Si tuviera que elegir el libro surrealista más importante del año, no dudaría en decir que es este. Ya estábamos preparados para conocer la "graphicha" con las Mémoires d'un parapluycha, pero las expectativas quedan ahora completamente desbordadas. Parece como si hiciera años que no leyéramos un libro con tanto apasionamiento.
Dos epígrafes fundacionales del surrealismo abren el fuego: "La mediocridad de nuestro universo ¿no depende esencialmente de nuestro poder de enunciación?" (André Breton) y "Mi sueño actual es el de ser miembro de una sociedad china sin finalidad y secreta en Australia" (Jacques Vaché). En seguida, para definir esta nueva grafía, se la acerca al vour, lengua imaginaria del hilarante jazzman Slim Gaillard, al vaï de Momolu Bekélé, al bamum de Njoyd y al "autolenguaje"de Valéry, si bien la graphicha se origina en el musiczag o pulsión gráfica (automatismo rítmico) del propio parapluycha, cuando sus componentes se reunían en los cafés de Burdeos allá por los años 60.
Oriente orienta con fuerza a la graphicha, y es del surrealismo plástico más cercano a Oriente, sobre todo de Klee y Miró, de donde ella surge como "escritura del sueño", "escritura que sueña", "sueño de escritura".
Dreamdew y
Roseda, los boletines oníricos actuales del surrealismo, encontrarán aquí preciosos pasajes y "colegramas" (los signos de graphicha) del sueño, como "piedra de sueño" (o "piedra de viaje"), "semilla de sueño", "escrisoñar", "rêvequête", etc. Más fuentes e influencias: Kandinsky, Dotremont, los signos lapones, las colecciones de insectos, las cortezas arbóreas, las expresiones de algunos pueblos "salvajes"...
La Graphicha es un manual, pero de esos pocos que hubiéramos preferido en los estudios, medios o universitarios, a la inmensa cantidad de basura que se nos infligió (y que se sigue y seguirá infligiendo). Verdadero arte combinatorio revelador de cortocircuitos del pensamiento, se compone de los fonogramas (signos para sonidos), los colegramas (ideogramas, todo un "pensamiento visual") y el alfabeto. En las páginas que exponen sus rudimentos, André Mimiague va definiendo los colegramas (con sus estratificaciones y sus fusiones), las series, los tótems, las constelaciones, los índices del alfabeto. Índices hay unos cuarenta, destacándose las microlunas (indicadoras de un contenido onírico o imaginativo), los kokis (de la palabra "concha", en criollo, son espirales indicadoras de turbulencias, inspiradas en el fenómeno del maelstrom) y los colibrís (que expresan el encanto de lo pequeño ‒recientemente objeto de interés especial por el surrealismo‒, existiendo un "arte colibrí").
El grueso de
La Graphicha lo compone el "Memento" de los principales colegramas, que no es un simple diccionario sino una verdadera fiesta como pocas ya se nos brindan, en travesía regida por el signo ascendente, y hablo de travesía porque en efecto más que como diccionario de consultas debe abordarse en lectura seguida absolutamente fascinada, entre la perplejidad y el maravillamiento ‒y aquí habría que repetirlo: ¡menos mal que ya estábamos preparados para esta orgía visual con las
Mémoires d'un parapluycha!‒ que producen tan asombrosas invenciones, tantas sorpresas incesantes, tantas citas deslumbrantes, tantos descubrimientos inesperados. Esto es surrealismo en estado puro, y sin que falte nada de lo que alimenta todo surrealismo vivo. Algunos colegramas surrealistas: abstracción surrealista cósmica (Kandinsky, Klee, Miró, Arp, Paalen, Tobey, Gorky), amour fou, escritura automática, "surrealismo tucán", haikús surrealistas... Ejemplos de "haikús surrealistas" se dan en Cabanel y en Breton (este también ilustrando el "sueño mariposa"), y es que, como señala Mimiague, "se conoce el caudal fluvial de la escritura automática... pero mucho menos el flash surrealista".
La lista de signos se ve en ocasiones abrillantada más aún por la presencia de bellos ejemplos de las creaciones parapluycha: los digigramas los dramimages (como se ve, a veces traduzco pero en otras ocasiones encuentro más conveniente mantener la palabra original), los grafolocos, los broubooks, las micrográficas (la reproducida, en homenaje a Robert Walser) y, cómo no, las creaciones del Museo Imaginario de Arte Rectificado (MIMAR).
Todo
Le Graphicha ha sido escrito en la preciosa caligrafía de André Mimiague, quien no parece tenerle mucha simpatía a las máquinas, ni siquiera a la de escribir. Y en esa caligrafía vanos a encontrarnos con la imaginaction, el arazar (arte de utilizar el azar, o sea arte sin arte, o sea arte sin técnica precisa), la ludilucidez, la intimensidad, el inventalar ("¡Es preciso alar nuestras ideas, alar nuestra idea de la vida, es preciso inventalar la vida!"), la geocha (geografía paralela), lo melancómico, la olvidoteca (suma de las cosas olvidadas, "ese abismo..."), el escrisoñar, la ilosofía, el pensamiento soñante (no soñador, sino soñante), el autocine, etc.
A los nombres citados (y, por supuesto, al arte oriental, el zen, Matsuo Bashô o el jazz y el blues) hay que añadir los siguientes, recurrentes o con apariciones significativas, que dan una buena idea de por donde van los tiros de la graphicha: Alfred Jarry, Pierre Alechinsky, Cobra (y "cobradada"), Merz, Jean Dubuffet, Toyen, Man Ray, Marcel Duchamp, Alain-Pierre Pillet, André Masson, Erik Satie, Baudelaire, Rimbaud, Vincent Van Gogh (muy presente, por su japonesismo provenzal), Chirico (por su metafísica), Jacques Abeille, Victor Segalen, Thelonious Monk (modelo de "musiczagueo") y un etcétera en que hay que destacar la importancia muy grande de Freud y el psicoanálisis como la de Gaston Bachelard.
Habría que concluir esta reseña del cuaderno de Mimiague con dos colegramas graphicha, seguidos de sendas interjecciones:
"extraordinario!"
"invención genial!"
memorias de parapluycha