Con Eugenio Castro desaparece la figura principal del grupo surrealista madrileño, que hizo resurgir el surrealismo en España en los años 80 para hacerlo llegar hasta nuestros días, de un modo combativo y siempre ligado al movimiento internacional. A Eugenio Castro me unió larga amistad, aunque su auge estuvo en los años 90, cuando yo pasaba por Madrid. Luego nos hacíamos llegar siempre nuestras publicaciones, con cálidas dedicatorias de las que, en esta hora de vuelta a sus escritos, destaco la de el gran boscoso... es eso, en 2017: "Para mi amigo Miguel, con la camaradería que vence los tiempos y la fatalidad". Ese mismo año se publicaba la antología Poemas del grupo surrealista de Madrid... y alrededores, donde, para mi sorpresa, se me incluía, como uno de los cuatro "aliados, parte de un caudal profundo –cada uno desde su singular aportación química, fraternal y en archipiélago–, para siempre inseparables de nuestra historia y nuestro devenir". Aunque yo viera aquí sobre todo su generosidad, no puedo limitarla a él, ya que sus amigos entrañables Lurdes Martínez, Javier Gálvez y José Manuel Rojo han formado el núcleo persistente del grupo, y la coherencia de su trayectoria se debe a los cuatro, funcionando prácticamente siempre como una inquebrantable unidad.
En 2013 le dediqué una larga semblanza, pero luego aparecieron otros libros e intervenciones suyas que yo iba reseñando. Doy los enlaces de las noticias que di de el gran boscoso... es eso en 2017, de Elocuencia de lo sepulto en 2019 y de Madrid rediviva en 2021, obras tan relevantes como H y La flor más azul del mundo. También, pese a ser el punto de partida de la citada semblanza, reproduzco su entrada en la segunda edición de Caleidoscopio surrealista (a la que, obviamente, hay que añadir los tres títulos citados, ya que aparecieron con posterioridad) y el prólogo de Guy Girard a Reaparición de la isla misteriosa (Collages-secuencias de un film imaginario sin fin), acompañado de la nota inicial de Eugenio, y es que siempre me encantó su imaginación visual, de la que hay otras impactantes muestras en su serie de "gommages" y en las Tribulaciones de una calavera.
Como diría un indio cuervo (uno de esos indios cuervos tan admirables como él), Eugenio Castro, de quien me acuerdo ahora mismo deambulando juntos, hace una treintena de años, por los rincones de Madrid, "partió a hacer una larga visita”.
Gommage |
Las dos publicaciones centrales
de Eugenio Castro han sido H (2006) y
La flor más azul del mundo (2011). En
estos libros, muy densos de contenido, hay textos nuevos y otros ya publicados,
entre los cuales algunos señeros: “En la montaña del Torcal, sésamo
multiplicado”, “H”, “La ciudad constelada”, “La región insomne”. Ambas obras no
son una mera suma de textos, sino que poseen unidad, una unidad heterogénea y
vinculante, a la que además se suma el hecho de enlazar una con otra
estrechamente. En ellas, este teórico de la “desacción” y el “materialismo
poético” indaga incansablemente las realidades del azar objetivo, de la poesía,
de la exterioridad, de los objetos, etc.
Como poeta, hemos de citar Mal de confín (2005), La maga de la masturbación (2007) y El Gran Boscoso (2008). El Gran Boscoso,
creación mítica, protagoniza tanto poemas como pinturas u objetos; es “anónimo”
e “irrecuperable”, pariente del Capitán Nemo y análogo de Loplop.
En colaboración hay que resaltar
el trabajo con Bruno Jacobs Las bellas
hibernantes (en La Torre
Magnética), “La lengua por venir”, con Vicente Gutiérrez y Noé Ortega, y
“Las hijas de las pescadoras”, con los mismos más Bruno Jacobs (ambos en el n.
19-20 de Salamandra), y, con Javier
Gálvez, La ciudad alucinada (en La
Bella Cristalera), compuesto de 23 fotos con breves textos, en un trabajo indiferenciado.
Ligado al surrealismo
internacional, Eugenio Castro ha colaborado en las revistas Analogon, Brumes Blondes, S.u.rr...,
Stora Saltet, Farfoulas, Phosphor, Hydrolith. Se le debe también la
traducción, para el lector español, de dos figuras del surrealismo
fundamentales, pero muy mal conocidas: Joyce Mansour (Gritos, desgarraduras y Rapaces, 2009, además con el ensayo “Joyce
Mansour: el grito y la carne consumados”) y Ghérasim Luca (El inventor del amor. La muerte muerta, 2007). En el volumen de la
Fundación Granell sobre Philip West, le dedicó a su amigo una “navegación
simbólica” (“La jirafa, Alicia y el explorador”); con él, en 1994, hizo Bound Angel, poema suyo con cinco
dibujos del surrealista británico.
En 1993, Eugenio Castro respondía
así a la encuesta sobre André Breton, debiendo como mínimo decirse que él ha
sido uno de los más fieles y ardientes exponentes y defensores, en España, de
la aventura lanzada al mundo por el poeta de L’amour fou:
“Solo a posteriori he podido
darme cuenta que existía en mí una sensibilidad surrealista, es decir, a partir
de la lectura de ciertas obras de Breton de las que Nadja ocupa el lugar preeminente, sin restar ni un ápice de
influencia semejante a los textos «Lengua en las piedras» y «Signo ascendente».
Es a través de Breton que tomo conciencia de esa sensibilidad que antes
fluctuaba en mí de manera incontrolada. Por esta razón puedo afirmar que
percibo en Breton la imagen de un oráculo al que voluntariamente retorno cuando
necesito o deseo llevar a cabo una consulta. La mayor influencia espiritual
recibida de André Breton es para mí una toma de conciencia sobre la necesidad
irreversible de acabar con las categorías externas de división que se oponen a
la realidad del deseo y a su satisfacción. Más concretamente: el acceso a ese
punto del espíritu en el que las contradicciones cesen en su enfrentamiento.
Reconozco en la conquista de este punto la ambición poética por mí perseguida,
ambición que yo vinculo con una suerte de elemento natural (o hábitat) en el
que se desenvolvería mi experiencia humana y poética.
Pero para que un reconocimiento
de Breton sea completo de mi parte, debo llevar a cabo otro de mayor urgencia,
sin el que lo anterior se vería sumamente debilitado. Hablo del talante moral e
intelectual que recorre la figura de André Breton, que constituye, a mi juicio,
en tanto que herencia, uno de los grandes retos para los intelectuales del
siglo que se aproxima. Realmente poco se dirá sobre Breton si no se apela a su
honestidad intelectual y humana y se la reivindica como un instrumento de
irreductible libertad, al abrir una profunda grieta moral en la conciencia intelectual
de nuestro siglo”.