas sobre el lavado de cerebro del año 2000: “¡2000 años! ¡Pamplinas, el tiempo es bastante más antiguo que eso, pero que bastante más! Si ellos supieran... El tiempo es infinito tanto como el espacio, pero cómo explicárselo a esos espíritus pedestres de cerebro demasiado joven que no piensan sino en consumir y en destruir” –esto y otras cosas, en boca de un viejo zapatero del pasaje Beaufils, amigo de André Bernard y de su mujer de toda la vida, Anita (a quien va dedicado Ma chandelle est vive), maestro antiguo y popular que, sobreviviente de un mundo en realidad intemporal, se lamenta desde su cuchitril de quienes están demasiado enviscados en ese “viejo mundo” que es el nuestro, con la cabeza atiborrada de “cotidianeidades superficiales” de la que, como les expresa, es preciso liberarse si se quiere entender algo.
André Bernard,
Extracción de la piedra de la locura, 1989
Hay también la respuesta a la encuesta sobre la infancia y su conformación de la morfología mental, que Vratislav Effenberger lanzó en 1977 (y cuyas respuestas publicó Analogon en su n. 19, ya en 1997) y su participación en dos juegos, el primero consistente en “estacionar durante una hora en un punto que era el lugar geométrico de los domicilios de un cierto número de personas del grupo surrealista, y observar...”, y el otro, con Georges Lem, el “juego de los contrarios”. No hay, en cambio, cadáveres exquisitos, a los que alguien como André Bernard debe estar sin duda tan predispuesto.
Los numerosos “papeles pegados” demuestran una vez más la fecundidad del automatismo y el azar, su fuerza poética que además no obsta, sino por el contrario, a la emergencia de un mundo propio cuya potencia imaginativa va acorde con la creación de rasgos tan distintivos que acaban haciendo inconfundibles muchas de las piezas del artista que ante todo es un poeta. En efecto, los “papeles pegados” de André Bernard no admiten comparaciones, y la mayoría de ellos, en distintas vías, son inmediatamente asignables a los territorios libres de su imaginario.
Bellamente maquetado, este libro da cuenta de una aventura ejemplar, de esas con las que el surrealismo busca siempre enriquecerse, alianza de ética, poesía y revuelta. “Hay que volver a partir de cero”, le decía el viejo zapatero a André Bernard, quien sí podía aún entenderlo, o no fuera suyo “el gusto de enfrentarme a ciertas realidades cotidianas, la necesidad de desviarme de caminos demasiado conocidos, de querer explorar vías nuevas”. La candela siempre alumbrando y, por tanto, sin dios ni amo por ninguna parte.

André Bernard,
Renacimiento del amor cortés, 1992 

Surrealismo como movimiento y como “filosofía de la vida”


