La entrada –simpatizante– que dedicamos a Hervé Télémaque en Caleidoscopio surrealista ya necesita ser actualizada, con un último párrafo:
“En 2006 se convierte en Caballero de la Legión de Honor, y en 2012 evoca en la revista comunista ContreTemps a su viejo amigo Jorge Camacho de un modo no solo estulto, sino además abyecto”.
Recordemos estas palabras de Marcel Mariën en el n. 5 de Les Lèvres Nues, hace ahora exactamente 40 años:
“Se ha señalado ya la importancia de la televisión en el arte de iluminar los móviles ocultos de aquellos que sorprende hablando, pensando. Nada escapa, al parecer, a esa luz cruda, a ese engrosamiento. Así, en una emisión sobre el surrealismo, se ha podido observar que si Matta no es más que un payaso simpático y sin peligro, Wifredo Lam y Joan Miró (ese «pedo de luz», como lo había llamado antaño Max Ernst) son dos prodigiosos cretinos. Viéndolos afanarse así, estupefactos ante el desierto infinito del color y de la forma, aplastados bajo su yugo, literalmente de rodillas, cómo nos sentíamos lejos de la libertad surrealista, aislada y proclamada por Nougé, al contrario de esas «miserables servidumbres del obrero con la materia que maneja»”.
Titulaba esta nota Marcel Marïen “Repeticiones”, y venía en una divertida sección de su revista, de título “Crónica de las ocasiones”. Ya no hay un Marïen que haga unas crónicas tan lúcidas y aceradas, y de un humor tan altivo, característicamente surrealista. Pero las “repeticiones” son eternas, y también habría que decir que no solo la televisión ilumina los móviles ocultos y engorda las cosas hasta su evidencia, sino que lo mismo ocurre cuando un artista (o un escritor, claro está) se brinda –y cómo gusta eso– a una entrevista cualquiera, no necesariamente televisiva, o a alguna “reflexión” sobre su “obra”, o como en esto caso, sobre la obra y la figura de un amigo o colega –de preferencia, difunto.
Entonces, el tal artista, poeta, novelista o incluso ensayista, que quizás hasta sea extraordinario en su labor, revela de pronto su indigencia intelectual, o su bajeza constitutiva. Claro que hay casos en que tales características no necesitan de esa oportunidad para manifestarse: se me ocurre ahora como ejemplo el premio Nobel español Camilo José Cela, siempre espantoso, o el más reciente premio Nobel portugués José Saramago, tan atroz escribiendo indigestas novelas como vomitando un espeluznante diario como respondiendo a las preguntas de un periodista cualquiera, televisivo o no. Pero ahí los casos no podría contarlos ni el hombre de los mil dedos.
ContreTemps, “revista de crítica comunista”, dedica en su número de enero un apartado de evocación a Jorge Camacho, consistente en sendas respuestas de Jean Terrossian y de Hervé Télémaque. Lo coordina Gilles Bounoure, de quien siempre hemos tenido muy buenas referencias, para ahora encontrárnoslo en esta jaula prestándose a la turbia jugada. Pues lo primero que uno se pregunta es qué interés puede tener el artista Jorge Camacho para una revista de esta índole, cuyo encabezamiento de este número se dedica a las elecciones nacioanales francesas en la eterna “crisis del capitalismo” y a la camarada Rosa Luxemburgo. Como no sea, evidentemente, que Jorge Camacho fue un constante detractor de la dictadura comunista instalada en su país.
Aquí entran en acción estas cuatro páginas sórdidas que nos brinda Hervé Télémaque, donde no faltan los chismes y las banalidades, como la del “pathos hispánico” que tendría el artista cubano o la de que necesitaba actividades que lo ocuparan porque “no tenía hijos”. La pintura de Camacho no le gusta porque estaba llena de “cadáveres”, como si Télémaque no supiera distinguir entre los cadáveres y los esqueletos.
En el meollo de la cuestión, Télémaque, por un lado, condena el surrealismo de Camacho, y por otro tiene la desvergüenza de asociarlo... al fascismo. Lo segundo, por su carácter siniestro, es más grave que lo primero, pero empecemos con lo del surrealismo.
Para Télémaque había en Camacho “un formalismo surrealista”. Camacho se daba cuenta de que, a causa de ello, “no se encontraba en el campo de la modernidad”, y sabía, desde los años 70, que se iba a quedar “en la marmita surrealista”. Gran tragedia: “no ocuparía la escena internacional”. Y aquí es donde las “repeticiones” del amigo Marïen se me vinieron a la cabeza, o no revelara Télémaque en plenitud, con estas palabras, lo que ha sido y es el deshonor de los artistas.
