Este libro, editado por Tate
Publishing, toma su título, Surrealism in Latin America. Vivísimo muerto,
de una chorrada de Julio Cortázar, al oír el eco del archirrepetido tópico de
que el surrealismo “ha muerto”. Editan Dawn Ades, Rita Eder y Graciela
Speranza, quienes en doce pesadas páginas nos cuentan lo que viene después (qué
sentido tiene este hábito académico –y no tan académico, ya que ya le visto
hacer sus pinitos en alguna que otra publicación del surrealismo–, yo no lo sé,
como no sea el de permitirle al lector a la violeta no tener que leerse los propios
trabajos que siguen).
Algunos de los textos contenidos
aparecen en El surrealismo y sus derivas, en concreto el que relaciona a
Benjamin Péret con Paul Westheim en su mirada mejicana y los dos que se dedican
al influjo surrealista en Latinoamérica. Estos, como ya señalé en la reseña de
aquel libro, poseen un interés nulo: ese influjo es de una vastedad tal que podrían
ser infinitos, y además contribuyen a reforzar la idea de que el propio
surrealismo no existe, sino que se ha “disuelto” en el mundo moderno –y de
hecho, sería inútil buscar en un libro universitario como este referencias a un
Raúl Henao, a un Fernando Palenzuela o a los grupo Derrame o deCollage, por
poner cuatro ejemplos ineludibles.
En cambio, se contribuye a
reforzar la consagración de César Moro, nada menos que con tres trabajos, uno
de Dawn Ades sobre Moro y el surrealismo, otro de Kent Dickson sobre Moro y el
objeto y otro de Yolanda Westphalen haciendo gimnasia semiótica.
Wolfgang Paalen es objeto de dos
estudios, el que relaciona Dyn con El hijo pródigo centrándose en
el aspecto antropológico, y el titulado “Wolfgang Paalen. El tótem como
esfinge” teniendo como máximo interés las dos ilustraciones del tótem tlingit
(con la mujer oso), tal y como estaba en la abigarrada tienda donde lo compró y
tal y como lo colocó en su estudio de México, ante un pene de ballena.
Del mismo modo, en el ensayo de
Terri Geis sobre Maria Martins y el surrealismo en los años 40, lo más valioso
son las ilustraciones y sus comentarios, en particular las de las dos
contribuciones de la escultora brasileña a la exposición parisina del 47: The
road. The shadow. Too long. Too narrow, instalada en la Sala de la Lluvia
delante de un enorme Miró, e Imposible, colocada sobre una mesa de
billar y dialogando con una obra de Isabelle Waldberg, esa otra maravillosa
escultora surrealista. Terri Geis se detiene también con acierto en su “concepto
de libertad”.
Otro texto es el de María Clara Bernal sobre Breton en Haití, pero este tema ya ha sido óptimamente tratado en Refusal of the shadow. Surrealism and the caribbean, que editó Michael Richardson en 1996. Por último, no falta otro trabajo más sobre Cortázar y el surrealismo, un tema que yo juraría se había agotado en 1975, cuando apareció nada menos que en la circunspecta editorial madrileña Gredos aquel título demencial: ¿Es Julio Cortázar un surrealista?