domingo, 3 de marzo de 2024

Eugenio Castro (1959-2024)

Con Eugenio Castro desaparece la figura principal del grupo surrealista madrileño, que hizo resurgir el surrealismo en España en los años 80 para hacerlo llegar hasta nuestros días, de un modo combativo y siempre ligado al movimiento internacional. A Eugenio Castro me unió larga amistad, aunque su auge estuvo en los años 90, cuando yo pasaba por Madrid. Luego nos hacíamos llegar siempre nuestras publicaciones, con cálidas dedicatorias de las que, en esta hora de vuelta a sus escritos, destaco la de el gran boscoso... es eso, en 2017: "Para mi amigo Miguel, con la camaradería que vence los tiempos y la fatalidad". Ese mismo año se publicaba la antología Poemas del grupo surrealista de Madrid... y alrededores, donde, para mi sorpresa, se me incluía, como uno de los cuatro "aliados, parte de un caudal profundo –cada uno desde su singular aportación química, fraternal y en archipiélago–, para siempre inseparables de nuestra historia y nuestro devenir". Aunque yo viera aquí sobre todo su generosidad, no puedo limitarla a él, ya que sus amigos entrañables Lurdes Martínez, Javier Gálvez y José Manuel Rojo han formado el núcleo persistente del grupo, y la coherencia de su trayectoria se debe a los cuatro, funcionando prácticamente siempre como una inquebrantable unidad.

En 2013 le dediqué una larga semblanza, pero luego aparecieron otros libros e intervenciones suyas que yo iba reseñando. Doy los enlaces de las noticias que di de el gran boscoso... es eso en 2017, de Elocuencia de lo sepulto en 2019 y de Madrid rediviva en 2021, obras tan relevantes como H y La flor más azul del mundo. También, pese a ser el punto de partida de la citada semblanza, reproduzco su entrada en la segunda edición de Caleidoscopio surrealista (a la que, obviamente, hay que añadir los tres títulos citados, ya que aparecieron con posterioridad) y el prólogo de Guy Girard a Reaparición de la isla misteriosa (Collages-secuencias de un film imaginario sin fin), acompañado de la nota inicial de Eugenio, y es que siempre me encantó su imaginación visual, de la que hay otras impactantes muestras en su serie de "gommages" y en las Tribulaciones de una calavera.

Como diría un indio cuervo (uno de esos indios cuervos tan admirables como él), Eugenio Castro, de quien me acuerdo ahora mismo deambulando juntos, hace una treintena de años, por los rincones de Madrid, "partió a hacer una larga visita”.

el gran boscoso... es eso

Elocuencia de lo sepulto

Madrid rediviva

Gommage

Eugenio Castro (1959). En el movimiento surrealista desde una fecha tan temprana como 1979, y participando ya en Luz Negra (1980-1981), Eugenio Castro anima desde el 87, y de modo decisivo, el grupo madrileño. Su obra es plural: poemas, pinturas, collages, dibujos, cajas, objetos, reflexiones teóricas siempre ancladas en la praxis poética, textos de azar objetivo siempre apoyados en la documentación fotográfica, artículos críticos, traducciones... En 1991 y 1995 expuso personalmente pinturas, objetos y collages, el catálogo del 95 llevando un texto de José Manuel Rojo. De ese mismo año es Reaparición de la isla misteriosa, compuesta de fabulosos “collages-secuencias de una película onírica e imaginaria sin fin”, filmada en vídeo y proyectada el año anterior en el festival “Surrealists go to the cinema”, celebrado en Leeds; componen esta publicación, que lleva un jugoso texto de Guy Girard, once espectaculares imágenes de una ciudad a la vez devastada y maravillosa, con menires, figuras totémicas, aerolitos, aves y árboles gigantescos y, como remate, el rinoceronte de Lautréamont y Ted Joans. A la altura de estas imágenes se sitúan sus espectrales “gommages”, objeto en 2000 de un pequeño pero precioso cuaderno de La Torre Magnética, editorial auspiciada por él mismo hasta el presente. Continuando el procedimiento descubierto por El Janabi, Eugenio Castro nos transporta a la atmósfera de las novelas góticas, como señala Michael Löwy en el texto “Habitantes del Locus Solus”: “Su luminosidad misteriosa, su inquietante fosforescencia, su fantasmagórica irradiación vienen de dentro y se dirigen hacia afuera. Tienen su origen en el incendio que estalló en las catacumbas más ocultas y más profundas del castillo de Id. Si los íncubos y súcubos de Füssli –inspirados por el mismo terror que atraviesa las páginas de las novelas negras– están hechos de piedra lunar, los monstruos oníricos y eróticos de estos «gommages» son cristales de fuego. Si los espectros que asombran los pasillos del Castillo de Otranto, amenazando a la princesa Matilda de Walpole, son de hueso y calavera, los del Castillo de Castro tienen la consistencia tierna y caliente de las piernas de la Matilde de Lewis. En sus ojos de tempestad se ilumina la noche de Walpurgis”.