Skira ha publicado hace unos meses este volumen de más de 500 páginas de Arturo Schwarz, acompañado de un disco con una enorme lista de exposiciones del surrealismo y sobre el surrealismo y otra, que no se queda atrás, de revistas del surrealismo y sobre el surrealismo. La utilidad de estos repertorios es muy grande, y además se detallan las obras presentadas en la mayoría de las exposiciones y los índices de muchas revistas, entre ellas algunas que, por una u otra razón, no conocemos bien, como el London Bulletin, View o Analogon, o cuya carestía nos ha hecho imposible conocer, como a mí me ocurre con dos números de TransformaCtion o con el único de Dies und Das, que hizo Ted Joans. El campo es vastísimo, y de ahí que tanto en un corpus como en el otro falten cosas. Pero ello es inevitable, y solo he de señalar una confusión importante, ya que, en el capítulo de revistas, aparecen asociadas como si fueran una sola el Melmoth inglés y el Melmoth de Vancouver.
El primer apartado del libro –que no lleva ilustraciones– se abre con un estudio de Schwarz que posee la densidad y lucidez que se le conocen. Tras los capítulos “Actualidad del surrealismo”, “Primera fase de la aventura surrealista (1916-1922)” y “La actividad política: libertad color del hombre (1925-1964)”, los tres grandes bloques temáticos en que se detiene son la poesía, el arte, el amor y el juego surrealista.
El apartado segundo se lleva la parte del león, y su planteamiento no difiere mucho de Caleidoscopio surrealista, que Arturo Schwarz me pidió en su día, prometiéndome a cambio mandarme el suyo cuando apareciera (cosa de la que debe haberse olvidado). Pero en su caso, se trata de una antología de textos sobre las distintas proyecciones internacionales del surrealismo, casi todos ya conocidos y de calidad desigual, aunque la mayoría sean buenos y hasta muy buenos trabajos. Entre los que parecen haberse redactado para este volumen se encuentra (y creo que no hay más) el de Silvano Levy sobre Gran Bretaña (magnífico, y llegando loablemente al presente) y los de Eugenio Castro sobre el grupo de Madrid (y nadie mejor para hacerlos). Hay tan solo un par de pifias: la escuálida nota de Pierre Rivas sobre Perú, tomada de Biro y Passeron, y la reproducción del “Balance” de José Augusto de França sobre Portugal, pobre y anticuado y usurpando un espacio que debió ocupar Mário Cesariny. De lamentar también que Argentina lleve un ensayo que se reduce al arte plástica, aunque lo firme Jorge Kleiman. De resto, abundan los textos impecables: Xavier Canonne sobre el surrealismo en Bélgica, Bruno Solarik sobre el surrealismo checo y eslovaco, el ya clásico relato del grupo de París sobre el surrealismo en Francia tras la muerte de Breton, Nikos Stabakis sobre el surrealismo en Grecia, Petre Raileanu sobre el surrealismo en Rumanía, Emmanuel Guigon sobre la aventura tinerfeña, Bruno Jacobs sobre sus años en el grupo de Estocolmo, Rafet Arslan sobre la eclosión turca, Penelope Rosemont, Paul Garon y Connie Rosemont sobre el surrealismo en Chicago, Shibek sobre el surrealismo en Portland, Allan Graubard sobre el surrealismo de Invisible heads, Sergio Lima sobre el surrealismo en Brasil, Enrique de Santiago sobre el surrealismo en Chile, Franklin Rosemont y Robin Kelley sobre el surrealismo en el Caribe y en El Cairo y El Janabi sobre el surrealismo en el mundo árabe. Fuera de estos textos hay algunas cosas que lamentar, como por ejemplo que se haya echado mano de la simple nota de Jun Ebara sobre el Japón, cuando bastaba acudir a Vera Linhartová, o que el capítulo de España se reduzca al par de años de Tenerife y a Salamandra. Engañoso es el capítulo “Surrealismo en Colombia”, ya que se limita a las figuras afroamericanas y un poeta inmenso como Raúl Henao no es nombrado ni una sola vez. No hay índice onomástico, pese a que este tipo de obras lo exigen; ese problema, evidentemente, no existe con el material del disco adjunto.
Un acierto muy grande es la inclusión de notas de y sobre los grupos actuales: los dos de Londres, el de Leeds, Capa, la sección del Cabo Mondego, el de Madrid, el de Estocolmo y el turco; y, en algunos casos, acompañadas de manifiestos.
En suma, una obra que informa de mucho y que se enriquece con uno de los típicos ensayos del maestro Arturo Schwarz.

Dos notas

Acaba de aparecer el número 7 de Patricide, dedicado al surrealismo y el cine:
Por otra parte, aportamos ahora el pdf de la exposición de Adrien Dax, que no pudimos subir hace siete días:

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Al día

La gran publicación surrealista del otoño, aparecida hace unos días, es la del número segundo de Hydrolith, que promete ser, por lo que respecta a las búsquedas actuales del surrealismo, tan importante como el primero.
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Janice Hathaway, activa en el grupo surrealista de Birmingham, Alabama, desde fines de los años 70, expone collages en la Virginia Selden Gallery de Norfolk.
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Una exposición de Lou Dubois tiene lugar, hasta el 15 de noviembre, en la Librairie Galerie Matarasso de Niza. La exposición, “Mad is Rose”, coincide con la publicación de un librito que recoge 22 collages con las aventuras de Mad(emo)is(elle) Rose, una nueva Alicia, pero también una bisnieta o tataranieta de Rrose Sélavy. Mad is Rose lo edita Venus d’Ailleurs, que publica también una buena revista.


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Dibujos de Alain Jouffroy se exponen hasta el 14 de noviembre en el Sometime Studio, con el título de “Si tant est que l’on en ait besoin”.
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Homenaje en Chile a Braulio Leiva:


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El 5 de noviembre abre en el mamarracho de Les Halles, dentro de un nuevo espacio dedicado solo a la fotografía, una exposición de 70 fotos de Jacques-André Boiffard.
En frente del mamarracho, en el Centre Belgique-Wallonie, se desarrolla actualmente otra exposición, de dibujos de Felicien Rops, Alfred Kubin, Max Klinger y Armand Simon.
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Desde el 14 de noviembre, en las parisinas galerías Convergences e Intuiti, habrá una exposición importante de Adrien Dax.
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Con motivo del centenario de António Dacosta, hay una exposición suya en la Fundação Gulbenkian de Lisboa, y se publica un amplio catálogo que se ocupa de toda su obra.
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En las actas del Colloque des invalides sobre el tema del secreto, celebrado el pasado año, hay un texto de Jean-Pierre Lassalle sobre “el secreto de la palabra surrealidad”. Lassalle indaga los orígenes de un término que, la verdad sea dicha, no ha tenido mucho uso en el propio surrealismo.
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Y por fin, dos imágenes de algunos de los que –afortunadamente no pocos– continúan dentro del surrealismo aventuras de gran aliento.

