Al igual que Lautréamont, Alfred Jarry ha sido una estrella fija del surrealismo, desde que André Breton lo llamara "el maestro de todos nosotros". En él encontró Breton (y todo el primer surrealismo en general) fuerzas para la resistencia contra la infamia todopoderosa. Y es precisamente a Breton a quien se debe no solo el punto de partida, sino los tres textos capitales sobre Jarry que podemos espigar en la historia del movimiento. En 1918 escribe su primer ensayo, recogido en Los pasos perdidos. Luego está su presencia en la Antología del humor negro (1940) y por fin "Alfred Jarry, iniciador e iluminador", en La llave de los campos (1951), a propósito de Jarry y las artes plásticas (en ese mismo año, se enfrentará a su ridícula recuperación cristiana radiofónica, con una campaña que orquestaría Benjamin Péret).
Estamos pues ante otra figura "incólume", Pero tan importantes en los orígenes jarryanos del surrealismo son Vaché y Théodore Fraenkel, quien hasta hablaba como los personajes de Jarry. El ensayo de Breton es una conferencia que fue seguida de la representación de Haldernablou y Ubú rey; en ese momento, Breton no conoce aún El amor absoluto, pero ha tenido acceso al manuscrito de Faustroll.
En 1918, el juego de las calificaciones (Littérature, n. 18) incluye a Jarry, que saca una buena nota media. Gabrielle Buffet le otorga un 20 (lo máximo), Fraenkel un 18, Soupault un 17, Éluard un 16, Aragon un 15 y Breton y Péret se quedan en un 14.
1923 es otro año clave. No tanto porque aparezca Faustroll con prefacio de Soupault, como porque pinta Max Ernst, que debe a sus amigos de París el descubrimiento de Jarry, el primero y uno de los mejores retratos de Ubú, no como rey sino como emperador, a la vez trompo y tonel, con cabellera verde y una bala como bigote, junto a su "gancho de phinanza":
Max Ernst, Ubu Imperator |