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Renzo Margonari, Improbable, de hecho increíble, 1999 |
Hace unos años, el artista italiano me envió, como regalo más que generoso, una pintura enrollada en tubo a la que puso la simple dirección "Miguel Corrales. Santa Cruz de Tenerife", sin certificarla. Que haya llegado a mis manos en una isla cuya población es de un millón de habitantes, podría hacer pensar que yo soy aquí un hombre famoso, si no se supiera que ocurrió lo siguiente: en la oficina de correos de la capital, el jefe se asomó para preguntar si alguien conocía a aquel señor del tubito, y entonces uno de los carteros que accidentalmente estaban allí, avanzó para decir "¡Yo lo conozco!", tratándose del único cartero que conozco en todo el mundo aparte Ferdinand Cheval y François (el cartero ciclista de Tati), Carlos Senequiert Crozet, un demoledor polemista de amplia cultura y fina inteligencia, gran conocedor de las letras francesas. Saltándose de manera saludable el reglamento, se hizo con el tubo y me lo llevó a La Laguna, donde lo dejó en casa de otro amigo, cuando lo más predecible es que se hubiera devuelto o incluso (más probablemente, a tenor de aquello en que se han convertido los servicios de correos) perdido.
Contada esta anécdota a Renzo Margonari, me corresponde con otra igual de sorprendente. Llega en tren un amigo a Mantua, sin saber su dirección. Se sube al primer taxi que encuentra fuera de la estación y le pregunta: "¿Conoce usted a Renzo Margonari?" Respuesta del taxista: "Sí, es mi cuñado". Nunca puedo recordar esta historia sin emitir una risueña carcajada.
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Renzo Margonari, No se sabe si no se sueña, 2000 |