Jeffrey Karl Bogartte, Soliloquio del pentagrama

Guy Girard, con Mr. Fantômas

Un libro sin sonido

Le silence d’or des surréalistes es un amalgama de estudios sobre el surrealismo y la música, bienintencionadamente reunidos por Sébastien Arfouilloux. Pero es un libro que se podía haber publicado, en vez de en 2013, en 1973, revelando una vez más cómo el discurso académico sobre el surrealismo tiene un retraso sobre este de unos cuarenta años –como mínimo, ya que a veces son muchos más.
Así, en la presentación de Sébastien Arfouilloux y el prefacio de Henri Béhar, puede leerse que los únicos músicos surrealistas han sido André Souris y Georges Antheil, o que el encuentro surrealismo-música no se ha dado, o que “el surrealismo ha dejado la música aparte de su tarea de liberación”... Los “jóvenes investigadores” que se ocupan de la materia, y que supuestamente indagan nuevas “direcciones”, acaban dando en realidad pena, porque lo menos que podían hacer es estar informados de la poderosa relación que el surrealismo ha mantenido con la música en las últimas décadas, particularmente en los Estados Unidos, Inglaterra, Canadá y Suecia. De ello da perfecta cuenta el n. 4 de Patricide, titulado “The sound of surrealisme”, con numerosos textos y un disco de 42 pistas. De otro disco hemos hablado recientemente, al reseñar La chasse à l’objet du désir, y añádase a ello, en una evocación rápida, dos textos ineludibles: el de Shibek en el n. 1 de Hydrolith y el de Jean-Yves Bériou en el n. 2 de L’art du jazz.
Los artículos de Le silence d’or des surréalistes se detienen en los tratos musicales de Soupault, Desnos, Aragon, Gengenbach, Reverdy, Tzara, Péret, Char, Dalí, Bonnefoy, los poetas surrealistas griegos y, por supuesto, André Breton, citado aquí y allá por su rechazo más o menos general de la música, visto como un ogro en las páginas de Alain Chevrier y llamado por Virginie Pouzet-Duzer “el papa del movimiento surrealista” en el dedicado a Péret. Este último trabajo se ocupa de las sugerencias peretianas para la exposición de 1947, de la que se subraya, como si ello tuviera significación alguna, su escaso “éxito” de público, optando esta profesora de universidad americana por comulgar con las críticas que en la época hicieron a la exposición tanto los estalinistas del llamado “surrealismo revolucionario” como el bizco anfetaminado. Trabajos hay también infumables, en particular el dedicado a Giovanna (con salsa de Barthes, Kristeva, Saussure y Jakobson) y el de puro relleno que cierra el libro y se titula nada menos que “El silencio de oro de la música fluxus hacia un grado cero de la creación”, ambos llevándonos en la máquina del tiempo, ya sin rodeos de ningún tipo, a aquel citado año de 1973.
No puede faltar la cuestión del jazz y el surrealismo, pero nada se añade al magnífico trabajo citado de Bériou sobre las relaciones entre el automatismo poético y la improvisación musical, y lamentablemente se peca de reducir el jazz al bop y corrientes posteriores. Para quienes repiten que el jazz ha estado presente en la existencia pero no en la “práctica” de los surrealistas, he aquí una lista, necesariamente incompleta, de surrealistas que han cultivado como instrumentistas la música de jazz: Fabio de Sanctis, Louis Lehman, Jaroslav Jezek, Guy Ducornet, Gregg Simpson, Ernst Moerman, Alan Davie, Jean-Claude Biraben, Ludvik Svab, Ulf Gudmundsen... De remate está George Melly, nada menos que uno de los mejores cantantes de jazz que ha dado el continente europeo. Y ello descontando a quienes han escrito páginas críticas sobre el jazz o se han inspirado en el jazz para sus creaciones verbales o plásticas, como Maurice Henry, Jorge Cáceres, Gérard Legrand, Jorge Camacho, François Valorbe, Philip Lamantia, Claude Tarnaud, Konrad Klapheck, Sergio Dangelo, Élie-Charles Flamand, Alain Joubert, Anthony Earnshaw, Jimmy Ernst, Rik Lina, Paul Garon, Alexandre Pierrepont, Ted Joans, etc.
En 1984, Ted Joans auspició en su revista Dies und das (Esto y aquello), una encuesta sobre el jazz, en la que intervinieron John W. Welson, Jorge Camacho, Konrad Klapheck, Maurice Henry, Louis Lehmann, Jean-Louis Bédouin, John Lyle, Georges Gronier, Roberto Matta, Chris Starr y uno de los grandes maestros de la crítica jazzística, Martin Williams. Algo sí ha detestado el surrealismo siempre, y muy pocas excepciones hay a ello: la llamada “música clásica”, gala por excelencia de la burguesía. En este collage de un poeta, collagista y anarquista admirable, sobre quien muy pronto hablaremos, ello se hace patente tomando como blanco el violín, al igual que hacían Buñuel en L’âge d’or y Maurice Henry en el Hommage à Paganini.

André Bernard, Ligera música de decadencia