Télémaque, tan oportunista como para preocuparse, antes que nada, del “campo de la modernidad” y de la “escena internacional” –espacios mercaderes de interés e importancia nulos, en efecto, para el surrealismo, como lo es la “carrera artística” a que él también se refiere–, sabe que escribe, o habla, para una revista “comunista”. No le cuesta nada llamar a la dictadura cubana “revolución castrista”, pero va mucho más allá. Así, afirma que en los años 70 descubrió en Camacho “aspectos un poco fascistoides, digamos «extremistas», que ha podido desarrollar bajo la influencia de ciertos amigos o a partir de la alquimia”. Extremismo parece ser para él fascismo (la relación aparece en otro lugar de sus expectoraciones), y quisiéramos saber qué conexión encuentra entre la alquimia y el fascismo –de nuevo aquí la “luz cruda” de que habla Mariën resulta implacable. Pero hay más: él vio pasar a Camacho del “anticapitalismo antirreligioso” a un “giscardismo un poco fascistoide”. Esto lo lleva a una emocionante reflexión:
“Asombra observar el éxito del fascismo cerca de los artistas, la fascinación que ha ejercido en tantos de ellos. Si yo hubiera vuelto a La Habana, me hubiera pasado quizás como a Ezra Pound, ¡el fascismo me habría podido animar!”.
¿Vale la pena continuar?
Pude tratar a Jorge Camacho cuando vino a Tenerife para el congreso “Surrealismo Siglo 21”. Hablé largamente con él, y además conozco toda su obra y todas sus declaraciones. Ni que decir tiene que jamás he apreciado ni un átomo de fascismo en Jorge Camacho. Télémaque habla de su “orgullo colosal”, pero ¿cómo es posible que aquello que me llamara más la atención en él fuera su sencillez, su llaneza, su ausencia absoluta de divismo o de engreimiento? Dice Télémaque que ese orgullo no existía con “los miembros de la fraternidad surrealista, donde practicaba el culto de la amistad”, pero, aparte ser de lo más natural que practiquemos el culto de la amistad con quienes nos son cercanos y afines, esa ausencia de orgullo no la aprecié menos en su trato con personas que no tienen nada de surrealistas y con quienes pasamos unos días memorables, desde el organizador del evento, Domingo-Luis Hernández, hasta el ventero y los vecinos de Afur, un remoto caserío de la cordillera de Anaga.
Es divertido, por último, ver a Télémaque asombrarse con el “éxito” que el fascismo ha tenido entre los artistas y escritores, cuando más escandalosa, cuantitativa y cualitativamente hablando, ha sido la complicidad con la monstruosidad comunista (estalinista, maoísta, castrista, etc., etc.) –de la que no le dice ni pío a la revista “de crítica comunista” para la que habla. Hasta el punto de que, por lo que se refiere al propio surrealismo, que nunca ha dejado de exaltar la libertad, ha podido haber, por desgracia, surrealistas estalinistas, como un Nougé o un Scutenaire (nunca en París), mientras que jamás ha habido un surrealista fascista, pues ambas condiciones se excluían automáticamente. Hablar de fascismo para referirse a Jorge Camacho es tan calumnioso que Hervé Télémaque se nos descalifica a perpetuidad.
Ya en 1977, Télémaque afirmaba, hablando por todos en vez de hacerlo solo por él, que “el ego soberano tiene siempre junto a sí a un traidor, siempre somos traidores de alguien”. Pero no sabemos exactamente lo que hay detrás de este dechado de bilis y mala fe. ¿Envidias? ¿Viejas rencillas? ¿Simple mezquindad? ¿Senilidad? Quizás sobre todo lo último, porque no detectamos, en la larga entrevista de 1991 que reprodujo el catálogo del Ivam, nada de lo que ahora sale aquí a flote. Para Télémaque, Camacho buscaba una identidad, y eso lo llevó, al final de su vida, “a disfrazarse de burgués sevillano o de aristócrata”. Llevado de la curiosidad, quise saber en la red de qué se habría disfrazado últimamente Hervé Télémaque. Y me encuentro, en el capítulo de honores y distinciones de su propia página, con que, en 2006, fue ordenado Caballero de la Legión de Honor, que aunque a los franceses quizás no les suene a rayos, para nosotros evoca los crímenes de las incontables colonizaciones europeas. Una distinción carroñera donde las haya. Y de sabor imposible que más fascista.
André Breton decía de un tipo de individuos bastante comunes: “Es un cretino o un canalla, que es lo mismo”. En el caso que nos ocupó, y que para nosotros ya descansa en paz, la “luz cruda” de la “revista de crítica comunista” ha aportado a la fila interminable un nombre con el que no contábamos.