Los últimos
meses, en que hemos asistido a una marcha triunfal de la distopía, no sé qué
espectáculo ha sido más repulsivo, si la necedad y la prepotencia de los
políticos y sus esbirros o el borreguismo y la cobardía de la población en general. Pero nada que sorprenda a un viejo admirador
de Ambrose Bierce, cuya obra maestra lexicográfica leí por primera vez en la
edición bonaerense de 1972. Echándole un oportuno vistazo estos días, he hecho
una pequeña selección de vocablos de vigor muy “actual”:
coacción, s. Elocuencia del poder.
corrupto, adj. En política, el que ocupa un cargo de confianza o de
provecho.
fatiga, s. Estado del filósofo después de haber reflexionado sobre la
sabiduría y la virtud humanas.
fraude, s. Vida del comercio, alma de la religión, cebo del cortejo y
base de nuestro poder político.
idiota, s. Miembro de una tribu grande y poderosa cuya influencia en los
asuntos humanos siempre ha sido inmensa y prominente. La actividad del idiota
no se restringe a un campo específico del pensamiento o la acción sino que
“impregna y regula la totalidad”. Tiene la última palabra en todo; su decisión
es inapelable. Impone las modas en el gusto y la opinión; dicta los límites de
lo que se puede decir y circunscribe las conductas con un tope infranqueable.
impostura, s. Profesión de los políticos, ciencia de los médicos,
conocimiento de los críticos, religión de los grandes predicadores; en una
palabra: el mundo.
libertad, s. Exención de la coacción de la autoridad en apenas media
docena de la infinita multitud de restricciones a las que estamos sometidos.
necio, s. Persona que invade el dominio de la especulación intelectual
y se propaga a través de los canales de la actividad moral. Es omnífico,
omniforme, omniperceptivo, omnisciente y omnipotente.
política, s. Lucha de intereses disfrazada de debate de principios.
Gestión de los asuntos públicos con vistas al beneficio privado.
política, s. Medio de ganarse la vida preferido por la parte más degradada
de nuestras clases delictivas.
presidente, s. Jefe temporal elegido por los líderes de un grupo de bandidos
políticos con la finalidad de que reparta el botín entre ellos.
represalia, s. Piedra natural sobre la que se erige el Templo de la Ley.
Satán, s. Uno de los lamentables errores del Creador, del que se
arrepintió a golpes de pecho. Al ser nombrado arcángel, Satán se hizo digno
acreedor de críticas en muchos sentidos hasta que fue finalmente expulsado del
cielo. A mitad de su caída se detuvo, inclinó la cabeza para pensar un instante
y decidió regresar. “Quisiera pedirte un favor”, dijo. “¿Cuál?” “Según tengo
entendido, estás a punto de crear al Hombre. Necesitará leyes.” “¡Cómo osas!
Tú, su adversario declarado, que odias su alma desde los albores de la
eternidad, ¿te atreves a solicitar el derecho a establecer sus leyes?”
“Disculpa, no me has entendido, lo que pido es que se le deje dictarlas a él
mismo.” Y así se dispuso.
blanco,
adj. y n. Negro.
*
En su oscura
biografía-ladrillo de André Breton (que por cierto nunca he leído), Mark
Polizzotti cuenta cómo, al entrevistar a Édouard Roditi, este le manifestó su
asombro por los “límites” de la “cultura literaria” de André Breton, a quien
conoció en 1935. Hablaban de la edición de la Antología del humor negro
y a Roditi le sorprendía que nunca hubiera oído hablar de Ambrose Bierce. Como
es sabido, Roditi es uno de tantos pseudosurrealistas, en su caso
desenmascarado y bien desenmascarado por Franklin Rosemont. También una Antología
del humor negro español recriminaba a Breton porque faltaba este o aquel,
cuando Breton solo pretendía dar una muestra de escritos que ilustraran la
categoría del “humor negro”, que a partir de entonces haría fortuna. Lo que
sorprende es esa insistencia en pretender de André Breton una omnisciencia, no
ya en tontos como los citados o como el autor de aquella antología (exactamente
Cristóbal Serra, quien llega en su putrefacto prólogo al colmo de la
indecencia, despotricando chauvinistamente de aquel a quien debe su propia obra),
sino en otros de los que hubiera sido de esperar algo más de inteligencia, como
el profesor de poesía Yves Bonnefoy, que ya se fue a enseñarle poesía a los
ángeles. Cristóbal Serra, por ejemplo, no incluye a Ros de Olano en su
antología, ni a Agustín Espinosa, y podría reprochársele que se desinterese de toda
la riquísima época medieval y que ignore el Guzmán de Alfarache, al
Francesillo de Zúñiga, los sonetos crueles de Góngora, a Baroja (el capital Hotel
del cisne, repleto de sueños inquietantes), a Galdós o a Granell. Y apuesto
a que ni Roditi ni Polizotti ni Bonnefoy sabían quiénes eran Macedonio
Fernández o Ros de Olano, dos maestros en varias categorías de humor. Ejemplos
de estos se podrían prodigar hasta el infinito, porque ¿quién no tiene una
cultura literaria, musical o artística llena de “límites”? Y viene aquí a
propósito esta definición del vocablo “ignorante” en el diccionario de Bierce:
“Persona que no está familiarizada con ciertos tipos de conocimiento que usted
sí posee, pero que posee otros de los que usted no tiene la menor idea”.
Sabemos que
también Herbert Read le sugirió a Breton introdujera a Bierce, pero seguramente
le faltó disponer de traducciones francesas, por ejemplo, de sus
extraordinarios relatos. De hecho, hay que esperar a 1954 para que Robert
Benayoun, verdadero conocedor de la literatura en lengua inglesa, dé a conocer
extractos del Diccionario del Diablo, en el número 2 de la revista del
grupo parisino Médium.
Por mis años
de estudiante en Barcelona, que entonces era una gran ciudad abierta y hoy un
reducto xenófobo y pueblerino, me preguntaba mi compañero de estudios
literarios Arturo Barriocanal Cid (un genio ignorado, porque, inteligentemente,
se abstuvo siempre de publicar) dónde se podría uno poner a salvo del diablo
bierceano. La respuesta, o una de las respuestas, se la di por medio de los
vocablos “novela” y “romance”. En el primero afirma Diablo Bierce que “los tres
principios esenciales del arte literario son la imaginación, la imaginación y
la imaginación”, y en el segundo que, aun reconociendo que hay grandes novelas,
“la verdad es que la obra de ficción más fascinante, con mucha diferencia,
sigue siendo Las mil y una noches”. Desde aquellos tiempos en que
descubrí a Bierce y convertí su diccionario en una de mis obras de cabecera
(junto a sus fabulosas Fábulas fantásticas), he coincidido con ambas
afirmaciones al cien por cien, máxime cuando implican mucho más de lo que parece.
*
Escultura de Mara Rosa, en contraportada |
Acaba de publicarse en número 7 de la interesante revista portuguesa de pensamiento crítico e independiente (eso que es inútil buscar en los “medios de mi comunicación” cotidianos) Flauta de luz: