Sobre piedras en rotación
es una nueva entrega desplegable de Javier Gálvez en Ardemar ediciones. Cinco
fotos de callaos acompañan un texto sobre el “lenguaje de las piedras”, que nos
hace repasar el fabuloso artículo de André Breton (Le Surréalisme, même,
n. 3, 1957).
El texto de Javier Gálvez es un
retrato del vagabundeo por las orillas pedregosas, “con un grillo en la sien
escuchando el ojo que palpa”:
“Piedras. Aparentemente inertes,
pesadas y desprovistas de atractivo. Engañosamente inmóviles. Y sin embargo,
estas piedras están recorridas por un extraño movimiento centrífugo: la
imaginación pautando resonancias, fulgores, texturas... Caminar, pasear,
dejarse cubrir el calzado por el polvo del sendero, mancharse de barro al
internarse en los bancales humedecidos tras un insidioso chaparrón, que ha convertido
el hecho de pisar por los terrenos de este arboreto en un prodigioso andar en
sueño; y paso a paso uno va descubriendo, entreveradas en ese humus, algunas
piedras marcadas a fuego con dibujos, formas y líneas que el azar ha provisto
de un lenguaje primigenio. Es este reconocimiento a primera vista el que nos
enlaza a una suerte de comunidad orgánicamente constituida entre el ser humano
y el mundo natural: comunidad de la infancia en la que uno se regodeaba pisando
los charcos de lluvia con el deseo de fundirse con el fondo turbio del cielo
reflejado en ellos...
No hay prudencia más severa que
la de arriesgarse a curvar la espalda y recoger, casi temblando, una piedra
tras otra como si se tratara de recolectar los frutos más insólitos destinados
a colmar el inagotable festín de lo imaginario. Y esa a través de esa sucesión
de pequeños gestos imperiosos, pero precisos, que la mirada se convierte en un
dactilógrafo visual de lo inédito... Me pregunto, palpando en mi mano una de
estas humildes y desinteresadas piedras, si es posible imaginar una definición
más afinada y tangible de lo maravilloso.
Cada una de estas piedras ha
cristalizado en un deslumbramiento aborigen: esa pertenencia al lugar propio –y
solo en la medida en que es consecuencia de un deseo– no es, en este caso, una
reivindicación de identidad, sino por el contrario, una manifestación de
disconformidad: un lenguaje analfabeto.”
Al traducirse al español, en
1975, Perspective cavalière (con el título de Magia cotidiana),
desaparecieron las ilustraciones que acompañaban los textos, y entre ellas la
del Cacique y la Gran Tortuga, dos ágatas recogidas por Breton en las orillas
del Lot, a las que se refiere en el párrafo que cierra “Langue des pierres”:
“Las piedras –por excelencia las
piedras duras– continúan hablando a los que quieren oírlas. Hablan a cada cual
un lenguaje a su medida: a través de lo que sabe, le enseñan lo que aspira a
saber. Las hay también que parecen hablarse una a otra y que, acercándose a
ellas, se las puede sorprender hablándose. En tal caso, su diálogo tiene el
inmenso interés de hacernos traspasar nuestra condición fundiendo en el molde
nuestras propias especulaciones la sustancia misma de lo inmemorial y de lo
indestructible (aquí no valdrá acantonarse). Desde este punto de mira, creo
que, para nuestra mayor o menor edificación –eso depende solo de nosotros–,
merece la pena observar a la Gran Tortuga y el Cacique hablando del misterio de
los comienzos y de los finales”.
En mis tiempos de Portugal
–¡dónde va ya todo eso!–, la cima de mi relación poética con los cantos rodados
–que nunca crían moho, expresando este dicho uno de mis ideales de todo sueño
de vida plena– tuvo lugar junto a la población de Segura, en la garganta
granítica del río Erges, frontera natural con el reino vecino. ¡Qué delirio de
piedritas muy blancas, entre grandes peñascos! Fue una desgracia que entonces
yo usara una máquina fotográfica que no tenía ni zoom, por lo que no pude sacar
piedras sueltas; además, pocas veces el registro fotográfico me ha parecido tan
pobre como allí, ya que las muchas fotos que saqué aquel 2 de octubre de 1991 –aún
no habían comenzado las lluvias y se podía transitar por el río sin problemas– solo
dan una pálida imagen de todo aquello y de la impresión única que me produjo
aquel caos de piedras en el río encajonado y sobrevolado por águilas, cuervos y
cigüeñas negras. Tan blanca como las piedras era la rueda de un molino
abandonado. Al Erges iba yo con otro objetivo: el de encontrar el Canchal das
Letras, o Pedra do Gato, con un mensaje jeroglífico inscrito en la otra orilla,
indicativo de un tesoro al que miraba el gato (aparecían también un pote y unas
tijeras, que en portugués se llaman “tesouras”). La Pedra do Gato no la logré
descubrir, pero no por ello dejó de ser el viaje un hito en mis vivencias de la
región fronteriza de la Beira Baixa.
*
A la vez que publica este
cuaderno de agua y humo, Javier Gálvez ha vuelto a los poemas aparecidos en
2003 con el título de Mi distinguida melancolía urinaria, y que llevaron
cubierta de Sergio Lima y una celebrada foto erótica.
Si entonces la tirada, en La Bella Cristalera, fue de 15 ejemplares, la de ahora se reduce a 5, con una de sus características fotos en la portada y la “reinvención” de los poemas.
“Sigo esperando la espumaSi entonces la tirada, en La Bella Cristalera, fue de 15 ejemplares, la de ahora se reduce a 5, con una de sus características fotos en la portada y la “reinvención” de los poemas.
la
espada blanca
que teje la cintura del amor”