Las dos publicaciones centrales de Eugenio Castro han sido H (2006) y La flor más azul del mundo (2011). En estos libros, muy densos de contenido, hay textos nuevos y otros ya publicados, entre los cuales algunos señeros: “En la montaña del Torcal, sésamo multiplicado”, “H”, “La ciudad constelada”, “La región insomne”. Ambas obras no son una mera suma de textos, sino que poseen unidad, una unidad heterogénea y vinculante, a la que además se suma el hecho de enlazar una con otra estrechamente. En ellas, este teórico de la “desacción” y el “materialismo poético” indaga incansablemente las realidades del azar objetivo, de la poesía, de la exterioridad, de los objetos, etc.

Como poeta, hemos de citar Mal de confín (2005), La maga de la masturbación (2007) y El Gran Boscoso (2008). El Gran Boscoso, creación mítica, protagoniza tanto poemas como pinturas u objetos; es “anónimo” e “irrecuperable”, pariente del Capitán Nemo y análogo de Loplop.

En colaboración hay que resaltar el trabajo con Bruno Jacobs Las bellas hibernantes (en La Torre Magnética), “La lengua por venir”, con Vicente Gutiérrez y Noé Ortega, y “Las hijas de las pescadoras”, con los mismos más Bruno Jacobs (ambos en el n. 19-20 de Salamandra), y, con Javier Gálvez, La ciudad alucinada (en La Bella Cristalera), compuesto de 23 fotos con breves textos, en un trabajo indiferenciado.

Ligado al surrealismo internacional, Eugenio Castro ha colaborado en las revistas Analogon, Brumes Blondes, S.u.rr..., Stora Saltet, Farfoulas, Phosphor, Hydrolith. Se le debe también la traducción, para el lector español, de dos figuras del surrealismo fundamentales, pero muy mal conocidas: Joyce Mansour (Gritos, desgarraduras y Rapaces, 2009, además con el ensayo “Joyce Mansour: el grito y la carne consumados”) y Ghérasim Luca (El inventor del amor. La muerte muerta, 2007). En el volumen de la Fundación Granell sobre Philip West, le dedicó a su amigo una “navegación simbólica” (“La jirafa, Alicia y el explorador”); con él, en 1994, hizo Bound Angel, poema suyo con cinco dibujos del surrealista británico.

En 1993, Eugenio Castro respondía así a la encuesta sobre André Breton, debiendo como mínimo decirse que él ha sido uno de los más fieles y ardientes exponentes y defensores, en España, de la aventura lanzada al mundo por el poeta de L’amour fou:

“Solo a posteriori he podido darme cuenta que existía en mí una sensibilidad surrealista, es decir, a partir de la lectura de ciertas obras de Breton de las que Nadja ocupa el lugar preeminente, sin restar ni un ápice de influencia semejante a los textos «Lengua en las piedras» y «Signo ascendente». Es a través de Breton que tomo conciencia de esa sensibilidad que antes fluctuaba en mí de manera incontrolada. Por esta razón puedo afirmar que percibo en Breton la imagen de un oráculo al que voluntariamente retorno cuando necesito o deseo llevar a cabo una consulta. La mayor influencia espiritual recibida de André Breton es para mí una toma de conciencia sobre la necesidad irreversible de acabar con las categorías externas de división que se oponen a la realidad del deseo y a su satisfacción. Más concretamente: el acceso a ese punto del espíritu en el que las contradicciones cesen en su enfrentamiento. Reconozco en la conquista de este punto la ambición poética por mí perseguida, ambición que yo vinculo con una suerte de elemento natural (o hábitat) en el que se desenvolvería mi experiencia humana y poética.

Pero para que un reconocimiento de Breton sea completo de mi parte, debo llevar a cabo otro de mayor urgencia, sin el que lo anterior se vería sumamente debilitado. Hablo del talante moral e intelectual que recorre la figura de André Breton, que constituye, a mi juicio, en tanto que herencia, uno de los grandes retos para los intelectuales del siglo que se aproxima. Realmente poco se dirá sobre Breton si no se apela a su honestidad intelectual y humana y se la reivindica como un instrumento de irreductible libertad, al abrir una profunda grieta moral en la conciencia intelectual de nuestro siglo”.






"¡Y el corazón!... El corazón rejuvenece / a medida que el mar se instala en las venas, / a medida que lo bate un viento de basalto".